A otro perro con ese Lazo
Por Ramón Fernández Larrea.
Hay lazos de amor y lazos de amistad. Lazos para el pelo, lazos matrimoniales y otros lazos que enlazan. Por haber, hay hasta lazarillos, que son los lazos que te ayudan a cruzar ciertos puentes.
Y hay puentes que no llevan a ninguna parte, ni comunican nada, porque ambas orillas no se pueden reunir si se desconoce el dolor que existe porque alguien rompió esos lazos y los convirtió en lazos de sangre. Hay lazos que nunca se pueden amarrar y puentes que destruyen. Puentes hechos para que nadie cruce, o para definir a los que cruzan. Detrás de una hermosa intención, la dictadura cubana siembra malas intenciones y sospechas.
También hay lazos para adornar la cabeza de las niñas y mujeres y, por qué no, de varones que se sienten niñas o mujeres. Lazos que envuelven regalos, lazos que enlazan y otros que enlodan. Y los hay peores, lazos traicioneros, lazos traidores, que ponen sus cintas en manos de quienes quieren usarlas para hacer los lazos que les conviene. Son lazos para trampas. O trampas con Lazos, con Carlos Lazo.
¿O será que Carlos Lazo es, en sí mismo, una trampa? No es un trompo, pero gira, en un solo sentido. Comenzó cantando canciones cubanas a sus alumnos gringos, enseñándoles lo bonita que era o fue aquella isla que se veía en lontananza y que él dejó, nadie sabe por qué, tal vez porque no tuvo elección, como lo que sucede dentro de Cuba, donde tampoco hay elecciones y la gente tiene solamente dos: vivir o morir.
Y de aquella ternura cultural, después de que los tiernos gringuitos cantaban La Guantanamera con el mismo acento de Joseíto Fernández, él se subió la parada y pensó que había que acercar más a Cuba, hasta poder tocarla, para que la nostalgia no fuera tan cruda. Entonces se le ocurrió cocinarla y que solamente el amor podía lograr ese milagro, y que había que construir puentes de amor, porque “sólo el amor engendra melodías”, como había escrito Martí, que había sido y es el puente perfecto entre cubanos de cualquier época y de cualquier ideología, aunque no tanto.
Tal vez creyó que José Martí, como letrista de Joseíto Fernández, era todo amor, todo melodía, y sabía perdonar a los esbirros que amedrentan y excluyen, y que todos los cubanos que viven fuera de Cuba lo que querían era ver la nieve, pasar crudos inviernos, bañarse en el Mississippi, caminar por la Quinta Avenida de New York o por la calle 8 de Miami, y que se fueron de Cuba, los muy traidores, detrás de sus estómagos, que les pedían jamón de Virginia.
Posiblemente sus intenciones no son malas, lo que no significa que sean buenas. Cuando uno confunde al victimario y habla con él, lo abraza, le pellizca las mejillotas y brotan risitas, los puentes de amor los estás tendiendo hacia los causantes, no hacia las víctimas. Pero el profesor Lazo tiene un argumento previsible: el malo es el bloqueo, es decir, el embargo estadounidense, el criminal embargo. Sin pararse a pensar que si hay embargo cómo es que Cuba les debe millones de dólares a Rusia, a China, a Argentina y a las once mil vírgenes. Y el Delirante en jefe Fidel Castro encontró una habilísima manera de burlar el bloqueo mandando hacia los Estados Unidos a la mayor cantidad de cubanos posible, para que ellos le enviaran dólares a su familia y la salvaran. No era una extorsión a los secuestrados, era una salvación. O viceversa.
Pero el profesor olvida que, en el código más antiguo de la tierra, que es el del honor, uno no habla con los carceleros. No tira besos a sus verdugos. Uno no le da la mano a quienes no quieren puentes ni lazos. Uno no abraza a los causantes de la muerte y el dolor. A menos que su mayor ilusión en esta vida sea hacerse el sueco, o serlo. Entonces viene bien tener el síndrome de Estocolmo en cualquiera de sus numerosas variantes y colores.
Culpar del a…
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