lunes, 6 de noviembre de 2023

Un día como hoy, noviembre 6, en nuestra lucha contra el castrocomunismo.

Un día como hoy, noviembre 6, en nuestra lucha contra el castrocomunismo.
 
Dedicado a aquellos que dicen que en Cuba no se combatió el comunismo.
 
Comparta estas efemérides. Gracias.
 
PROHIBIDO OLVIDAR.
 
1959
 
Las fuerzas represivas del régimen arrestaron a un grupo de personas en La Habana entre los que se encontraban Francisco Cabrera Alvarez, Gustavo Cisneros, Francisco Castillo Dorta y Miguel Cabezas García. Todos fueron acusados de conspirar contra la seguridad y estabilidad del estado y fueron condenado por los tribunales castristas a penas de cárcel. 
 
1960
 
La Seguridad del Estado del régimen arresta al líder obrero David Salvador, uno de los fundadores del Movimiento 30 de Noviembre y Secretario General de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) en momentos en que se disponía a salir del país acompañado de varios de sus colaboradores.
 
1961
 
 Sixto Mosquera Fernández es fusilado en La Cabaña. 
 
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Mariano Alvarez es fusilado en la fortaleza de La Cabaña.
 
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Alberto Peralta es fusilado en Jovellanos, Matanzas.
 
1962
 
La guerrrilla comandada por Pedro González sostiene un encuentro con la milicia en un lugar conocido como Loma del Puerto en la carretera entre Trinidad y Sancti Spiritus causándole cuatro bajas. 
 
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Ardelio García es fusilado en Jagüey Grande, Matanzas. 
 
1963
 
 Francisco Dueñas Landín es fusilado en La Cabaña fue acusado de                                            suministrar armas y municiones a guerrilleros anticastristas en la provincia de Matanzas. Su automóvil había sido registrado y se encontró que contenía armas.
 
[Fuente]: Written testimony of friend and brother-in-arms, Memorial Cubano, February 26, 2006. Written testimony of friend, Memorial Cubano, February 25, 2006. Written testimony of sister, Memorial Cubano, February 26, 2006. Testimony of relative, 16 September 1999
 
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La guerrilla de Mario Bravo desarma a varios policías en el caserío La Cuchilla cerca de Jatibonico, provincia de Las Villas. 
 
 
Recibi, de un amigo, este estremecedor relato de lo ocurrido el 7 de octubre en Israel. Del autor solo tiene las iniciales.
 
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Este lunes he sido parte del reducido grupo de periodistas de Madrid –no he contado, pero éramos unas dos docenas– que hemos podido ver los más de cuarenta minutos en los que Israel ha reunido imágenes de la masacre del pasado 7 de octubre. Vídeos, sobre todo, así como algunas fotografías y audios, tomados de las cámaras que llevaban los propios terroristas de Hamás, de sus teléfonos móviles o de los de algunas víctimas, de los que llevaban los equipos de respuesta que llegaron primero a los escenarios de los crímenes, de cámaras montadas en el salpicadero de coches, de circuitos de seguridad y hasta de cámaras de tráfico en rotondas.
 
En la proyección, organizada por la Embajada de Israel en España, no se nos ha permitido acceder con teléfonos móviles, ordenadores ni ningún tipo de aparato electrónico capaz de grabar imágenes, "por respeto a las familias de las víctimas que están aterrorizadas porque las imágenes puedan llegar a internet", según nos ha contado antes de empezar Dan Poraz, ministro consejero de la Embajada.
 
Empezaré por confesar que, como podrán ustedes imaginarse, era algo que no deseaba ver, pero sobre lo que sentía una fuerte obligación moral. En primer lugar, como periodista; en segundo, como amigo de Israel –sí, me considero amigo de Israel, es un país al que amo y creo que es un buen momento para decirlo–, y, por último, casi como una muestra de respeto a las víctimas y al pueblo que ha tenido que sufrir algo así.
 
ING
 
La experiencia ha sido devastadora, claro, y de hecho lo sigue siendo mientras escribo estas líneas, incluso a pesar de que parte de lo que hemos visto ya había pasado por delante de mis ojos de una u otra forma y de que manejaba mucha información y, por tanto, tenía una idea bastante ajustada de lo ocurrido. Pero estos vídeos me han acercado más a las víctimas, me han recordado que todas eran personas como yo, como usted, como las jóvenes de la edad de mi hija que esperaban aterrorizadas la llegada de los asesinos, como los niños que ven como su padre es asesinado por una granada de mano y se preguntan luego a gritos por qué ellos siguen con vida.
 
La película, llamémosle así para entendernos, empieza con los terroristas de Hamás avanzando por una carretera del sur de Israel y disparando a los coches con los que se encuentran. Los pasajeros, civiles desarmados, son acribillados y, en algunos casos, rematados en el suelo.
 
El kibutz Be’eri
 
Los siguientes minutos transcurren en el kibutz Be’eri, uno de los más cercanos a Gaza y en los que más terrible ha sido la masacre perpetrada por Hamás. Se ve a los terroristas entrar en las casas una a una, disparando a la gente a la que buscan habitación por habitación, se ve la vida suspendida un instante antes: un móvil encima de una mesa, una cocina en la que hay algo por fregar, hogares, en suma, que se convirtieron en ratoneras para sus habitantes. A algunos de los asesinatos asistimos a través de las imágenes, sintiendo casi que estamos allí, como el de una familia escondida en su despacho, a oscuras, que es acribillada hasta la muerte.
 
Los momentos más angustiosos de toda la película son, probablemente, los que viven un padre y sus dos hijos de unos diez años, que huyen desesperados de su casa hasta un pequeño refugio en el patio, donde les tiran una granada que acaba con la vida del adulto y deja a los dos chicos en manos de un terrorista que los llevan al interior de la vivienda, curiosea por la nevera y se toma un trago de lo que parece Coca Cola. "Creo que vamos a morir", le dice uno de los críos al otro. Después, acompañada por miembros de la seguridad del kibutz llega la madre, se encuentra el cuerpo de su marido y se desmorona ante la cámara de seguridad que lo ha grabado todo. Espero que me perdonen, pero no he sido capaz de preguntar qué pasó con los chicos.
 
En el mismo kibutz, vemos como un terrorista intenta cortar el cuello de una persona con una azada. No es fácil decir si el hombre está muerto o malherido y mientras se graba el intento fallido de decapitación los presentes gritan "¡Alá es grande, Alá es grande!". Segundos después, o quizá es antes, no estoy seguro, un audio de uno de los comandantes de Hamás nos grita desde la pantalla: "¡Tomad fotos de las cabezas mientras juegan con ellas, dejad que los chicos jueguen con ellas!".
 
Como padre, uno de los fragmentos que más me ha afectado ha sido ver a una docena de chicas muy jóvenes, de la edad de mi hija, atrapadas juntas en un rincón en el que cada disparo en el exterior les provoca un espasmo de terror. Están descompuestas, espantadas y absolutamente vulnerables. El fragmento termina con la entrada de uno de los terroristas y tampoco me he sentido con fuerzas de saber lo que les ocurrió a ellas después.
 
Lo referente a lo ocurrido en Be’eri termina con una galería de imágenes atroces de los cuerpos sin vida de niños, mujeres… Algunos de ellos están quemados, otros tienen lo que parecen signos evidentes de tortura.
 
El festival de música
 
La última parte de la película se centra en lo ocurrido en el ya famoso, terrible fama, festival de música tecno que se celebraba cerca de la Franja de Gaza. Se ve a jóvenes huir corriendo a través de los campos y a grupos de asesinos disparándoles desde la carretera en un auténtico tiro al blanco. Se ven escenas de pánico, cadáveres amontonados en un pequeño refugio, terroristas que arrastran a jóvenes ensangrentados para llevárselos como secuestrados. Se ve a los equipos de rescate llegando y encontrándose, horrorizados, las decenas de cadáveres, que también se nos muestran en una terrible galería de imágenes de jóvenes asesinados, mutilados o quemados en la flor de la vida.
 
Pero quizá, después de todo, lo más terrorífico de los cuarenta minutos de auténtico cine snuff que hemos visto no sean los cuerpos sin vida, la violencia extrema a sangre fría, los asesinatos frente a la cámara, quizá lo verdaderamente horroroso son las imágenes en las que los asesinos son recibidos como héroes en Gaza, siempre al grito de "¡Alá es grande, Alá es grande!".
 
Y es que la descripción del sufrimiento que se puede ver en esta película, llamémosle así para entendernos, es atroz y demoledora, pero aún me ha resultado más difícil digerir la cara de felicidad de los asesinos, chicos muy jóvenes, radiantes, más que orgullosos, exultantes, tipos que sin duda tuvieron el 7 de octubre el día más feliz de sus vidas, mientras acababan con familias enteras, remataban a civiles malheridos, asesinaban a chicos y chicas de su edad cuyo crimen era escuchar música.
 
Esos tipos despreciables son a lo que se enfrenta Israel y, si me lo permiten, les diré que no merecen ni tregua ni clemencia.

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