Una pesadilla sobre ruedas
La medida de promover el uso de la bicicleta por la crisis del transporte devuelve a la memoria los peores años del aún inacabado 'período especial'.
Lo peor de una pesadilla es que, en el intento de escapar de ella, uno puede construir el espejismo de un despertar, pero la sensación de peligro e inmovilidad persisten. Uno cree que ese segundo sueño es la realidad.
Al leer que en una reunión del Consejo de Ministros presidida por el Presidente cubano en la que se debatió el eterno problema del transporte en el país, una de las propuestas fue promover el uso de bicicletas, sentí algo así: estamos atrapados en una segunda fase de la pesadilla de los años 90, novelescamente llamada "período especial".
Y hasta me pregunté si es por eso que solo se sabe con exactitud cuándo comenzó oficialmente, pero su término nunca se ha proclamado.
La transición la dictó el cese de los terribles apagones; el resto, los enormes "camellos" de metal que afeaban el paisaje urbano, marejadas de bicicletas y gente que salía a la calle buscando una salida: vendedores, cazadores de turistas, mendigos o "tiradores" que drenaban en cualquier parte su soledad y frustración… se disolvieron en la imparable convulsión de la supervivencia.
Pero basta la noticia de esta renovada propuesta para desanclar el recuerdo de la memoria, y por supuesto, para barrer cualquier rescoldo de confianza en el futuro de Cuba.
Y uno se pregunta: ¿otra vez? O peor: ¿hasta cuándo?
Por el año 1992, en una clase de danza, sufrí una lesión en la rodilla derecha. Un amigo me llevó al hospital ortopédico Frank País, donde había trabajado, y me atendió un colega suyo, experto cirujano.
Mientras me consultaba, él y su esposa, laboratorista, nos contaban los horrores que veían día a día en el cuerpo de guardia como consecuencia de la "solución" que fueron las bicicletas. Niños con pies mutilados por enredárseles en los rayos de la rueda en movimiento. Improvisados ciclistas muertos o heridos por accidentes de tránsito o por asaltos para robarles el frágil vehículo. Se conocía de emboscadas nocturnas bajo el amparo de los largos apagones.
"Un día se publicarán esas estadísticas", murmuró la esposa del cirujano.
Veintiún años después, no ha llegado ese día. Así que la reciente propuesta como urgente "paliativo" ante las deficiencias del transporte, contará una vez más con la ignorancia y la desmemoria.
Claro que creo en el olvido como mecanismo de defensa, y más: como recurso natural del desarrollo. Pero recordar es también parte inseparable de la dinámica existencial.
Una de las mayores negligencias al distribuir bicicletas a la población en los años 90 fue la ausencia de redes de calles diseñadas expresamente para su circulación. Las que se hicieron atropellada y hasta chapuceramente en un margen de las vías, o se trazaron por territorios escarpados que arrebataban en una o dos pendientes la energía del ciclista, fueron insuficientes para garantizar su seguridad.
Recuerdo aquellas oleadas de bicicletas bajo un sol implacable. Los conductores exangües por la fatiga. Recuerdo amigos que encontré súbitamente enflaquecidos por la combinación del violento ejercicio y la escasísima comida. Los aún irrisorios salarios y los disparados precios actuales en tiendas y agromercados no hacen mejor ahora mismo la situación para el cubano de a pie.
Recuerdo, al cruzar de noche una calle en pleno apagón, el susto de sentir algo rozarme y pasar como una flecha: eran bicicletas que atravesaban la impenetrable oscuridad sin luces y sin timbres instalados.
En muchos barrios de la Habana no se necesitan apagones para revivir estos riesgos: casi todas las calles carecen de alumbrado. Esto, sin contar el estado mismo de las vías, donde profundos baches (que también sobrevivieron al Período Especial), engrosarán esas ocultas cifras de accidentes o asaltos.
Las rejas que se han instalado como medida de protección en las ventanas de ciertas tiendas en divisa, ¿no son también indicios de que nos preparamos para el auge de la delincuencia?
Sé que no bastan estadísticas para entender la extensión y la profundidad del bien. O del mal.
Pero algunas son imprescindibles. Especialmente si se trata de pensar el destino de cientos o miles de ciudadanos a los que el Estado (una vez más), falla en solucionarle una necesidad tan básica como el transporte.
Cientos o miles de ciudadanos con vidas objetivamente vulnerables.
Un detalle que asimismo se ignoró al autorizar la salida por mar con medios propios en lo más álgido del triste "período", donde el agua, oportunamente, se tragó también las estadísticas.
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