lunes, 2 de mayo de 2011
Una prisión tranquila
Escrito por Dania Virgen García
San Miguel del Padrón, La Habana
2 de mayo de 2011
(PD) Acabo de recibir una carta de Pablo Montano León desde la sala de terapia intensiva del hospital de reclusos del Combinado del Este, donde permanece en huelga de hambre.
Montano León, de 41 años, era ingeniero en sistema automatizados de dirección. Lo llaman El Ruso porque se graduó de Máster en Ciencias en el Instituto de Ingeniería civil de Moscú en 1993. Está casado con una rusa, con quien tiene un hijo de 7 años.
Fue arrestado en septiembre del año 2002 y sancionado en la causa 686 de 2004 a 25 años de privación de libertad por tráfico de drogas. En el juicio, por falta de pruebas, no se pudo probar el delito. Montano acusa al general Jesús Becerra, jefe del departamento antidrogas del Ministerio del Interior, y al teniente coronel Francisco Díaz Mendoza, de haberlo enviado a prisión por un delito que no cometió.
En su carta, Montano describe su paso por varias cárceles. Fue enviado primero al Combinado del Este y luego trasladado a una prisión en la provincia Granma. El jefe de aquella prisión, el mayor Modesto Castillo, solicitó a la Dirección Nacional de Prisiones su traslado a un penal de régimen más severo. Fue así que lo enviaron a la prisión de rigor especial para jóvenes, conocida como el PRE, en Villa Clara. Al llegar allí, el primer teniente Febles le comunicó que había llegado al infierno. Luego, fue pateado, despojado de sus ropas, arrastrado por el piso y encerrado en una celda castigo, después de recibir otra golpiza.
Casi a punto de perder la vida, Montano fue regresado al Combinado del Este. En el área especial conocida como “la 47”, lo ubicaron en el llamado corredor de la muerte, pero cuenta Montano que aquello le pareció un paraíso en comparación con el PRE de Villa Clara.
Reproduzco a continuación algunos fragmentos de la carta de Pablo Montano donde describe la situación en dicha prisión de máximo rigor en el centro del país.
“Las celdas están una al lado de la otra, en tres pasillos separados a los que se accede a través de tres puertas de seguridad. Son celdas personales, de 3 x 1.5 metros, sin ventilación y con poca luz, con una cama, una pequeña mesa, y un banquito, todo de concreto. El servicio sanitario es un pequeño turco, sin privacidad. Los guardias vigilan a los presos cuando se bañan.
Los despiertan a la 5:30 a.m. Está prohibido dormir durante el día, así como sentarse en la cama o en el piso, solo en el banquito de concreto. Hay que estar todo el día correctamente vestido y a la vista de los guardias.
La alimentación es pésima. El agua la ponen sólo unos pocos minutos, una vez al día, dos o tres veces a la semana.
Los presos que gritan o son sorprendidos conversando con otro recluso, son castigados con descomunales golpizas.
Las visitas familiares son cada cuatro meses y el pabellón conyugal cada cinco, aunque ambos pueden ser suspendidos por motivos tan sencillos como no estar correctamente vestido o no estar a la vista de los guardias cuando pasan frente a las celdas.
Hay presos que han pasado hasta cuatro meses sin salir de las celdas de castigo. Cuando los sacan, no saben si van al médico, a la visita o a recibir una golpiza.
Los reclusos que se encuentran en la primera fase no disponen de teléfono ni televisión. La correspondencia es revisada minuciosamente y es frecuente que se pierdan las cartas.
Las provocaciones de los guardias son constantes. A veces dejan caer alguna cuchilla o un pedazo de cuerda frente a la celda de cualquier recluso, y al otro día cuando llega el oficial de turno que lo descubre, dicen que quieren atentar contra la autoridad, y ahí viene la golpiza, o una pateadura que puede terminar con lesiones graves para el recluso.
Al tener prohibido tratar con los otros reclusos, estos reos pierden poco a poco la autoestima y llegan a sentir desprecio por la vida y un espantoso estado de desesperación. En dos años se han suicidados cuatro reclusos. Más del 70% de los presos que se encuentran en el régimen de áreas aisladas han intentado suicidarse en varias ocasiones por no soportar el régimen de maltratos físicos y sicológicos a que están sometidos.
De todas las muertes la que más deprimió en la prisión fue la de un muchacho de 23 años al que llamaban Cebolla. Fue sancionado a 30 años de prisión por haber robado unas cebollas a un campesino. Al tiempo de estar allí, revisaron su causa y le disminuyeron la sanción a tres años. Pero ya era tarde. Estaba muy enfermo de los nervios, había intentado suicidarse en varias ocasiones. Cada vez que era sorprendido por los guardias tratando de quitarse la vida, lo golpeaban salvajemente. La última vez intentó cortarse las venas en el puesto médico y el primer teniente Febles le propinó una golpiza espeluznante y luego se burló de él. Después fue llevado a la celda de castigo, donde unas horas más tarde se ahorcó. Fue el 12 de junio del año 2006.
Un día que una delegación inspeccionó el Pre, a un recluso que se atrevió a quejarse de que la prisión parecía un campo de concentración nazi, el mayor Vladimir, con sonrisa irónica, le respondió: Gracias a los muertos, hoy esta prisión es tranquila”.
dania.zuzy@gmail.com
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