Autor: Ramiro Gómez Barrueco Ex preso político cubano

Así se identifica la victoria de los reclusos del Presidio de Isla de Pinos, sobre la guarnición comunista del penal.  La aparente impotencia patriótica derrotó a la falsa omnipotencia totalitaria.

El día 23 de marzo de 1967, a los sádicos represores, no les quedó ningún preso a quien aterrorizar para sentirse superiores.  Sus rostros no podían ocultar su frustración, la represión final fue desenfrenada. Ahora, ellos estaban aterrorizados ante su propia historia, los habían embarrado y abandonado en un imborrable baño de sangre.  La sangre de los héroes de la libertad es tinta imperecedera en el alma de la patria.  Nosotros, ayer víctimas y hoy testigos de su sangriento lodazal histórico, estamos escribiendo la historia con esa tinta.

El Reclusorio Nacional fue clausurado porque la tiranía comunista fracasó ridículamente en el objetivo de doblegar y desmoralizar a unos hombres irrevocables.  NO trabajaron voluntariamente, NO se reeducaron, NO se arrepintieron de su credo libertario, NO traicionaron sus principios, NO abandonaron su religiosidad, NO negaron sus convicciones, NO disminuyeron su integridad moral.  NO se rindieron. Resistieron y prevalecieron.

El experimento exterminador comunista le produjo resultados contraproducentes:  fabricaron una fábrica de líderes anticomunistas.  Esculpieron un paradigma de resistencia democrática.  Los presos reafirmaron y endurecieron su condición humana.  El muy castigado quehacer político, cultural y religioso se consolido y fortificó; se concientizó.  La resistencia interna y el contacto con la resistencia externa, dentro y fuera de la isla, aumentó; nuestro mensaje de confrontación bélica atravesó las rejas y el océano.  Nuestras familias fueron palomas mensajeras, doblemente heroicas.

El compromiso de luchar hasta la muerte por liberar a nuestro pueblo del yugo totalitario se fortaleció; es evidente la vigencia de ese compromiso. Estábamos y estamos orgullosos de ser símbolos de la lucha por una de las causas más justas de la historia de nuestra patria y de la humanidad.  La democracia, la libertad, la justicia, los derechos humanos, la decencia y el progreso.

Perdieron la gran batalla entre la dignidad y el terror.  Se retiraron a tiempo porque el desenlace que se avecinaba era apocalíptico.  Diariamente se producían rebeliones variopintas en los bloques de trabajo; los planes de confrontación masiva, de azadones contra ametralladoras, iban pasando raudos del sueño a la realidad.

Eran incontenibles las golpizas cotidianas, torturas, asesinatos, dinamita, bartolinas, humillaciones, requisas, hambruna, mojonera, ojos sacados, testículos cortados… Vivíamos preguntándonos, segundo a segundo, quien se sacaría el macabro boleto de la lotería de la mutilación, la invalidez o la muerte. Tantas monstruosidades minimizaron nuestras agonizantes esperanzas de sobrevivir. Matar el miedo era el precio del improbable boleto de salvación. Matamos el miedo.

Se equivocaron al considerar que éramos un almacén de presos; éramos una cantera de patriotas. Un foco inagotable de resistencia. “No fuimos vencidos ni aun vencidos, no fuimos esclavos ni aun esclavos, y trémulos de pavor éramos bravos”.  La magia de los héroes patrios reencarnó en la soledad y el abandono de nuestro sacrificio paradigmático.  Nadie veía, nadie hablaba, nadie escuchaba; fuimos los desconocidos de siempre.  Fuimos los sacrificados del Caribe.

Pero no hay tiempo para llorar cuando lo necesitamos para luchar.  No importa que, después de 62 años de confrontación permanente, el tiempo implacable nos engarrote las manos y nos castigue los huesos; la historia de nuestra futura libertad no padece de artritis.  Otros presos patriotas ocuparon nuestras celdas y las lágrimas de otras madres, humilladas e ignoradas, humedecen los pañuelos testigos de la voluntad del cambio democrático cubano.  Un cambio que jamás se logrará con miel, flores y caricias sino con arsénico, pólvora y cocotazos.  

El legado más importante y consecuente del Presidio Político, se encuentra en las raíces históricas de rebeldía, que causaron las condenas a prisión de esos héroes.  Legado sintetizado en el himno de guerra de los presos. Himno escrito por nuestro inmortal hermano Manuel Villanueva, himno que define nuestra razón de ser y nuestro inviolable compromiso de lucha, alfa y omega de nuestra existencia:

“Cuando un día, suba yo la montaña, y en la cima, nos volvamos a ver, será entonces, cuando el sol amanezca, flotará una bandera, y podremos volver… Mano a mano, por delante la estrella, y la cruz como emblema, destruiremos la hoz; si caemos, nuestra sangre que es roja, bañará, la llanura y el mar, y tiñendo, de rojo nuestras olas, a la patria que llora, le traerá libertad”

El 11 de julio demostró que existen reservas morales en nuestro pueblo.  Somos la mayoría, somos más y más valientes, somos la juventud y el dueño de la juventud es dueño del futuro.  Nos negamos a ser “los esclavos sin pan” de la mafia comunista.  Sabemos que el antídoto mágico contra el hambre, el terror, la miseria y la angustia totalitaria es LA LIBERTAD.

La patria pide a gritos hombres que tengan “el decoro que le falta a los demás” y piernas de alpinista para escalar la montaña de Villanueva.  La montaña de vida nueva.