miércoles, 17 de octubre de 2012

¿Elegir… o fingir hacerlo?

| Por René Gómez Manzano
LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Hace una semana, fueron noticia mundial los comicios presidenciales de Venezuela. De los varios candidatos, dos tenían posibilidades reales de triunfo: eloficialista Hugo Chávez y el joven opositor Henrique Capriles Radonsky. Según los resultados oficiales —reconocidos por este último—, el teniente coronel obtuvo alrededor del 55 por ciento de los sufragios, mientras que su principal oponente recibió el 45 restante.
Ante quienes hablan de una contundente victoria del actual inquilino del Palacio de Miraflores, yo reconocería que la victoria de éste fue clara, pero también los exhortaría a tomar en cuenta los números: En esencia, de cada veinte electores, once escogieron a Chávez, mientras que los otros nueve optaron por Capriles.
Esto quiere decir que aunque el primero ganó de manera irrefutable, el segundo logró un respaldo nada despreciable, pese a las evidentes desventajas que confrontó en la campaña debido al acceso ilimitado del candidato oficialista a las emisoras de radio y televisión (a las que una ley sancionada por él mismo obliga a ponerse en cadena cada vez que desea hablar al pueblo).
A raíz de esos comicios, un periodista miamense me pidió que le expresara mi opinión al respecto. Me dio la impresión de que mi respuesta lo sorprendió, pues le contesté más o menos lo siguiente: “Las elecciones venezolanas demuestran que las de Cuba —para decirlo en pocas palabras— no sirven”.
Es que da la casualidad que ellas han coincidido en el tiempo con las municipales de nuestro país. Las constantes informaciones brindadas sobre los comicios de la república bolivariana por los órganos de difusión masiva del Archipiélago (que cubrieron el asunto como si tratase de un tema nacional) obligan a que todos hagamos comparaciones.
Pese a las ventajas con las que contó el candidato oficialista en Venezuela, es un hecho cierto que los electores de ese país tuvieron una escogencia: podían seleccionar entre diversas opciones. En dependencia de cuál de éstas obtuviese la mayoría, la Nación podría mantener el mismo rumbo o realizar un cambio sustancial e importante.
De hecho, aunque triunfó la variante continuista, la notable proporción de votos alcanzada por Capriles ha inclinado a Chávez a mostrar un talante más conciliador. Esperemos que su anuncio de un diálogo con la oposición no sea una treta, sino que sirva para moderar las contradicciones internas del país, que su misma política ha exacerbado.
Por supuesto que en la Isla no sucederá nada parecido. En las elecciones municipales —única fase del proceso comicial que merece ese nombre, pues se escoge entre varios candidatos— los cubanos se limitarán a determinar quién los representará en el correspondiente concejo, un cuerpo carente de todo poder real.
Una vez que los órganos locales queden constituidos, se pasará a una segunda etapa, en la cual se determinará la composición de las asambleas provinciales y de la Nacional. Ahí entrará en acción la otra parte del sistema establecido por la vigente Ley Electoral, que garantiza la autoperpetuación de la dirigencia existente.
Los candidatos serán seleccionados por comisiones de candidatura compuestas por los representantes de las “organizaciones de masas” —meras correas de transmisión del partido único—; el número de aquéllos igualará el de los cargos a cubrir. La votación —pues— será una simple formalidad, pues la “elección” de todos estará garantizada.
A juzgar por procesos similares anteriores, es de presumir que los que concurran a sufragar en Cuba rebasen en unos cuantos puntos la cifra del 90 por ciento. En Venezuela fue de poco más del 80, y esto fue aplaudido por los actores políticos nacionales, la prensa y líderes extranjeros. Sin embargo, la proporción que se alcance en Cuba, pese a ser previsiblemente superior, carecerá de importancia.
Tampoco habrá en nuestro país encuestas sobre las intenciones de voto, ni spots publicitarios a favor de uno u otro candidato. Ninguno de éstos expresará ante sus supuestos electores qué planes tratará de implementar tras alcanzar el triunfo, ni intentará convencerlos de las bondades de su propuesta, pues la Ley, aunque parezca increíble, prohíbe hacer campañas de cualquier tipo.
Los asesores de relaciones públicas no se fatigarán buscando la foto en que su líder exhiba la sonrisa más cautivadora. Los ciudadanos sólo verán los rostros pétreos y poco tranquilizadores de los nominados, captados por asalariados del lente. ¿Qué interés podrá haber en darles un aspecto agradable, si da lo mismo quién salga en las elecciones municipales, y en las provinciales y nacionales todos van a ganar!
Ante realidades como ésas, frente a las comparaciones entre uno y otro proceso que por fuerza han hecho los cubanos, ¿habrá pensado la dirigencia del país en que ya es hora de ir cambiado el alucinante e impresentable sistema comicial que impera hoy en la Isla?

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