lunes, 27 de junio de 2011
María Antonia
Escrito por Hugo Araña
Matanzas
27 de junio de 2011
(PD) Con el mismo buen respaldo de público que cuando se estrenó en ese mismo Teatro Mella, bajo la dirección de Roberto Blanco y con un elenco para recordar, volvió a la escena la obra María Antonia, ahora dirigida por su propio autor, Eugenio Hernández Espinosa.
En esta concepción escénica, Hernández Espinosa se valió de bailes, música en vivo, espíritus y orishas, para lograr en sentido general una gestualidad , que exigió de las actrices y los actores un trabajo exhaustivo, adjunto a la proyección vocal, máxime para un escenario tan amplio como el del teatro Mella.
El autor logra transmitirnos los sueños y avatares de esta mujer, todavía actual. La tragedia se enmarca en los años cincuentas del pasado siglo, pero sus rezagos llegan hasta nuestros días. Todo radica en la percepción de cada cual.
Hacer comparaciones con la anterior puesta no es grato ni edificante, pero por momentos y sin pedir permiso -no podemos soslayarlo-, en relación al personaje principal, se nos desliza, aún sin pretenderlo, el recuerdo de la otra María Antonia, actuada por Hilda Oates, en la puesta en escena de Blanco.
Eugenio Hernández Espinosa es de los pocos autores cubanos (Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat y Electra Garrigó, en que Virgilio Piñera desacraliza a su heroína hasta el absurdo) que optan por la tragedia. Pero Hernández Espinosa, lleva ese carácter trágico a los extremos de la marginalidad, casi a lo grotesco, a lo que los cubanos denominamos chusmería.
La atmósfera solariega restó espacio a otros aspectos que no tuvo en cuenta, quizás para producir un posible acercamiento más rotundo con el público, pero esto, en vez de engrandecer la puesta , resultó lo contrario. La grandilocuencia escénica resta importancia al trabajo actoral de Montse Duany en su rol de María Antonia, quizás, más preocupada por la proyección corporal, donde se pierde, se diluye. La actriz, pese a sus intentos, no nos llegó con la intensidad que requiere el personaje de María Antonia, que no es fácil de llevar a la escena por la variedad de matices en sus enfrentamientos con la adversidad y su lucha constante por ser libre.
La nueva puesta, más que todo, logra acentuar el medio donde se desarrolla la trama, un ambiente de santería, sueños frustrados, cuchillos sedientos de sangre y amores malditos, que no hemos sido capaces de erradicar, como fátum tatuado en nuestras existencias.
Una tragedia es una tragedia. Y como tal, su director tiene que atenerse a ello, y más en este caso, que fue su Autor. No basta que el baile, la música, y la escenografía podamos catalogarla de muy lograda. No. La Tragedia, con mayúscula, requiere mucho más, sea griega, cubana o de donde sea.
De todos modos se agradece que Eugenio Hernández Espinosa haya resucitado su María Antonia para que no se pierda en el olvido, como ha sucedido con otras obras que subieron a la escena cubana en los años 60 y que hoy lastimosamente nadie recuerda. Especialmente es importante para los más jóvenes que no conocen estas obras por los olvidos voluntarios o involuntarios de un lapso tan lastimoso en el panorama teatral cubano como fue en aquellos finales de los años 60, la antesala del Quinquenio Gris
malecun@yahoo.es
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