Las cosas que nos suceden a los cubanos no advierten límites, dice Emilito Brown Mará Cuarto, al contar una anécdota, ocurrida recientemente en un viejo bar de la calle Picota. No tenía un centavo y ese día tendría que irse del alquiler en el solar de Cuba y Amargura, Habana Vieja, porque la dueña no creía en período especial ni la cabeza de un guanajo. Emilito tampoco tenía a donde ir porque en Guantánamo, su ciudad natal, no se le había perdido nada.
Ni siquiera tenía cigarros, por lo menos para echarle humo a las penas, así que recogió un par de cabos en la calle, hizo una breva y pidió permiso al cantinero para utilizar el baño del bar. Fumó a sus anchas mientras pensaba y liberaba al cuerpo del excomulgo. Dice que, enrojecido por el esfuerzo, le pareció ver en el tabique que dividía los inodoros, entre varios cartones prensados como parches para tapar los huecos del tabique, una antigua pintura.
Emilito Brown es graduado del primer curso de instructores de arte en los años sesenta, como asesor literario, pero lo botaron del trabajo por pertenecer al Mará de la Loma del Chivo, en Guantánamo, considerado por las autoridades un movimiento de negritud. Como no pudo trabajar más, sobrevivió inventando el día a día, mientras veía morir con el paso del tiempo sus ilusiones de escribir su novela: "Germán Midefallos y el fundamento Foreman".
Zafó la pintura, que estaba perfectamente enmarcada aún en su bastidor original de bronce, y comprobó que era una pieza de valor, se la escondió bajo la camisa y salió del baño. Fue hasta la esquina de Virtudes y Ánimas, donde vive José el anticuario, que sin titubear le dio 200 CUC por la pieza.
Otro caso del mecanismo de autodefensa y el choteo del cubano ante la indefensión ciudadana lo cuenta Cuca, mientras barre el frente de su casa en la calle 230, en Jaimanitas. Dice que hace un año, con siete meses de embarazo y sin un centavo, porque el padre de la criatura la había dejado, ella juró criar a su hijo sola. Para colmo, presentaba amenaza de aborto, y no había podido comprar ni siquiera un ropón para esperar la llegada del bebito.
Narra Cuca que estaban limpiando la fosa de su vecina Maritza, la gerente, cuando los obreros del camión de Aguas Negras de La Habana sintieron que algo tupía la manguera de extracción del excremento, y sacaron con mucha dificultad un bulto muy extraño añejado por la inmundicia. Ella estaba barriendo el frente de su casa cuando vio a los obreros preguntándole a Maritza qué podía ser aquello tan extraño, pero la vecina no hablaba y parecía morirse del susto.
Dice Cuca que de repente se le iluminó el bombillo. Llamó aparte a la vecina y la sonsacó, hasta hacerla confesar el contenido del bulto. No era un cadáver, como comenzaban a murmurar los trabajadores de Aguas Negras. Era un rollo de piel de primera calidad para la confección de zapatos, hurtada por su esposo del almacén, y que hacía siete años tuvieron que botar apresuradamente en la fosa por temor a un registro.
Aunque parecía inservible, Cuca le pidió que se lo regalara, para comprar la canastilla. Maritza, los trabajadores de Aguas Negras y el resto de los vecinos quedaron boquiabiertos. Con aquella barrigota que amenazaba con soltar el muchacho en plena calle, arrastró el rollo de cuero hasta su puerta, lo abrió en toda su longitud, buscó una escoba y detergente, y le dio tanto cepillo, que dejó la piel casi nueva.
Dice Cuca que el excremento humano es el mejor de los conservantes. Ni siquiera quedó el mal olor. Vendió el rollo de piel en 100 CUC al otro día. Compró la canastilla, una cuna y hasta se arregló el pelo, para entrar al salón de partos con buena presencia.
"Me volví ninja ese día", dice Cuca mientras barre. "Lo que fuera que sacaran de la fosa aquel día, iba a revivirlo, y a utilizarlo." Sonríe, barre y repite: "Me volví ninja."
Para Cuba actualidad: beilycorrea@yahoo.es
Foto: Guillermo Ordoñez