Carlos Alberto Montaner
Les agradezco inmensamente a mis amigos de Cubanos Unidos de Puerto Rico, esa organización de patriotas, desinteresados y bienintencionados, la oportunidad de dirigirme a ustedes nuevamente. Son de una benevolencia que no abunda en los grupos políticos de cualquier nacionalidad.
Lamentablemente, no he podido pronunciar esta charla en persona, dado que la fecha coincidía con un previo compromiso adquirido en España, pero mi fraterno Ariel Gutiérrez me prestará su voz, que es más potente que la mía, para hacerles llegar unas cuantas reflexiones.
Como se ha elegido la fecha del nacimiento de Martí, que lo dio todo por Cuba desde que era un adolescente, y como el grupo que convoca a este evento trabaja afanosa y duramente para restaurar la libertad y la democracia en la Isla, quiero referirme a la política norteamericana hacia nuestra patria, especialmente ahora que ha habido un significativo cambio de mando en Washington.
Creo que es un asunto vital que conviene analizar.
No hablaré de lo que Donald Trump hará con relación a Cuba, porque no lo sé, y ni siquiera estoy seguro de que él mismo lo sepa, acaso porque nuestra Isla no está entre sus prioridades.
De manera que me limitaré a comentar los acuerdos alcanzados entre Raúl Castro y Barack Obama a lo largo de varios años, pero centrándome en un hecho esencial: lo que uno y otro pretendían obtener de las negociaciones.
En el caso de Obama, todo está claramente expresado en un documento oficial divulgado por la embajada de EE.UU. en La Habana el 14 de octubre de 2016.
Se puede obtener por Internet, y se titula “Directiva presidencial de políticas para la normalización entre EE.UU. y Cuba”.
Ahí está todo desde el ángulo norteamericano. Todo: las premisas, los planes, quiénes deben llevarlos a cabo y lo que Washington espera lograr.
En el caso cubano hay que extraerlo de múltiples declaraciones de Raúl y en otros tantos discursos de Fidel.
Barack Obama
Comencemos por la perspectiva de Obama.
Como sabemos, Obama terminó con la estrategia del containment, de la contención del enemigo, y la sustituyó por la del engagement, que consiste en renunciar a las hostilidades y abrazar al ex adversario para tratar de modificar sus posiciones por otras vías.
El engagement viene a ser algo así como: “si no has podido derrotarlo, apacígualo”.
Para Obama, como para John Kerry, como para tantas personas, Cuba era un pobre país afectado por la inercia política de unos Estados Unidos que no acababa de entender que la Guerra Fría había terminado.
O tal vez mucha gente en Washington lo sabía, pero los exiliados cubanos de la derecha habían secuestrado esa política, enquistándola en un pasado que ya no se podía continuar defendiendo.
Cuba, en definitiva, era una víctima de estas fuerzas.
Así lo veía Obama y se lanzó a corregir el error para legarle a Estados Unidos un problema resuelto, y a los cubanos, a largo plazo, un país próspero y sosegado en el que la democracia llegaría de la mano de una creciente sociedad civil que trataba de impulsar.
Su administración, como han dicho varias veces el Presidente y sus portavoces, quiso ponerle fin a la estrategia de confrontación desplegada por los diez presidentes que lo precedieron en el cargo, desde Ike Eisenhower hasta George W. Bush.
¿Por qué impulsaba el cambio? Primero, porque el embargo y las fricciones, decía, no habían conseguido destruir a la revolución. Supuestamente, habían fracasado.
Además, la hostilidad de Washington hacia La Habana, suponían, se había convertido en un elemento tóxico que envenenaba los vínculos entre las naciones de América Latina y Estados Unidos.
En ese sentido, la tarea minuciosa y constante de los cuerpos de inteligencia de Cuba, en todo el ámbito del planeta, había dado sus frutos.
Casi todos los gobernantes de Occidente y numerosos cancilleres cuando conversaban con sus homólogos estadounidenses les pedían que levantaran el embargo.
La orquestación cubana había tenido un total éxito.
Muchos de los interlocutores de Estados Unidos aseguraban que, tan pronto se derogara, la dictadura comunista se quedaría sin argumentos y colapsaría, como si la fuerza de un Estado totalitario radicara en la lógica interna de su relato político y no en la eficacia de su aparato represivo.
Simultáneamente, una vez al año, ritualmente, Cuba llevaba ese tema a las Naciones Unidas y conseguía una apabullante condena a Estados Unidos., al menos desde que Washington bajó la guardia y dejó de defenderse.
Finalmente, en el 2016, en un gesto político inusitado, Estados Unidos se abstuvo de votar en contra de una resolución en la que se censuraba la actitud del propio país.
Los representantes de USA en la ONU pasaban por alto que existía una ley, conocida como la Helms-Burton, aprobada en 1996, durante el gobierno demócrata de Bill Clinton, que implícitamente obligaba a la diplomacia norteamericana a defender la voluntad del pueblo estadounidense expresada en el Congreso por medio de sus representantes.
Podrá argumentarse que la ley no expresaba la voluntad del pueblo americano, pero desde que se constituyó la republica de Estados Unidos como una democracia representativa, en el último cuarto del siglo XVIII, We, the people, sólo se manifiesta por medio de sus representantes en el Congreso y obedecer sus leyes es el fundamento del Estado de Derecho.
Es una total incongruencia sentirse orgulloso de la Constitución americana e ignorar su espíritu cuando no se adaptaba a las creencias del gobernante.
Fidel y Raúl Castro
Decía, hace unos párrafos, que para entender la posición de Cuba, y lo que espera la Isla, hay que convertirse en hermeneuta y viajar por los largos discursos del Comandante recientemente fallecido, aunque sea un trabajo ingrato y aburrido.
Es conveniente ver (https://www.youtube.com/watch?v=lR9Enhisz04). Sólo dura un par de horas, todo un record de brevedad para este personaje patológicamente locuaz que fatigó su laringe incesantemente.
Fue pronunciado en 1994 frente a un auditorio internacional que había acudido a La Habana a mostrar su solidaridad ante la orfandad en que se encontraba la revolución tras la desaparición de la URSS y sus satélites europeos.
Era el peor momento del “periodo especial”, cuando miles de personas perdieron la vista como consecuencia de la desnutrición.
Lo único realmente interesante de esa perorata es que Fidel reconoce que desde tiempos remotos, desde la época de Nixon, y luego todos los presidentes que siguieron, la Casa Blanca trató de arreglar su diferendo con la Revolución, pero a cambio de que Cuba dejara de intervenir en los asuntos de otros países.
Fidel menciona de pasada, sin detenerse demasiado, a África y Centroamérica, donde la presencia de los cubanos era inocultable, pero hubiera podido mencionar a Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia –donde murió Che Guevara-- y al resto de los países latinoamericanos, porque a todos, incluyendo expresamente a Puerto Rico, llegó la larga mano cubana, como alcanzó también a los propios Estados Unidos cuando La Habana, entonces protegida por la URSS, asistió a los grupos radicales afroamericanos conocidos como “Panteras negras”.
¿Por qué no pudo concretarse ningún acuerdo entre los diferentes gobiernos estadounidenses y Cuba?
Fidel lo dice clara y altaneramente: por “los principios revolucionarios”.
¿Cómo la revolución iba a abandonar a sus camaradas en armas? ¿A quién se le ocurre que un verdadero revolucionario deserta del campo de batalla a cambio de unas ventajas económicas?
El imperialismo funciona así, pragmáticamente, porque no tiene principios y cree que puede comprar a los verdaderos revolucionarios, dice el Máximo Líder.
O sea, para Fidel, para Raúl, y para la cúpula dirigente, los principios revolucionarios se reducían al derecho que supuestamente les asistía de intervenir en los asuntos de otras naciones para tratar de implantar regímenes totalitarios de partido único.
A eso le llamaban el “internacionalismo revolucionario”, y entonces lo proclamaban a los cuatro vientos: “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución”.
“Hacer la revolución” es una expresión vaga que significa adiestrar terroristas, participar en guerrillas, tratar de derrocar gobiernos democráticamente electos o dictaduras, siempre que no sean de izquierda, ejecutar adversarios, despachar ejércitos a cualquier continente, forjar campañas de propaganda, difamar adversarios, diseminar mentiras, involucrarse en el narcotráfico, sobornar políticos venales, falsificar documentos, moneda, y hasta champán francés.
Cualquier arma es legítima para luchar contra el imperialismo. Cualquier aliado es útil: la URSS (cuando existía), o la Rusia de Putin, Irán, Siria, China, las peores satrapías africanas, Corea del Norte, cualquiera.
En realidad, el único requisito es que sea manifiestamente antiyanqui. El antiamericanismo es el sustituto de las ideologías.
Repitamos el cable de France Press publicado desde Teherán el 9 de mayo del 2001.
Observen la fecha: han pasado siete años del discurso de marras y una década de distancia de la desaparición de la URSS y el supuesto fin de la Guerra Fría. Dice así el cable de France Press:
“El Guía de la República islámica iraní, el ayatola Alí Jamenei, y el presidente cubano Fidel Castro preconizaron este miércoles en Teherán una "cooperación irano-cubana" para favorecer "el hundimiento de Estados Unidos".
"Estados Unidos está más vulnerable que nunca y es por eso que una cooperación entre los dos países puede contribuir al hundimiento de ese país opresor", indicó el ayatolá Jamenei, durante un encuentro con el líder de la Revolución cubana. Jamenei, cuyas declaraciones fueron trasmitidas por la radio y la televisión, afirmó que Irán, "país alentado por un pensamiento islámico, resistirá a la opresión mundial dirigida por Estados Unidos".
"Sobre la base de nuestra ideología islámica, consideramos a Estados Unidos como un régimen opresor", agregó el número uno iraní, al recibir al presidente Castro en un encuentro al que también asistió el presidente de Irán, Mohamad Jatami. El ayatolá Jamenei deploró "la debilidad de la acción de la Iglesia católica" ante lo que llamó "la injusticia en el mundo", según la radio y la televisión. Por su parte, el presidente Castro, que visita Irán desde el lunes por la noche, denunció "el comportamiento incivil" norteamericano y subrayó que Cuba "no tiene miedo a ese país".
"El régimen norteamericano es débil y nosotros lo vemos de cerca. Puedo asegurarles que no tenemos miedo a ese país", indicó el presidente cubano, citado por los medios de comunicación iraníes."Los pueblos y los gobiernos de Cuba y de Irán pueden poner de rodillas a Estados Unidos", agregó Castro. En declaraciones realizadas también este miércoles durante la ceremonia de su investidura como doctor honoris causa por la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Teherán, Castro había acusado además a Occidente "de querer esclavizar a los otros pueblos gracias a su avance tecnológico".
Hasta aquí el cable de France Press.
¿De dónde surge ese odio irreprimible de los líderes cubanos contra Estados Unidos? ¿Por qué el mismo análisis se mantiene invariable?
Porque surgen de una percepción que no puede cambiar, dado que arraiga en suposiciones ajenas a los datos objetivos.
Fidel, Raúl, y la cúpula por ellos adoctrinada, están convencidos de los siguientes cuatro postulados y los repiten como un mantra:
- El capitalismo, basado en el mercado, es una abominación egoísta que conduce al enriquecimiento de la clase dirigente, a la depauperación creciente de la sociedad y a la destrucción del planeta. Es necesario aniquilarlo y sustituirlo por un sistema más justo que ellos han desarrollado en Cuba. Aún con sus imperfecciones –piensan—los cubanos viven en un sistema solidario que es el mejor del mundo. Lo han dicho y repetido mil veces.
- El capitalismo, además, crea relaciones de dependencia y subordinación en las naciones del tercer mundo a las que someten por la superioridad tecnológica y por los términos económicos del intercambio. Cada día que pasa los antibióticos o los aviones cuestan más sacos de azúcar o de maíz. Insisten en la desacreditada “Teoría de la dependencia”.
- Estados Unidos, una nación sin escrúpulos, es la cabeza imperial del capitalismo y, por lo tanto, hay que combatir sin tregua a ese azote de la humanidad hasta que, como prometía Fidel Castro en Irán, “Estados Unidos esté de rodillas”.
- No obstante, como el capitalismo es un sistema hegemónico, es necesario, al menos por ahora, convivir con él y extraerle cualquier beneficio, a la espera del momento histórico adecuado para cortarle la cabeza a esa hidra implacable, enemiga de la humanidad.
Los cambios propuestos por Obama
Por eso Raúl Castro aceptó con el mayor regocijo la oferta de reconciliación que le brindó Obama. Llegaba sin ningún condicionamiento. Era perfecta para la revolución y sus “principios”.
Cuba podía practicar el “internacionalismo revolucionario” y combatir al imperialismo yanqui, pero, simultáneamente, tener buenas relaciones con el enemigo. Se había dado el insólito milagro de “comerse el cake y continuar teniéndolo”, como reza la vieja frase norteamericana en torno a la imposibilidad de ciertos hechos.
Naturalmente, habría que preguntarse hasta qué punto Raúl Castro ejerce esos principios o sólo se trata de una cabriola retórica a la que están tan acostumbrados los revolucionarios.
Pues bien: los ejerce de una manera directa y agresiva en el ámbito de los llamados países del Socialismo del Siglo XXI.
Ha variado la táctica, pero no los objetivos.
El Socialismo del Siglo XXI es la mayor cantidad de antiyanquismo y antioccidentalismo que permiten las circunstancias actuales.
Cuba, por medio de sus servicios de inteligencia y sus operadores políticos, en su momento perfeccionados por el KGB y la Stasi, controla y sostiene a Nicolás Maduro en Venezuela, y en menor medida a Evo Morales en Bolivia, a Rafael Correa en Ecuador y a Daniel Ortega en Nicaragua.
Por medio del eje La Habana-Caracas, surgido al calor de estos delirios, Irán tiene hoy una presencia en América Latina y los terroristas islamistas disponen de una ayuda sustancial que les permite acceder a Estados Unidos, con pasaportes venezolanos, tanto desde la frontera canadiense como desde la mexicana, como ha demostrado el investigador Joseph Humire del Center for a Secure Free Society.
Finalmente
Estos papeles terminan con dos preguntas inesquivables:
Primero, ¿continuará la Casa Blanca tratando a un enemigo tenaz e irreductible como si fuera un gobierno “normal” o una “víctima del imperialismo”, o volverá al realismo de los diez presidentes, demócratas y republicanos, que pasaron por la Casa Blanca antes que Barack Obama?
Segundo, ¿insistirán en la fantasía de que la Guerra Fría terminó totalmente, pese a la evidencia de que ha surgido un frente distinto, tercermundista, acaudillado por Cuba, sin ojivas nucleares y sin ejércitos pavorosos, pero cuyos objetivos son los mismos?
Mientras Estados Unidos llevaba a cabo su cambio de mando, y Obama defendía su “legado cubano”, en Nicaragua se celebraba un congreso del Foro de Sao Paulo, fundado por Fidel Castro y Lula da Silva a principios de la década de los noventa.
Si yo fuera un funcionario de la nueva administración me tomaría el trabajo de leer las conclusiones de los participantes. Al menos me preocuparía de saber por dónde van los tiros.
Simultáneamente, como soy un cubano exiliado, enemigo de la tiranía comunista, como lo son mis compatriotas de Cubanos Unidos, seguiré enfrentado al gobierno de Raúl Castro, haga lo que haga Washington.
No rendirse nunca es la consigna invariable.
Gracias, Ariel, por leer este texto. Gracias, hermanos, por escucharlo.
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