domingo, 28 de febrero de 2010

La Cuba postcastrista tendrá que reconstruir su identidad nacional

By JOSE AZEL
Especial para El Nuevo Herald

De una forma elemental, dos sistemas opuestos de valores están en juego. Uno en el que priman los derechos humanos, las libertades y la democracia, y otro en que la prioridad descansa en la prosperidad económica.

Estas alternativas son trascendentales, ya que el camino elegido cristalizará la narrativa de la Cuba postcastro y por generaciones venideras.

La reconstrucción de la nación cubana no puede tener lugar en medio de un vacío político, o dentro de un marco totalitario, y menos sin restaurar las libertades civiles y derechos políticos que permitan la práctica de la tolerancia y la sabiduría política. La Cuba postcastro tendrá que reconstruir, más que su economía, su identidad nacional.

Un punto de partida es reconocer plenamente que el sistema político-económico cubano no es reformable, como un proceso evolutivo darwiniano. Para ser exitoso el proceso de reforma cubano deberá ser de base amplia, completo y llevado a cabo rápidamente y no un programa de reformas graduales y tímidas.

Es necesaria una filosofía que potencie el sentimiento ciudadano para recuperar las energías individuales e iniciar la recuperación de la responsabilidad individual sobre el colectivismo asocial impuesto por el castrismo.

Un cambio de sistema es sobre todo un proceso auto catalítico. Corresponde que, aunque la ampliación del contorno político es una condición necesaria, los requisitos de la democracia deben tener prioridad y supremacía.

Para evitar un estancamiento político o el caos en Cuba después de Castro, hay que afirmar el resurgir de una nueva forma de percibir el futuro y del comportamiento ciudadano. Culturas políticas divergentes, como escorpiones atrapados en una botella, no pueden evitar batallar de manera

permanente.

Sin embargo, las culturas políticas, a diferencia de los escorpiones, no necesitan comprometerse en una lucha de eliminación hasta el final. Culturas políticas divergentes pueden coexistir en un ambiente democrático y participativo, siempre que todos los participantes acepten la vía democrática para ventilar sus hostilidades.

Para que esto suceda, el gobierno cubano de transición no puede ser una extensión ideológica directa del castrismo. La transición en Cuba no puede ser una mutación pragmática más del castrismo. Tiene que ser su antítesis.

Esta nueva forma de percibir el futuro debe basarse en la noción que las experiencias sociales tácitas de las personas facultadas para decidir libremente son una mejor guía para gobernar que la presunta racionalidad de los reyes-filósofos mesiánicos.

Por otra parte, las libertades individuales y la autonomía personal son esenciales para vivir plenamente. Son fundamentales para el confort mental que da dignidad a la existencia humana.

Para reflexionar coherentemente sobre el futuro de Cuba, es necesario entender que las potencialidades del país están sujetas, no sólo a condiciones macroeconómicas, sino a las decisiones individuales de la población. Es decir, que cambios económicos, no centralizados de antemano en libertades individuales, y el fortalecimiento de la sociedad a través de elecciones pluralistas, libres y justas; condenarían a la sociedad cubana a vivir una existencia provisional de límite desconocido.

Esta es una condición que lesiona el espíritu humano y no promueve el desarrollo de los valores democráticos de la sociedad. Las personas que no logran ver el fin de su existencia provisional llevan una existencia sin futuro y no pueden convertirse en ciudadanos que sostengan un estado democrático.

Los derechos políticos y libertades civiles no son un lujo superfluo para ser añadido al fin de un programa de reformas económicas. Ellos son la esencia misma del progreso que le otorga a una ciudadanía el poder para corregir errores, expresar descontento, y provocar cambios en el liderazgo de la nación.

La democracia requiere un modelo de relación entre el estado y sus ciudadanos que es radicalmente diferente del modelo de relación de un estado marxista-leninista y el pueblo. Como consecuencia, el comunismo cubano no puede ser reformado para lograr una verdadera transición democrática, con resultados aceptables.

Para despertar las aspiraciones --para aventurarse a soñar y a tener esperanza, para escapar de sus tareas diarias de Sísifo-- la sociedad cubana debe exorcizar la mitología de un máximo líder mesiánico y alcanzar otros niveles de salud mental socio-política.

Esto no puede tener lugar dentro de una burocracia kafkaiana con una complejidad absurda, desorientadora y amenazante. No puede tener lugar dentro de la continuidad de un régimen autoritario disfrazado de un régimen de cambio.

La nueva conversación cubana debe ser una que explique que las causas de la prosperidad y el desarrollo se encuentran en los principios de la democracia liberal y el imperio de la ley.

Esta visión de un mañana en Cuba comienza con una idea intransigente de la libertad. Es una visión que reconoce el tortuoso camino histórico y las experiencias de la Cuba colonial, republicana, comunista y sus legados. Pero, sobre todo, es una visión que no acepta el futuro de una Cuba condenada de antemano por su pasado.

Una transición exitosa en Cuba requerirá, por encima de todo, una visión convincente de esperanza para todos los cubanos, una irrefutable realización que la vida puede recuperar su sentido a pesar de sus aspectos trágicos. Se requiere una visualización del futuro que no equipare la dignidad de una sociedad con beneficios económicos.

En Cuba después de los Castro, decisiones y caminos serán tomados. Esperemos que sean los de la libertad individual y la autonomía personal para que los cubanos puedan, de nuevo y para siempre, sentirse libres.

José Azel es investigador del Institute for Cuban and Cuban-American Studies.

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