El techo de la terminal del empobrecido pueblo de Mordazo, en la central provincia de Villa Clara, está en inminente peligro de derrumbe. La frialdad de la luna alcanzaba a mujeres con niños en brazos, ancianos; a todos los que pretendían viajar en el convoy conocido popularmente como "El Espirituano".
El ruido de una locomotora se escuchó. A escasos minutos una potente luz iluminó la impecable paralela que conforman los rieles. El ensordecedor pito despertó a los niños que dormían en brazos de sus madres.
Tres personas custodiaban un pequeño matorral cerca de la vía. Otras observaban el camino como si esperaran a alguna persona. Alguien comentó que los policías de la localidad realizan operativos para decomisar queso, carne, animales, limones, dulces, en fin todo lo que se pueda vender rápido y más caro en la capital.
Finalmente, cuando llegó el tren, se formó el corre-corre para subir mochilas, maletines, cajas de cartón y sacos. Comenzó la travesía. Pasaron la primera barrera. Finalmente tomaron rumbo a la capital.
Los coches carecían de iluminación. Un conductor, linterna en mano, exigía el boletín. Al no existir expedidora en la terminal, los viajeros están obligados a pagar el doble una vez que abordan. Muchos se han quejado pero nadie se inmuta para resolver el problema.
El conductor era secundado por la policía ferroviaria de turno, que como sabuesos buscan sus presas para quitarles la mercancía que se comercializará en tierras habaneras.
Estos uniformados viven del invento, mejor dicho del soborno. Tienen un cubículo donde depositan el botín que reciben a cambio de hacerse los de la vista gorda. También se echan dinero en los bolsillos.
Los novatos que deciden ir a la lucha en la capital y no conocen el mecanismo son las presas de los guardias.
En el Espirituano, los carteristas y ladrones tienen comprada a la policía, hacen y deshacen a su antojo. Los pasajeros no pueden pegar los ojos ni un segundo. Sus pertenencias desaparecen como por arte de magia.
Ante las pérdidas, los encargados de establecer el orden se quitan el golpe de encima. Quien exige justicia tiene que formular la denuncia oficialmente en una unidad policial, por lo que está obligado a bajarse del tren. El complot está bien elaborado. Los robos casi nunca tienen culpables: los policías dictaminan que es "robo por descuido".
Un policía apodado El Gato perdió deshonrosamente el traje: chocó con un pasajero que tenía padrino. Se le encontró una mochila con pertenencias de un familiar del primer secretario del Partido Comunista en el municipio Santo Domingo.
El clímax de la odisea para los revendedores es al arribar a la capital. Allí son cazados por la policía habanera, que se atrinchera en las puertas del andén de la terminal central. El saludo es sencillo: "Hoy quiero dinero, me hace falta.... Te voy a decomisar todo eso, pero siempre hay arreglo..."
Hay quienes deciden no chocar con la misma piedra dos veces, es decir, no volver a pagar en tierra firme, a los corruptos policías. En las curvas, cuando el convoy aminora la velocidad, se lanzan con la carga para no llegar a la terminal. Son varios los que han sufrido lesiones por tal locura.
Por el audio de la terminal se escucha la bienvenida del tren # 8 procedente de Sancti Spíritus. El sol desplazó a la luna con encanto para los malhechores y disgustos para los viajeros. Culminó la odisea del espirituano.
Para Cuba actualidad: yoelito001973@gmail.com