sábado, 9 de enero de 2010
Kim Jong-il, la bestia bíblica de Corea del Norte.
La odisea de la familia Kim
Huida del infierno y de la hambruna de Corea del Norte
JEAN-FRANÇOIS ARNAUD
LIBERATION/EL MUNDO
SEUL.- «Me gustaría olvidar toda esta pesadilla». Cuando Choi Kyun-shil, de 58 años, habla de Corea del Norte, nunca pronuncia el nombre del país, se refiere a él como «el infierno». Un infierno del que consiguió sacar a su marido y a sus 14 hijos y nietos. Tras llegar a Seúl el pasado mes de diciembre, esta familia constituye el grupo más numeroso de norcoreanos que consiguieron huir de su país y recalar en el sur.
«Allí, la vida se hacía cada vez más dura, insoportable. No había nada que comer y pasábamos frío. Los niños estaban casi siempre enfermos. En nuestro mismo portal dos personas murieron de hambre y de frío. La gente comía hierba y su piel se volvía cada vez más negra». Choi Kyun-shil, su marido, Kim Kyung-ho, y sus hijos escaparon el 26 de octubre de 1996, a comienzos de la gran hambruna que está matando a miles de personas en Corea del Norte.
EXILIO La familia Kim vivió durante mucho tiempo en la capital norcoreana, Pyongyang, antes de ser expulsada durante una de las frecuentes operaciones de limpieza. El Gobierno comunista considera a la capital como un escaparate. Por eso, exilia a provincias a las personas políticamente sospechosas, así como a los minusválidos. «Desconfiaban de nosotros porque mi marido es originario de Corea del Sur. Y porque mis padres huyeron a Estados Unidos cuando yo tenía 4 años». Y Choi Kyun-shil y su familia se encontraron, de buenas a primeras, en la ciudad de Hoeryung, cerca de la frontera china. En el fondo, fue una suerte.
En 1993, Choi Kyun-shil recibió un mensaje de sus padres desde EEUU. Su madre iba a China todos los años para seguirle la pista. Sobornando a un guardia fronteri, pasó dos veces a China a su hija en 1996.
En esos encuentros, pusieron a punto el plan de la evasión de toda la familia, es decir, 16 personas: el marido, Kim Kyung-ho, de 61 años, sus tres hijas, sus tres yernos, dos hijos, su nuera y sus cinco nietos de entre 4 y 12 años. Tenían dos problemas para afrontar la fuga: su hija menor estaba embarazada de seis meses y el señor Kim caminaba con dificultad tras sufrir un ataque de artrosis. «Decidí que o escapábamos todos o nadie, porque me maltrataron durante toda mi vida por la fuga de mis padres».
«La tarde de nuestra salida, dimos somníferos a los niños. Dejamos la casa abierta y las luces encendidas, como si hubiésemos salido a dar un paseo».
El hijo mayor llevaba a su padre sobre sus espaldas y las jóvenes madres, a sus hijos bajo sus abrigos. Era noviembre y estaban a dos pasos de Siberia. Hacía un frío glacial y nevaba. Tuvieron que caminar unos 30 minutos antes de llegar a la frontera china, formada por el río Tumen, que, en este lugar, se puede vadear a pie. Choi Kyun-shil había dado a cada uno de los suyos una dosis de raticida para suicidarse en caso de ser arrestados.
VIAJE EN TREN.- «Los niños se despertaron en medio del río, cuando el agua nos llegaba a la cintura. Entonces les dije: Si os portáis bien iremos a América a ver a la mamá de la abuela». En el último momento, Choi Young - ho, el militar norcoreano que había sido sobornado por su madre, decidió unirse al grupo. Una vez que cruzaron la frontera, los 17 refugiados se detuvieron casi diez días en la ciudad de Yanbian. «Nos dijeron que nos estaban buscando».
Desde Yanbian, la familia Kim cogió el tren con destino a Shenyang, más al sur y, después, pasaron por Beijing. «Mis padres tuvieron que gastar todos sus ahorros en nuestra evasión». Siempre en tren, los Kim llegaron a Canton y después a un pequeño puerto del sur, donde les esperaba un barco para llevarles a Hong Kong. Al final, Seúl acogió a los fugitivos en diciembre, 44 días después de su salida de Hoeryung.
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