lunes, 15 de febrero de 2010

ALEJANDRO RIOS: Medio siglo de Cinemateca


By ALEJANDRO RIOS

La Cinemateca de Cuba actual cumple cincuenta años. En la isla el aniversario vuelve a borrar toda posibilidad de considerar los antecedentes de la institución como el ingente esfuerzo de dos jóvenes cinéfilos, Ricardo Vigón y Germán Puig, quienes fundaron la primera en 1951 en La Habana con la ayuda del director de la Cinemateca Francesa Henry Langlois.

Peligrosos y tempranos oponentes, el profesor universitario José Manuel Valdés Rodríguez y Alfredo Guevara, a la sazón miembro del grupo Nuestro Tiempo, ambos de reconocida filiación izquierdista, además del hecho de no acatar los postulados de la revolución de 1959, hicieron que los precursores fueran excomulgados para siempre de la historia oficial.

Cuando Guevara asumió los destinos del Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficas (ICAIC) en 1959, fundó y entregó un año después la otra Cinemateca a Héctor García Mesa, hombre de su entera confianza y miembro también de Nuestro Tiempo, quien perdiera la razón poco antes de morir y fuera, de alguna manera, olvidado en su ordalía hasta algún homenaje precedente y el que actualmente se organiza.

Quienes trabajaron a su lado durante los treinta años que estuvo al frente de la institución hablan de que sufrió las incomprensiones del poder; no se aclara, sin embargo, si de Guevara o el dirigente ideológico del Partido Comunista de turno.

Sin duda, fue difícil para el director de una Cinemateca que se respete atenerse a una larga nómina de filmes y temas absolutamente prohibidos por el gobierno, entre los cuales vale la pena subrayar todo el cine cubano producido antes de 1959 que se conservaba en las bóvedas de la entidad.

Resulta ilustrativo que en la más extraña de las circunstancias, ese mismo gobierno condecoró a García Mesa con la Medalla de Combatiente Internacionalista (sin disparar un tiro), según afirma una de sus más cercanas colaboradoras, la historiadora María Eulalia Douglas, no se sabe si por crueldad o por querer escarbar algún mérito político en la magra hoja biográfica revolucionaria de quien fuera su jefe.

La Cinemateca de Cuba también debió censurar no solamente los filmes de Ninón Sevilla o Blanquita Amaro, sino todos aquellos dirigidos por cineastas nacionales que fueron tomando, paulatinamente, el camino del exilio, como Eduardo Manet, Roberto Fandiño, Alberto Roldán, Fausto Canel, Nicolás Guillén Landrián y Fernando Villaverde, entre otros.

Aunque casi todos estos realizadores han sido rescatados para la cultura nacional en años recientes durante voluntariosos ciclos conmemorativos, lo cierto es que la Cinemateca de Cuba, por ejemplo, tiene pendiente hacer justicia a directores como León Ichaso, Jorge Ulla, Néstor Almendros, Orlando Jiménez Leal o Camilo Vila, quienes han desarrollado una filmografía loable en el destierro.

Hace algunos años, mi buen amigo Ivo Sarría, empleado de la Cinemateca fallecido a temprana edad, pasó por Miami rumbo a una universidad del norte de Estados Unidos para disertar sobre el pasado de La Habana. Al regresar nos vimos y me dejó una copia de 23, un Broadway Habanero, documental turístico de 1958 sobre la emblemática avenida del Vedado, como si me entregara un secreto de estado con mil recomendaciones y salvedades porque era uno de los materiales que la Cinemateca de Cuba tenía prohibido divulgar al presentar una ciudad vital y moderna poco antes de la debacle ocasionada por los barbudos de la Sierra Maestra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario