viernes, 1 de octubre de 2010
LA AVELLANEDA
Por Miguel Iturria Savón
El Cotorro, La Habana, 2 de octubre de 2010, (PD) Si José Maria Heredia (1803-1839) y José Martí (1853-1895) trascienden por su obra poética de inquietudes patrióticas; Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camaguey, 1814-Madrid, 1873) se coló en la inmortalidad por su contribución lírica, narrativa y teatral. Los tres fueron una especie de ciclón tropical que converge en la lengua y en la centuria decimonónica; aunque no coincidieron en el mapa insular. Ella admiró a Heredia y fue a la catarata del Niagara a evocarlo con otra Oda. Mientras José Marti los enlaza en sus diferencias y los rescata como símbolos de la nación que se gesta.
Gertrudis Gómez de Avellaneda fue como un espejo superpuesto de horizontes. Para ella España fue el sueño promisorio del padre andaluz, la patria de los ancestros que sabría levantarla de la modorra pueblerina. Se marchó con la familia en abril de 1836. Su soneto Al partir es un grito de amor y cubania, expresión del desarraigo y la expectación que la acompañarán en la Península, donde se estableció de manera independiente a pesar de los prejuicios y las convenciones ético-sociales. Su vida osciló entre Cádiz, Sevilla y Madrid, en una sucesión de metas creativas y pasiones personales, a contrapelo de la otredad cultural y de su condición de criolla bella, rebelde y culta.
Esta escritora de personalidad fascinante, compleja y autentica, sensible y talentosa, transgresora de la jerarquía y el ideario patriarcal decimonónico; se impuso en el ámbito cultural de España a través de la prensa, la imprenta y los escenarios teatrales. Firmaba sus poemas con el seudónimo “La Peregrina”. Su epistolario amoroso es un patrimonio cultural de hondura humana y preafirmación femenina, tema que palpita en sus dramas, comedias y narraciones, en los cuales las mujeres rivalizan con otros personajes y marcan la trama.
El perfil literario de la Avellaneda se inscribe en el contexto español de inicios del romanticismo. Sus primeras publicaciones son los poemas aparecidos a partir de 1838 en los diarios y revistas de ciudades andaluzas. Los críticos aseguran que la originalidad de su tesitura rebasó las expectativas temáticas y estilísticas de la escritura femenina epocal. La fama la sorprendió al estrenar en Cádiz, Granada y Sevilla su tragedia Leoncia, aunque dominó el drama, la comedia, la novela, la poesía y escribió ensayos y epistolarios que recrean ciertas claves de su lírica, relaciones pasionales y los personajes dramáticos que poblaron su imaginación.
En 1841 publica el primer tomo de Poesías y su novela Sab, inspirada en un joven esclavo, negro y virtuoso. Les siguen la novela Dos mujeres (1842), prohibida en Cuba al igual que Sab; las narraciones Espatolino, La baronesa de Joux, la Biografía de la Condesa de Merlín y los dramas Alfonso Munio y El Príncipe de Viana, todas en 1844, en que es homenajeada por el Liceo de Madrid, que premia dos poemas suyos, le ciñe la Corona de Laurel y la designa Socia de Mérito. Entre 1844 y 1858 publica, además, el drama Egilona, un artículo autobiográfico para el Diccionario de Historia y Geografía de Mellado, la novela Guatimozin, ultimo emperador de México, y la segunda edición ampliada de sus Poesías; mientras estrena sus obras Saúl, Flavio Recaredo, La verdad vence apariencias, La hija de las flores, Errores del corazón, y Baltasar; así como las comedias Simpatía y antipatía, La hija del Rey René, Oráculo de Talía y El millonario y la maleta, muy representada en Cuba, a donde regresa en 1859 con su segundo esposo, el oficial hispano Domingo Verdugo, testigo de dos fracasos extraliterarios de La Avellaneda: el rechazo de ingreso como miembro a Real Academia Española de la Lengua (1853) y la puesta en escena de Los tres amores, que generó escándalos y duelos.
Durante su segunda estancia insular (1859-1864), continuó la intensa vida social e intelectual que tuvo en ciudades de España. Es homenajeada en su natal Camaguey, en Matanzas, Cárdenas y en el Teatro Tacón de La Habana, donde la poetisa Luisa Pérez de Zambrana, le impuso una corona de laurel labrada en oro, en nombre de la intelectualidad capitalina; mientras en Cienfuegos se inaugura ante ella el Teatro Avellaneda.
En 1860 funda la revista Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello, que dirige y redacta en colaboración con prestigiosos paisanos que sacuden la modorra cultural y literaria de la isla. En 1863 publica la novela El artista barquero y se sumerge en la desolación ante la muerte del esposo, quien ejercía entonces la Tenencia de Gobierno en Pinar del Río, cargo desempeñado antes en Cienfuegos y Cárdenas. Regresa a Madrid, donde dedica sus últimos años a preparar sus Obras completas.
Gertrudis Gómez de Avellaneda, una de las principales voces de las letras de Hispanoamérica, ha sido ampliamente estudiada por la crítica. Los expertos consideran que su aporte principal radica en el dominio de la métrica, pues cultivó todos los tipos de versos del arsenal rítmico neoclásico y románico. Advierten que influyó con su teatro entre los dramaturgos españoles de su generación; no así en Cuba, menos escenificada y vista como parte de las obras llegadas desde la Península; aunque impactó en la isla su lírica y su prosa de carácter histórico-biográfico y reflexivo, pese a que la poesía de acá era entonces mas intimista que los novedosos y expresivos versos de “La Peregrina”.
Por su excelencia, amplitud y sentido renovador, las obras de la Avellaneda aun conmueven la sensibilidad de quienes se acercan a su escritura. Su espíritu sutil, su innata altivez y la rebeldía volcada en sus poemas, novelas y personajes dramáticos, parecen galopar en la quietud de los libros atesorados en los fondos bibliográficos de Cuba y España.
culturakiss@yahoo.es
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