Miércoles, 31 de Octubre de 2012 04:45
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Nos ocurre a todos los que pasamos la barrera intimidante de los cuarenta y que comenzamos a ver el pasado con su carita de ajonjolí, su pose teatral de matinée dominguera y su acento rabioso de hazaña quebrada por el tiempo.
Alfredo Freites, en memorable página, lo dice muy bien: "Son los cinco sentidos orientados a favor del pasado que de forma automática se presenta para decirnos: he vivido". No encuentro otra definición mejor de la nostalgia.
Simone de Beauvoir, que era una mujer medio pesimista, creía que la nostalgia nacía cuando el hombre adulto descubría su vida de niño donde la libertad le ha sido ocultada.
Yo teorizo menos, porque la nostalgia es lo menos teorizante que puede existir, sencillamente porque existe.
Está en el punto de encuentro que se perdió en el tiempo; en el amigo que fue uña y dedo en la prensa independiente, que has dejado de ver por largos años y que de pronto te lo encuentras brevemente para abrazarlo y recordar hazañas, y que has de olvidar nuevamente a la despedida; en aquella niña de ojos verdes que ahora, al encontrarla al cabo de los años, tiene que recordarnos quien es ella y lo que fuimos en algún tiempo que se perdió para siempre; en la mañana de pueblo que ya nos es igual porque ahora espera el colegio de los hijos y el trabajo que apura las horas y la consume; está en ese olor que de repente te llega y que tú no sabes de donde procede, pero te llega y sabes que está ahí y que te recuerda algo; en aquella película vieja que de pronto ofrecen por la televisión; en alguna comida que ya no sabe igual porque el aceite es sin colesterol...
Y así, en cada instante pueril, a veces amorfo, hay un recuerdo que nace, esplendidez que sólo disfruta el adulto que hizo recuerdos para pedir construir sus nostalgia, o para dejar que caiga en uno, como un aguacero torrencial.
A decir verdad, a mi la nostalgia me abruma y apasiona. Algunos amigos me dicen que yo me recuerdo de cosas que ellos no recuerdan. Tal vez escuché nostalgias adultas cuando fui niño y las retuve en mi memoria como nostalgias propias.
En verdad, de escuchar la palabra "nostalgia" me comienza un hervidero en el estómago. Ese tiempo pretérito que nunca fue mejor, jamás, pero que uno sabe que fue tiempo de ilusión y de esperanza, o tal vez no existieran nunca las ilusiones ni las esperanzas, y esto sólo sea un ardid que se ha inventado la nostalgia, esa que Freites sabiamente dice que "casi se puede tocar" y que tiene en cada uno su propia fisonomía.
A cada cual le cae de vez en cuando su aguacero de nostalgia y, ¡ay de aquellos que no saben aprovechar ese chubasco para bendecir la vida bajo los recuerdos del pasado!
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