Su mejor herramienta para vender también puede ser su perdición
jueves, diciembre 31, 2015 | Pablo González | 1 Comentario
LA HABANA, Cuba.- A pesar de que hace más de un año, Cuba y Estados Unidos empezaron a negociar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países, no se ha reflejado ningún avance en beneficio de la sociedad. Los cubanos siguen ingeniándoselas para poder sobrevivir.
Los pregones que se escuchan en las calles son una muestra de ello. Muchos son de personas a quienes no les queda otra opción para buscarse la vida. Cada uno tiene una historia que contar.
Nena, la “merolica” del barrio
Nena, de 72 años es vendedora ambulante en Santiago de las Vegas. Quienes se dedican a lo mismo que ella son llamados “merolicos”. Dice que no tiene licencia de cuentapropista, pero todos la conocen en el barrio por sus pregones.
En entrevista con CubaNet, contó su testimonio: “Hace tiempo estaba vendiendo la pasta dental y el café de mi libreta de abastecimiento, me ganaba diez pesos en cada artículo. Es la forma que tenía para que me alcanzara la comida todo el mes. Estaba pregonando un día en el mercado cuando llegó la policía y me quería quitar las cosas por estar vendiendo sin permiso. Me tiré al piso y empecé a dar gritos fingiendo tener demencia senil. No paré hasta que me devolvieron todo. La gente que estaba cerca me ayudó gritándole a la policía que me devolviera las cosas.”
“Lo que cobro de pensión no me da para vivir, si la policía me quitaba lo que estaba vendiendo me quedaba literalmente sin comida”, dijo.
Vendedor de pozuelos
Guillermo Rodríguez, exvendedor ambulante nos confesó por qué dejó de realizar ese oficio. Nos contó su historia:
“Yo revendía pozuelos plásticos, los compraba en la cuevita (lugar donde venden todo tipo artículos en el mercado negro, más baratos). Estaba concentrado en que mis pregones llegaran a todos los clientes cuando me tropecé con la policía cara a cara. El nerviosismo me dio por arrancar a correr con mis pozuelos, tiré todo lo que traía para dentro de la primera casa que encontré pero la dueña devolvió las cosas y la policía tirándome al suelo me quitó todo. Me puso una multa de 50 dólares que todavía estoy pagando.”
“Desde entonces me metí a “buzo” (recogedor de materia prima en los tanques de basura). Con esta gente (el gobierno) no se puede echar la guerra porque la pierdes al seguro”, agregó.
Petróleo mezclado con queso
Un vendedor de quesos de la provincia de Mayabeque, que no quiso publicar su nombre por temor a perder su negocio, dijo cómo realiza su trabajo y los riesgos que corre: “Yo voy a Camagüey a buscar quesos para venderlos en La Habana, los vendedores de pizzas me lo pagan bien. En una ocasión me quedaban unos pocos quesos y decidí meterme en el barrio de ‘Primero de Mayo’ para terminar el día”, comienza a contar.
“Generalmente dentro de barrios como ese no hay policías y uno puede pregonar sin problemas, pero la policía llegó y me pidió los documentos”, continúa. “Sabía que me iban a quitar los quesos, así que los puse en el suelo y les vacié encima una botella de petróleo que traía conmigo para un caso así. Prefiero tirar los quesos que dárselos a la policía para que se lo coman en la estación. Me pusieron una multa de 50 dólares y me quitaron el dinero recaudado.”
Cuando se le pregunta si ha desistido de su negocio, responde: “Voy a seguir haciendo lo mismo, así es como me busco la vida hace tiempo y no pienso dejarlo.”
Son muchas las historias de los vendedores ambulantes, en medio de una lucha donde su mejor herramienta, la voz, también puede ser su perdición.
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