SOCIEDAD
| Miami | 5 Abr 2016 - 6:29 am. | 31
Vecinos de un barrio habanero impidiendo que la policía se lleve presa a una mujer por gritar consignas contra la dictadura. Activistas repartiendo volantes y vociferando proclamas anticastristas en las más concurridas calles, mientras los transeúntes, lejos de asustarse a su paso —como era habitual—, reciben con agrado lo que se les ofrece. Gente que harta de tragarse sus quejas y reprobaciones, decide airearlas a voz en cuello, sin miedo ni complejos… Difícilmente transcurre un solo día sin que imágenes de esta índole surquen las redes sociales, seguidas con particular interés y reenviadas por cientos de miles de espectadores, cubanos o no.
Algo ha empezado a moverse al fin dentro de Cuba. Y se trata de algo nuevo, contenido en el hecho, sin precedentes, de que nuestra gente de a pie parece contemplar la revelación pacífica como posible e impostergable, y la está asumiendo espontáneamente, sin que por lo general haya sido convocada, sin atenerse a planes ni a ningún tipo de organización previa, y, lo que es aún más alentador, logrando descolocar con su espontaneidad a las hordas de la policía política.
Los que hasta ayer mismo repetíamos que la sofisticada y tan bien aceitada maquinaria represiva del régimen imposibilita en Cuba las protestas masivas en las calles, podríamos estar a punto de recibir una lección definitoria. Y gracias quizá a la concurrencia de acontecimientos y azares, todo indica que esta lección no nos será impartida por ningún líder o por alguna ideología política en particular, sino por personas anónimas, la consabida gente del montón, aquellos a los que también innumerables veces calificamos de carneros y cobardes y aguantones, olvidándonos (apremiados como estábamos por el sufrimiento) de que ningún pueblo es más ni menos valiente que otro, sino que son las circunstancias las que determinan los hechos de la historia, aún más incluso que el carácter de sus protagonistas.
Hay quienes piensan que la novedad obedece únicamente a un impulso pasajero. Obama calentó La Habana, suelen decir, dejando traslucir la sospecha de que con el paso de los días, según se vaya disolviendo la pica-pica que (en el mejor sentido del término) dejó regada el ilustre visitante en nuestra atmósfera, los ánimos volverán a enfriarse para que todo continúe su curso "normal" de las últimas décadas. No tendría que ocurrir necesariamente así, pero como nadie es profeta en su tierra, no queda sino esperar a que el tiempo exponga las conclusiones.
Sin lugar para dudas, Obama, y muy en especial las verdades que dijo en La Habana, y el modo y los lugares en los que habló, han constituido un gran detonante en este caso. No ha sido el único, puesto que tampoco hay que olvidar las temerarias labores de UNPACU o las de #TodosMarchamos, no menos ejemplarizantes. Claro que al final los detonantes no son sino la sustancia que hace estallar una carga explosiva, el clásico fósforo que cualquiera puede arrimar al barril de pólvora. Porque lo decisivo es el barril. Y ese solamente radica en la conciencia, en los ánimos y en la resolución de la ciudadanía.
Por lo demás, en caso de que esta amenaza de erupción social continúe prosperando y termine en lo que todos deseamos, tampoco habría que extrañarse demasiado. Ya era hora. Y como quedó dicho, no sería la primera ni la única. La historia abunda en ejemplos. Uno entre decenas, cuenta que la revuelta que acabó destronando al emperador Haile Salassie, amo, juez y verdugo de los etíopes durante 50 años, surgió a partir de una improvisada protesta popular frente a una gasolinera de Addis Abeba, debido al aumento del precio del combustible.
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