Cada vez que el gobierno afloja las restricciones a la iniciativa privada, florecen los quioscos y pequeños negocios por toda el país
lunes, diciembre 29, 2014 | Iris Lourdes Gómez García | 1 Comentario
LA HABANA, Cuba -En el año 2010, al darse luz verde al cuentapropismo en nuestro país, los más ingenuos exclamamos una vez más: ¡Ahora sí! Desde entonces el gobierno da cifras oficiales de miles y miles de compatriotas que se dedican a trabajos no vinculados con el Estado.
En las seis cuadras que tengo que caminar diariamente hacia mi trabajo, se notaba la iniciativa empresarial de los habaneros.
Una familia instaló en su garaje una tienda de ropa, y para llamar la atención en la puerta pusieron unos muñecos de poliespuma muy llamativos, uno era Minnie Mouse y otro la Pantera Rosa. A veces eran otros personajes, y al preguntar me enteré que los hacían y traían de una provincia oriental, con lo que seguramente al venderlos se beneficiaba otra familia residente en el Oriente cubano.
En el mismo barrio, abrieron dos cafeterías que competían por dar desayunos y meriendas a los numerosos centros de trabajos cercanos, hasta que uno, el menos favorecido, decidió hacer un carrito móvil y buscar otros lugares donde su oferta tuviera mayor aceptación. Dos abuelitas pusieron una venta de collares, pulsos, aretes y algunas carteras artesanales. Las cuentas para confeccionarlos se las traía una pariente que viajaba a México. Al frente, una peluquería ofrecía todo tipo de servicios, incluido el más caro, que es el tratamiento de keratina.
Una cuadra más adelante, una familia decidió abrir una cafetería. Primero probaron con las pizzas; cada vez que uno preguntaba, decían “ahora no hay, salen dentro de dos horas” o “trabajamos después de las once”. Esta pizzería cambió su oferta y se dedicaron a las hamburguesas, donde la más barata era de 30 pesos, en un lugar rodeado de centros de trabajo también.
Al doblar, otro centro gastronómico se remodelaba y no acababa de empezar, el público que estaba a la expectativa de que abriera, al ver que ofertaban hamburguesas de 60 pesos al principio, comentaron que eso era un lugar para lavar algún tipo de dinero y justificar otro tipo de ingresos, pues nadie consumía nada allí, por supuesto. Después se dedicaron a las pizzas a 15 pesos y allí sí las compraban.
Algo parecido sucedió en la calle Galiano y otras céntricas de la capital, que se llenaron de negocios de todo tipo. Los dueños de casa con portales recibieron vida gracias a los vendedores de artículos varios. Muchos invirtieron dinero remodelando su vivienda para dar cabida a alguno de estos servicios. Algunos tuvieron que hacer nuevas adaptaciones y apretarse dentro de la casa para mantener el negocio cuando el gobierno prohibió las ventas en los portales.
Años después, todo esto es diferente. En esas 6 cuadras que camino hacia mi trabajo, no están ya la tienda de ropa, ninguna de las dos cafeterías, las abuelitas con los pulsos, la peluquería, ni ninguna de las cafeterías que hicieron su inversión hace 4 años. Tampoco hay vendedores en la calle Galiano ni en ninguna calle céntrica en toda La Habana. Para comprar ropa o una pizza prácticamente hay que buscarse un mapa o caminar largas distancias. Junto con la prohibición de vender artículos importados se halla la prohibición de importarlos, por lo que muchas personas que decidieron hacer de éste su medio de vida y para esto se dieron baja de sus centros de trabajo estatales, hoy se encuentran desempleados o trabajando “por la izquierda”, o sea, ilegales.
Entonces, ¿cómo es posible que se siga escuchando mes tras mes que la cifra de cuentapropistas aumenta continuamente?
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