lunes, 2 de diciembre de 2013

La tortura de los jubilados

La tortura de los jubilados

Un anciano con un libro de historia de Cuba.
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La población cubana envejece. Excluidos por un Gobierno al que muchos apoyaron, los ancianos cobran pensiones irrisorias y carecen de ayudas.
Jubilados a la espera de cobrar su pensión ante un banco. (LG-DDC)
Según el Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba, se pronostica que la Isla alcanzará a finales del año 2025 un 26,1% de personas con edades de 60 años y más, lo que nos convierte en un país con uno de los índices de mayor envejecimiento de América Latina. El ser jubilado en la Cuba de hoy significa pertenecer a un grupo poblacional distinguido no solo por la improductividad, sino también por sus bajos recursos económicos.
La "revolución" se enorgullece de haber mejorado la calidad de vida de los cubanos, sobre todo en el ramo de la salud. Hoy podemos satisfacernos de unas expectativas de vida comparables a la de países desarrollados (75 años de promedio), mérito ensalzable si esta calidad se mantuviera en todos los aspectos de la vida de los adultos mayores.
Hoy, si los jubilados quieren complementar sus ingresos no tienen otra opción que acudir a la ayuda de familiares o acogerse al cuentapropismo. Se ha hecho común ver a ancianos en cualquier barrio, sentados o deambulando, vendiendo cigarros a menudeo, maní o cualquier otro producto deficitario que les permita obtener un dinero diario para poder afrontar unos precios en alza frente a salarios inamovibles.
En Santiago de Cuba ya es un hecho cotidiano ver dos veces al mes el denigrante espectáculo de los bancos sobresaturados de ancianos, haciendo colas desde la noche anterior, colmando aceras y parques aledaños a las instituciones bancarias durante varias horas y a veces hasta días, a la espera de cobrar. Son hombres y mujeres que le han dedicado cuarenta años de trabajo o más a un Gobierno que hoy les retribuye con la tortura del cobro de una mísera pensión.
Los jubilados están divididos en dos grandes grupos: los que cobran hasta 200 pesos (3.07 euros) y los que cobran más que esto, los primeros a finales de mes y los segundos a principios. De hecho, los bancos han tenido que tomar medidas al respecto: los días designados para este pago los pensionados tienen preferencia, no se atienden a otras personas.
Para María Elena, de 76 años, peluquera jubilada, el día del cobro se ha convertido en el más importante de su vida desde hace 10 años.
"En los dos o tres días que me dura la pensión me doy mis gustos, me puedo comprar un buen bocadito de jamón y queso, comprar carne, y hacer algún que otro arreglo. Pero para mí lo más importante es la comida, aunque sea mala", comenta frente a la cola del cobro del Banco Popular de Ahorro.
María Elena pertenece a los más de 2 millones mayores de 60 años que perciben un ingreso por debajo del salario promedio. Imbuidos muchos de ellos del espíritu revolucionario de inicios de la revolución, se aferran a la libreta de abastecimiento y a la fe de que el gobierno los protegerá. No comprenden que los cambios económicos anunciados apuntan a una velada sociedad de mercado que desde ya los tiene apartados.
Hilda, de 81 años, jubilada del sector de comunales, declara: "Yo vivo gracias al apoyo de mis hijos, que me dan a vender productos del mercado negro de los yo obtengo mi ganancia. No es fácil para nosotros porque también tenemos limitaciones de salud y las posibilidades de que alguien te de un trabajo no existen, menos ahora que están sacando a los jóvenes".
El reto de la ancianidad
Encarar los problemas del envejecimiento es un reto para el Gobierno. En Santiago de Cuba, con una población cercana a los 500 mil habitantes, existen dos asilos de capacidades ya agotadas, y dos casas de abuelos, dedicadas al cuidado de estos mientras sus hijos trabajan. Obviamente, estos centros son insuficientes ante la creciente demanda.
 Se han creado opciones de ayuda que brindan comidas a ancianos desvalidos en diversos comedores obreros de empresas cercanas a sus barrios, e incluso se ha acudido al sector privado. Son intentos incipientes de una realidad que todavía no se sabe cómo asumir.
Pedro Ángel, jubilado de la construcción de 86 años y discapacitado, dice que quiere entrar a un asilo pero no lo consigue por falta de plazas. Hay que esperar que los que están se mueran: "me paso el día solo en la casa hasta que llega mi hija, me falta una pierna, recibo dos almuerzos gratis semanales de una paladar de un italiano, y con una sola pierna no puedo valerme por mí mismo, espero que me den la plaza antes de morirme".
Los paliativos no resuelven los problemas. La situación afecta también al sector trabajador, pues son los hijos los que en la mayoría de los casos asumen los cuidados de los padres teniendo que emplear a una persona para dicha tarea o dejando de trabajar ellos mismos, pues contratar una ayuda —con un costo promedio de entre 300 y 500 pesos mensuales (26 euros)— es algo inalcanzable para el sueldo medio.
Las soluciones no están a la vista. En medio de la "restructuración económica", atender los problemas de los ancianos no es prioritario. Pero algo debe hacerse, pues la situación se agravará. Según un artículo del diario Gramma acerca de la nueva Ley de Seguridad Social, en el 2025 la población mayor de 60 años pasará de tres millones de personas.

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