domingo, 1 de mayo de 2011
Cuando la nostalgia va al futuro
Escrito por Luis Cino Álvarez
Arroyo Naranjo, La Habana
1 de mayo de 2011
(PD) La periodista Arleen Rodríguez debe sentirse una persona afortunada. Y no precisamente porque ocupe un puesto prominente en la prensa oficial en su condición de dama de la Mesa Redonda y las prebendas que de ello se derivan. Me refiero a razones más abstractas y filosóficas.
Afirma la periodista que el pasado 16 de abril, la nostalgia se le escapó hacia delante y se fue al futuro. Bastó que presenciara el desfile militar en la Plaza de la Revolución de los artefactos-reliquias remozados, sobre neumáticos, y entonces, sus utopías reverdecieron.
¡Pasmosa la experiencia paranormal de la colega! A estas honduras del naufragio, para la inmensa mayoría de los cubanos reverdecer “las utopías” requeriría toda el agua del río Jordán y una fe que estremeciera los Himalayas. Y así y todo, luego de tanto engaño, quedaría dudas.
Pero las utopías de Arleen Rodríguez, cual tocadas por varita mágica, reverdecieron como lechugas después del aguacero. Al menos, antes de la patética clausura del VI Congreso del Partido Comunista. La fe suele obrar milagros. Sólo que a veces se confunde con la histeria o con lo que es más lamentable: el simulacro.
Soy más terrenal que la Compañera Arleen, disto de su épica espiritualidad. En lo personal, como al Gabo, las únicas nostalgias presentidas que tuve con mucho tiempo de antelación, aparte de ciertos pasajes de un libro de Kundera, fueron debido a las canciones de los Beatles. Por suerte, eran algo difusos los presentimientos y no me llevaron al futuro. Capaz que me hubiera dado por tirarme debajo de un camión, porque mis nostalgias resultaron mucho más tristes de lo que supuse: amores perdidos con más espinas de las habituales, sueños sin cumplir y desilusiones a trocha y mocha, tantos amigos en el exilio, hijos a los que no sabes qué contestar acerca del mañana, una familia irremisiblemente dividida por la política y el miedo…
Escribía recientemente Arleen Rodríguez que se había sentido contagiada por los sentimientos de un veterano de Girón que le dijo que “a menudo sentía nostalgia de aquellos días en que con sólo 20 años dirigió una batería de morteros y combatía sonriendo porque estaban intactas todas sus utopías”.
No logro imaginar utopías conservadas eternamente. Incluso ya me repugna la dichosa palabrita por todo lo que ha implicado en detrimento de la felicidad humana. No obstante, puedo entender al veterano. Añorar las guerras de antaño es a veces lo único que logra dar algún poco de sentido a las pesadillas del presente. Sé perfectamente cuán terrible es presenciar el derrumbe de los sueños y dejar de creer en todo lo que sustentó tu vida. Conozco bien de cerca muchos casos así. Sufrí con ellos su decepción y hasta he sentido mucha pena cuando alguna vez me han concedido a regañadientes la razón en cosas en las que hubiera preferido haber estado equivocado, por el bien de todos, de cabo a rabo.
“El país que desfiló en la mañana del 16 de abril era el país de los sueños de aquel héroe y de los que nunca lo fuimos pero jamás dejamos de pretenderlo”, escribió Arleen Rodríguez.
Será que no me gustan los héroes (me resultan sumamente lejanos y antipáticos) y ni por asomo sueño en serlo nunca, pero me resisto a creer que alguien esté dispuesto a morir por conseguir medio siglo después que desfile a la cañona y porque no le queda más remedio, un rebaño de zombies intimidados, hambreados, cínicos, amorales, sin ilusiones.
Hay que estar terminalmente enfermo del alma para soñar y dar por maravilla un país hundido en la más absoluta desesperanza. ¿No serían más generosas las utopías del veterano respecto a su país y de ahí las nostalgias por los proyectiles enemigos que pudieron haberle ahorrado definitivamente toda la mierda que vino después?
luicino2004@yahoo.com
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