viernes, 5 de febrero de 2010
EL REY EN LA PIZZERÍA
Por Frank CorreaPublicado Hoy
Jaimanitas, La Habana, febrero del 2010. (PD).
En la prisión habanera Combinado del Este, entre los edificios 1 y 2, se encuentra un pequeño rectángulo de concreto completamente tapiado llamado popularmente La pizzería. Allí sepultan a los reclusos que cometen actos violentos dentro de la prisión, o por conveniencias de los reeducativos.
Un tribunal dictaminaba de forma sumaria las condenas y según palabras de los propios reclusos, prefieren mil veces las celdas de castigo que una temporada en este recinto.
Las historias de La Pizzería me las contó Antonio Medina Castañeda, alias El Rasta, castigado en ese pequeño infierno por tres años.
Antonio, Tony, El Rasta, El Zapatero, o El Rey (por su gran parecido con Bob Marley), cumplí una condena de 10 años por Rebeldía y Atentado, delitos tipificados en el código penal como de máxima peligrosidad. Proyectó a un policía contra la acera y luego se fajó a trompadas con la Brigada Especial durante los sucesos ocurridos en La Habana en Agosto de 1994, cuando el pueblo salió a las calles de Centro Habana en un asomo de estallido social.
Casi al finalizar la sanción, Antonio tenía un nombre en el Combinado: El Rey. Sus largas trenzas de rastafari y su inquebrantable filosofía eran sumamente respetadas en todos los pisos. El carácter político de su condena marcó la diferencia con el rezumadero humano que invadía los cubículos.
Para sobrevivir económicamente dentro del presidio, Antonio se dedicaba al “garroteo”, algo común en las prisiones. Consistía en prestar artículos con intereses, sobre todo cajas de cigarros, para cobrarlos el día de la visita.
En su piso había un recluso apodado El Tinta, era informante y tenía como costumbre, en contubernio con los guardias, pedir al garrote y a la hora de pagar delatar al garrotero, que terminaba con sus huesos en La Pizzería.
Una vez, alentado por los guardias, El Tinta le pidió a Antonio diez cajas de cigarros para pagar veinticinco el día de la visita. Antonio aceptó la oferta, pero supo enseguida que sus cigarros se repartieron entre los guardias del turno, que entre burlas se refirieron a él como una pizza sin levadura, ni harina, ni queso, ni tomate. Un Rey convertido en bufón en una tarde.
Antonio consideró el agravio como una prueba más de su destino. Se preparó física y mentalmente para vivirla. Cuando llegó el momento del pago, un recluso vino a la carrera para avisarle que los guardias vendrían a recogerlo después que terminara el horario de comida.
El Rasta recogió todas sus pertenencias, las echó en su jolongo y fue hasta el cubículo de El Tinta. Lo encontró acostado en su cama, muy tranquilo y feliz, a la espera que le llegara la noticia del traslado de su acreedor para La Pizzería. Se quedó boquiabierto cuando vio las trenzas de El Rey y su silueta nervuda asomarse sobre su litera.
--Vengo a decirte que voy para La Pizzería --le dijo El Rasta --. Pero por un buen motivo.
Lo apuñaleó varias veces, cuidando no matarlo, pero sí dejarle secuelas que no olvidara nunca. Luego caminó con donaire hasta la puerta. Dijo con voz dulce a los guardias que ya estaba en punto para entrar al horno.
beilycorrea@yahoo.es
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