martes, 29 de septiembre de 2015

Yanier, Yandri y el “salve”


Uno llegó a La Habana como policía, el otro como prostituto
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Policías y gente común en el Parque Central de La Habana (foto del autor)
Policías y gente común en el Parque Central de La Habana (foto del autor)
LA HABANA, Cuba – Yanier y Yandri fueron juntos a la misma escuela y compartieron pupitre, hasta que la maestra lo permitió. Hace un año llegaron a La Habana los dos, desde un pueblecito de Las Tunas. Yanier vino en ómnibus y no tuvo que pagar por su pasaje. Yandri hizo el viaje en una rastra que le cobró doscientos pesos y en la autopista lo sorprendió la lluvia. Cinco meses después se volvieron a encontrar, los dos merodeaban el parque Central. Yanier vestía el uniforme azul de policía y Yandri una camiseta descotada que anunciaba sus enormes pectorales.
El uniformado llegó hasta donde estaba su amigo de la infancia. Yandri se levantó eufórico, abrió los brazos, intentó abrazarlo. Yanier lo detuvo con la mano abierta sobre los enormes pectorales y le exigió el carné de identidad. Yandri creyó que era una broma y palmeó el hombro al coterráneo, le dijo: “¡Yanier, mi hermano!”. El policía movió el hombro, rechazó la mano cariñosa y volvió a reclamar el carné de identidad, esta vez lo llamó ciudadano.
Yandri mostró el documento y recordó la chivichana, a los dos montados; unas veces era Yandri quien guiaba, otras Yanier.  “¿Qué hace usted en La Habana? ¿Dónde trabaja? ¡Deben haber costado carísimo esos tenis…!”. El otro no supo responder. Mirando al policía recordó los planes que hicieron juntos para escaparse del pueblo, para venir a luchar a La Habana, después de todo lo que les contará Sandy, otro amigo del barrio y de la escuela, antes de irse a Bélgica.
Sandy volvía cada vez al pueblo con los bolsillos repletos, vestido con ropas carísimas, muy a la moda. Hasta le compró una casita nueva a su mamá antes de marcharse. Fue él quien les contó del italiano que conoció en el malecón. Sin ningún recato habló de los cien dólares que le pagó Gianni por dejarse acariciar un poco la primera noche. Los amigos ni siquiera se ruborizaron con las detalles de los otros encuentros. “¡Mil dólares!”, gritaron a coro al enterarse de la cantidad que dejara el napolitano la última noche que estuvieron juntos: “¡Ese día le hice un buen trabajo!”, contó Sandy.
Yandri y Yanier planearon llegar juntos a La Habana. “¡Si a Sandy le fue tan bien…!”, dijo el que ahora anda uniformado. Unos meses después los dos recorrieron el camino que separaba a su pueblito tunero de La Habana; uno para hacerse policía, y pinguero (prostituto) el otro. Ahora estaban enfrentados. Yanier era la ley y Yandri el delincuente.
A pesar de todo, porque era su mejor amigo, pensó decirle la verdad, como antes hiciera Sandy. A Yandri le habría gustado contar que no le iba mal aunque no hubiera conocido, todavía, al yuma de su vida, pero no se atrevió. Tampoco el policía le dio tiempo. Yanier llevó a Yandri hasta la estación de Dragones, allí pasó dos días, luego lo llevaron hasta una prisión preventiva en Calabazar, en la que estuvo toda una semana y donde lo advirtieron de su condición de ilegal en la ciudad de La Habana, y también le pusieron una multa de cuatrocientos cincuenta pesos. Finalmente lo montaron en un ómnibus junto a sus compañeros de infortunio, a los que iban dejando en las unidades de policía de sus “lugares de origen”.  Allí los recibían haciéndoles saber que estaban fichados por “conducta antisocial”.
Yandri estaba dispuesto a no cejar. Cuatro meses después volvió a La Habana. La primera noche se desnudó con un ruso con el que estuvo una semana en las playas al este de La Habana. Su recia figura, sus pectorales cada vez más definidos y las bondades de su entrepierna, lo llenaron de suerte. En “Mi cayito” encontró luego a César, un cubano residente en Miami. En un mes el muchacho venido desde oriente consiguió juntar más de mil dólares.
Fue en las playas del este, donde se volvieron a encontrar Yanier y Yandri. El policía, uniformado y el otro, con el cuerpo descubierto, se paseaba con cierta displicencia. Muy pronto aprendió que no era bueno “sofocar” a su presa. Solo tenía que mostrar lo pródigo que era su cuerpo.
El policía no se dejó ver. Apostado detrás de unos mangles vigiló a su presa. Una hora después el pinguero había conseguido meter en el jamo al norteamericano Glenn y a su pareja, un croata nombrado Ante. Yanier observaba desde lejos.
Los yumas, muy pródigos con sus bolsillos, querían vacacionar en un cayo. “¡Los tres solitos!”, insinuó el norteño. Si los acompañaba y complacía durante toda la semana podría guardar en su billetera cuatro mil dólares.
Cuando el cubano fue a subir al auto con la pareja de extranjeros apareció Yanier, y Yandri vio como se esfumaban, uno a uno, los dólares que le habían prometido. Sin que se lo pidiera le mostró el carné al coterráneo. Mirando la foto, leyendo o haciéndose el que leía los datos del carné, dijo bajo pero muy claramente: “Hermano, sálvame con algo”. El croata, que ya estaba enterado de muchas cosas, alcanzó disimuladamente, un billete de cincuenta. Yandri, montó en el auto que partió enseguida.
Ahora Yandri es el padrino de Lisandra, la hija de Yanier. El policía siempre advierte al amigo de su infancia cuando habrá redada, y espera por el “salve”.

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