MIÉRCOLES, 02 DE JULIO DE 2014 10:13
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Cuba actualidad, Jaimanitas, La Habana, (PD) En la noche de un martes que recordaré para siempre, en la embajada checa en La Habana, di gracias a todos los que habían ido a compartir conmigo el momento más feliz de un escritor: el lanzamiento de su novela.
Agradecí a los amigos checos, solidarios anfitriones del milagro, a Libri Prohibiti, por organizar el concurso Novelas de Gaveta Franz Kafka, responsables de que estuviéramos allí, a la editorial Fra de la República Checa, por la confección de aquella obra maestra que mostraba en la mano, obra maestra no solo de contenido, también de edición, ilustración, encuadernación y diseño.
También di gracias al Club de Escritores, con Víctor Manuel y Olivera a la cabeza, por su trabajo en pos de levantar desde la sociedad civil un puente de letras con el mundo. A Primavera Digital, un periódico hecho en Cuba y dispuesto todo el tiempo a publicar mis primicias de cuentos, poemas y novelas, un sustento práctico que adicionó siempre a mi obra inédita un buen augurio. Repetí gracias a los que conocía y a los que veía por primera vez, y que llevarían a sus casas la novela, tal vez una buena compañía en los próximos meses... o días.
En ese momento se hizo imprescindible recordar el lanzamiento de mi anterior libro, "La elección", editado en 1991 por la Fundación Boti, de Guantánamo, como premio por haber ganado su concurso nacional.
Como no sabía yo nada de esos menesteres, ingenuamente imaginaba que el lanzamiento de un libro era una actividad literaria donde en un momento determinado el escritor se situaba en cierto punto y lanzaba libros. Y confesé en público que había estado ejercitando el brazo aquella mañana, para que cayeran lo más lejos posible.
Conté al auditorio también lo casual que fue mi llegada a la literatura: Estaba yo sentado con un grupo de amigos en el parque Martí de Guantánamo, cuando llegó alguien a nuestro banco a contarnos lo irritado que se hallaba por causa de un editor que le había cambiado una coma a su escrito.
Era un cuento que había ganado un concurso y le pregunté al recién llegado si podía leer el motivo de su angustia. Cuando lo devolví, le dije que yo muy bien podía escribir uno. No me prestó mucha atención porque pensó que me burlaba. Pero al otro día lo busqué en la Casa de la Cultura donde trabajaba como asesor literario y le entregué mis cuartillas.
Mientras leía se vio claramente asombrado, y otra vez molesto. Había demorado un año en concebir su cuento y el mío yo lo había escrito en un día. Era Wichi Fournier, el perfeccionista, que me habló por primera vez de hojarasca, economía de medios, ritmo... Y me llevó a conocer al Mará, en La Casa de los Mil Colores, Loma del Chivo. Un movimiento disidente en ciernes, interminable tertulia donde poetas, escritores, pintores y teatristas sincopaban con su propia música. Allí conocí a Hemingway, Doctorow, Malcom X... Y me acogió con la mayor ternura entre sus brazos y me acunó esa enviada de Dios: Mamá Literatura.
Ese año gané 5 concursos, ingresé a la UNEAC, me publicaron un libro. Cuando aquello yo era todo lo opuesto a un literato: vice director de una Dirección Provincial de Comercio e Industrias, y descubrí una extraña paradoja: a través de los cuentos podía ser más objetivo que redactando partes decenales o improvisando discursos. Y elegí. Renuncié a todo por escribir. Fue entonces cuando apareció Papá Literatura con una fuerte reprimenda: ¡Veintitrés años sin lanzar otro libro!
La noche de aquel martes inolvidable, entre todos, rompimos la maldición.
Para Cuba actualidad: frankcorrea4@gmail.com
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