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Por: José Antonio Frandín
Director de Relaciones Públicas Facebook: jose frandin Twitter: @frandincribe www.democraciaproactiva.org Miami, Florida - Estados Unidos
El régimen cubano está dando señales de su ocaso político. Las diferentes maniobras socioeconómicas que están realizando muestran que no tiene alternativa de gobernabilidad. Todas sus acciones están relacionadas con ganar tiempo hasta el mes de noviembre, con la esperanza de que en las elecciones de los Estados Unidos, gane el candidato demócrata Joe Biden.
La expectativa es válida, ya Barack Obama en su visita a Cuba y durante su reunión con 14 líderes de la oposición cubana propuso el modelo birmano, algo que Guillermo Fariñas, Berta Soler y Antonio Rodiles rechazaron tajantemente por ser ese modelo prerrogativa de una Junta Militar, que mantiene todos sus privilegios y cercena las libertades.
Muchos son los indicios de que la nomenclatura del régimen no apuesta por la sucesión política, ya que sus herederos ningunos ocupa cargos políticos, todos están vinculados al aparato económico, y muchos rehaciendo su capital en los Estados Unidos y otros países capitalistas.
La multiplicidad de factores, desde la culminación biológico-generacional de la cúpula gobernante histórica cubana hasta la crisis económica mundial, producto del coronavirus COVID -19. Ponen al régimen contra la pared, incluso una situación peor que la del llamado periodo especial, pues ahora es una crisis mundial, no la reorganización socioeconómica de la entonces Unión Soviética y el campo socialista, como fue en aquella ocasión.
En estos momentos las remesas desde el exterior han disminuido exponencialmente, la correlación de fuerzas internacional ha disminuido extraordinariamente, principalmente en América Latina, donde la izquierda ha perdido terreno. Los principales proveedores de combustible durante el periodo especial, Libia e Iraq ya no están como aliados y Venezuela está sumida en una tremenda crisis generalizada. Cuba como país no está en condiciones de soportar un encierro económico como lo viene realizando, ni puede hacer los ajustes económicos que el país necesita.
Los líderes de la represión histórica ya casi todos han desaparecidos y los nuevos saben que no infunden el miedo necesario como para contener un estallido social. Hay que agregar que la oposición cubana no tiene un liderazgo político, que pueda conducir la inquietud social bajo los parámetros de la lucha cívica no violenta, como ha sucedido en Venezuela.
Ante la fragilidad progresiva del régimen, llama poderosamente la atención la incapacidad que tiene la comunidad política cubana para afrontar un cambio de gobierno. Los mecanismos para organizar la vida política de un país universalmente reconocida dentro de un proceso democrático son por elecciones. Y las elecciones tienen que ser organizadas por un Consejo Electoral independiente y no bajo las premisas de un régimen totalitario. Esa realidad debe ser entendida por la oposición cubana dentro y fuera de la Isla.
Una sociedad para organizarse políticamente toma mucho tiempo, por lo que un vacío de poder pudiera generar varios escenarios: (1) una anarquía generalizada e incontrolable (2) que fuerzas extranjeras, incluyendo los cascos azules de las Naciones Unidas tengan que intervenir (3) que la actual nomenclatura negocie una apertura, presuntamente democrática, con los Estados Unidos a cambio de lograr una estabilidad social. Si los Estados Unidos no perciben una oposición estructuralmente organizada, bien podrían aceptar la proposición.
Todos estos antecedentes nos llaman a la reflexión y a tomar medidas urgentes para empoderar institucionalmente la oposición política y la sociedad civil cubana con instituciones que canalicen la gobernabilidad democrática y las pongan en capacidad de formar hasta un gobierno de transición en Cuba.
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