Cuba actualidad, Jaimanitas, La Habana, (PD) La nomenclatura "caso social" se estipuló en Cuba como un rimbombante método de atención a desvalidos, que elevaba a altos estratos la faz humanitaria de la revolución socialista.
Mireya Saldívar, una anciana que vive sola con su hijo inválido en Calle 3ª entre 226 y 228, en Jaimanitas, me ha contado ayer una historia distinta.
Comienza con el accidente de su hijo Enrique en la ponchera de Montufar, a la entrada del pueblo, que posee el único compresor de aire en varias millas a la redonda, y donde se cogen ponches a neumáticos de autos, bicicletas y motos.
Enrique era trabajador civil de mantenimiento en una unidad militar de Pinar del Río, pero quedó desempleado en el 2006 por falta de contenido de trabajo. Cuando el viejo Montufar abrió la ponchera, en 2012, lo puso a coger ponches y echar aire junto a otro muchacho desempleado del barrio.
Hace unos meses, le reventó un neumático a Enrique en la mano y fue lanzado sobre un montón de hierros. Se clavó una cabilla en la espalda que le interesó dos vértebras y lo dejó postrado para el resto de la vida.
Como el joven no tiene padre ni hermanos, Mireya pasó las de Caín durante todo el proceso de la intervención quirúrgica y la convalecencia en el hospital. Al llevarlo para la casa comprendió que Enriquito solo la tenía a ella y a su minúscula pensión de 120 pesos mensuales, que no alcanzaba para cubrir los gastos de la casa y las medicinas. Se enteró que estos casos eran atendidos por el Departamento de Asistencia Social del policlínico, donde la autorizaban a recibir de la farmacia los medicamentos gratis.
Mireya se dirigió al Departamento de Asistencia Social, pero le comunicaron que debía dirigirse a la casa del SIDA, situada en la zona de Atabey, donde entregan las planillas para los casos sociales. Cuando llegó a ese apartado lugar de la geografía habanera, una doctora le informó que la joven de esa área pidió la baja y aún no habían enviado a nadie para remplazarla. Le dieron un número de teléfono para que llamara antes de ir, pero siempre recibía la misma respuesta, hasta un día que le dieron otra dirección: 13 y 36, en el reparto Buena Vista, donde en lo adelante se atenderían estas solicitudes.
En 13 y 36 le orientaron regresar al hospital a solicitar un documento expedido por el equipo médico que realizó la operación, con los datos personales y las firmas de todos los facultativos que participaron en ella, algo que no pudo conseguir, pues un médico se encontraba en viaje de trabajo para Venezuela y otro en una misión internacionalista en Pakistán.
Pidió una entrevista con el director del hospital. Anegada en llanto le suplicó que hiciera una excepción con su hijo. Le entregaron el documento tras casi agotarse en lamentos. Regresó al policlínico de Jaimanitas, pero la encargada de la Asistencia Social había salido de vacaciones. Al reincorporarse en diciembre, le informó que el próximo paso era una declaratoria de un Bufete Colectivo que certificara que el enfermo no contaba con más familiares en edad laboral.
Angustiada por tantas carreras, Mireya le preguntó a la empleada de Asistencia Social si faltaban muchos trámites. "Estás a mitad de camino", le dijo esta, "faltan las firmas y los cuños de la Dirección Provincial de Salud Pública, que queda en La Rampa, y la Comisión General de Asistencia Social, que está en La Habana Vieja. Además de la autorización de la tarjeta firmada por el propio ministro, y una carta de solicitud personal de tu puño y letra con la firma de dos testigos".
Mireya había gastado dos meses de pensión en trámites. Juró que con el cobro siguiente iría a la farmacia a comprar las medicinas "por la izquierda". Hoy, está segura de haberse ahorrado con esa decisión muchas molestias y decepciones. Dice que cuando limpia la herida de su hijo, o lo peina, ha vuelto a contarle el cuento de "La cucarachita Martina", como cuando era un bebé que no conocía el mundo al que su madre lo había traído.
Para Cuba actualidad: frankcorrea4@gmail.com
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