martes, 16 de septiembre de 2014

'No Castro, sí problem'

'No Castro, sí problem'

Raúl Castro y su nieto escolta Raúl Guillermo Rodríguez Castro. (MARTINOTICIAS)
El generalato, las familias de los Castro y de los grandes jerarcas de la burocracia se entrenan como gerentes de empresas de las que luego podrían hacerse propietarios.
Hasta principios del presente siglo  corría  en  la comunidad cubana y cubanoamericana  en Estados Unidos una consigna  formidable: "No Castro, no problem". O sea, sin Fidel o Raúl en el poder podría ser posible un eventual  proceso de cambios que condujesen finalmente a una transición a la democracia  en Cuba.
Hoy  aquella consigna ya no tiene validez.  No la tiene porque hasta julio de 2006, cuando se enfermó gravemente el  dictador,  los posibles escenarios sobre el futuro de Cuba siempre se basaron  en la muerte súbita de Fidel y no en un inesperado  e interminable "retiro activo" suyo.
En el  exilio  y dentro de Cuba  siempre se acarició la idea de que la muerte repentina del  caudillo  podría coger "fuera de base" a  Raúl Castro y toda la cúpula dictatorial. Se pensaba que en tales circunstancias podría  producirse un vacío de poder momentáneo,  sobre todo por la probada incapacidad de Raúl para manejar situaciones de crisis, todo lo contrario de su  hermano. Y  la historia muestra que cuando hay vacíos de poder ocurren siempre muchas sorpresas.
En este caso hay que tener en cuenta que Raúl ostentaba la segunda máxima jerarquía del régimen porque era el heredero designado por Fidel  y no por méritos propios, capacidad, audacia, o talento.  Recordemos que el menor de los Castro fue expulsado del Colegio de Belén porque desaprobaba casi todas las asignaturas. Desde que eran niños, Raúl siempre fue el perrito faldero y un fanático admirador bobo de la personalidad avasalladora y las "hazañas" de su psicópata hermano, quien lograba todo lo que él era incapaz de lograr.  
Los colaboradores del general Castro son testigos de que este, sin el tutelaje  omnipotente de Fidel,   se siente un poco perdido, solo, desorientado. No son pocos los generales y comandantes  que se perciben a sí mismos con más méritos y más capaces que Raúl para asumir el liderazgo del país.
No por casualidad  antes de entrar en el quirófano Fidel delegó en su hermano y en otros seis jerarcas del régimen solamente el Gobierno y no renunció a sus cargos de Comandante en Jefe de las fuerza armadas, ni al de Primer Secretario del Partido Comunista, que constitucionalmente en Cuba es la máxima instancia de poder.  Fidel siguió siendo el dictador oficial durante cinco años más, hasta el congreso partidista de 2011 en que le cedió  su posición a Raúl, solo cuando ya todo estaba  bien "amarrado" para la continuidad  inalterable del régimen.
Por eso, dando rienda a la especulación podría pensarse  que la muerte sorpresiva de Fidel habría podido producir un escenario diferente, e incluso una lucha por el poder que pudo  haber desestabilizado al régimen. 
Por otra parte, con Fidel bajo tierra, y aun con Raúl  como nuevo zar castrista, posiblemente la vía china ya habría sido adoptada. Hoy habría  igualmente dictadura y violación de los derechos humanos en Cuba, pero al menos la gente  podría vivir algo mejor, quizás con un empresariado capitalista en ascenso. La isla caribeña seguiría siendo tiranizada, pero los cubanos probablemente ya no estarían  ubicados entre  los cuatro pueblos más pobres del  continente. Y del lobo un pelo.
Gestación del postcastrismo
Al no morirse (cuando debió), Fidel Castro se consolidó  como el tirano que más daño ha causado a su pueblo en la historia de las Américas, incluso después de estar formalmente jubilado. Desde su apacible retiro en Punto Cero ha seguido siendo el líder político de la "revolución". Su caso es parecido al de Deng  Xiaoping, quien ya retirado oficialmente continuó marcando la pauta en Beijing  hasta su muerte a los 93 años, en 1997.
Pero existe una enorme diferencia entre ambos dictadores. Deng fue el gestor de las reformas capitalistas que bajo la anticomunista consigna de "Enriquecerse es glorioso" (versión china del laissez faire de los fisiócratas franceses en el siglo XVIII)  han modernizado a China, mientras que Castro es el inmovilismo hecho persona. Es él precisamente quien ha impedido cualquier reforma verdadera, por tímida que sea, en favor del progreso económico y el bienestar de los cubanos.
Y si el comandante, ya sin cargo oficial alguno, puede actuar como "freno supremo" se debe únicamente a la enfermiza sumisión de Raúl. Este tiene más los pies en la tierra y conoce la necesidad de cambios económicos reales en Cuba —cambios políticos no los haría—, pero él jamás  hará nada que disguste a Fidel, o que este no apruebe. Un Raúl con más determinación,  sin complejo de inferioridad y sin problemas de personalidad, habría actuado con más independencia a la hora de hacer ciertas reformas económicas que demanda desesperadamente la  nación.
Lo más grave de todo  es que con esa  subordinación  a su hermano, Raúl no solo ha permitido que aquel impida los cambios necesarios,  sino que en los 8 años transcurridos desde el amago de su muerte toda la estructura militar y civil de la dictadura, y sus familiares,  han tenido tiempo suficiente para armar  pieza por pieza el andamiaje de lo que será el postcastrismo, que  apunta cada vez más a un régimen totalitario, algo menos "duro", de capitalismo de Estado.
El generalato, los coroneles y sus familiares, las familias de los Castro y de los grandes jerarcas de la burocracia partidista y estatal se entrenan como gerentes de las  industrias y actividades  que son rentables o podrían serlo, para convertirse luego en sus propietarios definitivos, como sucedió  en Rusia. Y obviamente querrán sustentar el poder político para adentrarse bien protegidos al  capitalismo de Estado y la danza de los millones que piensan bailar en la Cuba postcastrista.
Y mientras la nomenklaturacomunista  echa las bases para  un futuro esculpido  a su imagen y semejanza, Washington emite señales de que está dispuesto a "tirar la toalla" y entenderse con  Cuba, no importa si en La Habana se instala una versión light del castrismo, o incluso si se trata del mismísimo general Castro. Ello ocurriría siempre con el  aplauso de la abrumadora mayoría de los gobiernos de Latinoamérica y de Europa.
Si el postcastrismo va a ser una mezcla de los modelos chino y postsoviético, fascismo y  populismo  latinoamericano, o si va a ser una azarosa transición real a la democracia, nadie puede saberlo. Lo que sí está claro es que para vislumbrar el futuro de Cuba a corto y mediano plazo  hay que tener  en cuenta el gradual posicionamiento de los militares y sus familiares de todos los estamentos del poder económico y político en la Isla. Estos no van a soltar fácilmente el poder.
Es precisamente este factor el que dibuja  ya un panorama  complicado y difícil  a la hora de imaginarse el fin de la cincuentenaria pesadilla  de los cubanos. La esperanza aquí es que en política las cosas casi nunca ocurren como son pronosticadas y todo podría suceder de manera diferente a como la visualizamos hoy.
De todas formas, sea cual fuere el relevo de los Castro y los "históricos" de la Sierra Maestra en los próximos años, no hay dudas de que la sonora consigna citada anteriormente se modificó y ahora no suena  nada bien:  "No Castro, sí  problem".

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