Aquí estamos, arrepentidos y destrozados
impuros y vanos
los que nos entregamos al espejismo
y creímos ser felices lejos de tu palabra.
Los que dejamos sin bautizar a nuestros hijos
y no volvimos a mirar ni el cáliz
y salimos a contarlo al mar y al aire como grandes hazañas.
Los que nos entregamos al odio, a la blasfemia
y dejamos abandonados los misales
para memorizar panfletos traducidos
y manuales escritos en la nieve
y la sangre de otros mundos.
Señor, somos los perdedores que enseguida
nos quitamos del cuello los escapularios
y las cadenas con los crucifijos
y el rostro de los santos
para llenarnos las camisas de hojalata.
Los que obligamos a los viejos
a esconder en el sótano a la Virgen María
y a Santa Bárbara debajo de su capa escarlata
para poner en la sala
las fotos de unos desconocidos
unos extraños que anunciaban
un paraíso por minuto
la gloria y la esperanza
a cambio de la evolución de la materia.
Aquí estamos, con los niños y las mujeres
que nada más se saben himnos y canciones de combate
y no pueden ahora conocerte
porque ignoran las plegarias que tú puedes considerar.
Somos los que rompimos las fotos de la primera comunión
por miedo a que no nos acogieran en su filas
los que te traicionamos sin esperar a que el gallo cantara tres veces sino en cuanto le vimos las espuelas en el aire.
Los que ayudamos a cerrar las escuelas
donde aprendimos de niños a quererte
y luego nos dispusimos a golpear, a delatar
y a morir lejos, lo más lejos posible, de tu mirada.
Hemos vuelto, estamos de regreso
regocijados porque nos recibiste
y tu casa de siempre vuelve a ser nuestra casa.
Lo que no sabemos todavía, Señor
es si nos podremos perdonar nosotros.
Raul Rivero
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