domingo, 21 de marzo de 2010

El efecto Zapata Tamayo



Reina Luisa Tamayo, madre de Orlando Zapata, ante una foto de su hijo.

(REUTERS)

No caben dudas de que la muerte del disidente Orlando Zapata Tamayo ha sido uno de los más graves errores que ha cometido el régimen cubano en su más de medio siglo de existencia. Cuesta trabajo pensar que se trató de un descuido o de una acción que no fue previamente calculada. Una jugada política de tal magnitud no se pone en práctica sin antes analizar las consecuencias que podría tener tanto en Cuba como a nivel internacional. Situarse en la posición de los estrategas del régimen y preguntarse cuáles pudieron ser los objetivos que sustentaron la decisión de dejar morir a una figura poco conocida de la disidencia, es un ejercicio plausible, aun cuando, por lo pronto, esta interrogante sólo pueda contestarse a modo de conjetura.

Me gustaría arriesgar algunas respuestas, totalmente hipotéticas (seguramente existan muchas otras). Dentro de Cuba, la muerte de Zapata Tamayo habría sido un modo de contener y amedrentar a la oposición política. Para el régimen esto posiblemente sea una cuestión de primer orden, en un momento en el que las manifestaciones de descontento son cada vez más explícitas y la oposición va sedimentándose de un modo que resulta cada vez más difícil de extirpar. La muerte de Zapato Tamayo habría podido funcionar como escarmiento, como un mensaje muy claro de que no habría concesiones políticas ni tampoco reparos a la hora de apelar a los castigos más severos.

En el plano internacional, el régimen de los Castro posiblemente persiguiese sabotear las gestiones del gobierno español para cambiar la posición común europea —que tenía ciertas posibilidades de imponerse— y pulverizar aún más los esfuerzos conciliadores de la administración Obama.

Entre las posibles adversidades dentro de la isla, supongo que el gobierno habría previsto las usuales protestas y denuncias de los grupos opositores (blogueros incluidos) y, externamente, las reacciones enfurecidas del exilio, a las que se sumaría una agresiva campaña mediática. Ambas serían inconvenientes que presumiblemente habría que soportar por algunas semanas y que, en esencia, no diferían mucho de los ataques que de todas maneras la dirigencia cubana ha encarado de forma ininterrumpida.

Si más o menos estos fueron los cálculos, habría que convenir en que no fueron predicciones del todo desacertadas. Sin embargo, en esta ocasión, incluso cuando el plan fuese favorecido con la reciente alianza entre los gobiernos latinoamericanos, la muerte deliberada de Zapata Tamayo fue un fiasco descomunal.

Una nueva situación

Lejos de atemorizar a la disidencia, la energizó y ensanchó su espacio político. Este es un efecto muy importante. Durante más de dos décadas los grupos opositores fueron mayormente apoyados por el sector más radical del exilio y, de forma más taimada, por los gobiernos de turno estadounidenses. Pese a haber conseguido logros como las más de diez mil firmas que se requerían para respaldar el Proyecto Varela, la oposición política cubana —minada por los servicios de inteligencia y a merced de un sistema judicial abusivo— subsistía en medio de la apatía de gran parte de la población, en una especie de asfixia política, continuamente expuesta a todo tipo de agresiones estimuladas por el régimen, y aplastada por la pésima reputación que la propaganda oficialista le había endilgado.

Al permitir la muerte de Zapata Tamayo, el régimen contribuyó a reivindicar a los grupos opositores, tanto en Cuba como fuera. Si antes eran fundamentalmente los blogueros quienes acaparaban la atención mediática internacional, ahora son los opositores políticos y los presos de conciencia los que pasaron a un primer plano. Y en lugar de delincuentes y mercenarios, se ha podido apreciar a personas humildes, voceros inteligentes, que acuden a formas no violentas de enfrentamiento y sobre todo se ha visto a una figura como Guillermo Fariñas que, de manera ejemplar en el mundo contemporáneo, ha puesto en riesgo su propia vida en nombre de sus convicciones.

Junto a este espacio conquistado por la disidencia, el exilio también ha ganado en cohesión y su fuerza política se ha robustecido con las crecientes simpatías que está despertando la causa cubana en las sociedades occidentales. La carta de denuncia al gobierno cubano —iniciativa de un grupo de blogueros— ha sido un éxito abrumador no sólo por la cantidad de personas que la han suscrito hasta el momento (más de once mil), sino también por la autoridad intelectual de muchos de los firmantes y el respaldo que ha encontrado en los medios informativos.

Por otra parte, el régimen puso en aprietos a sus cómplices políticos. La reciente alianza entre los gobiernos latinoamericanos ha empezado a agrietarse. El presidente de Costa Rica y el recientemente electo mandatario chileno se pronunciaron a favor de la disidencia. El gobierno mexicano emitió una nota de preocupación por el trato que se le está dando a Fariñas, mientras la imagen de Lula se vio dramáticamente dañada y Chávez ha tenido la cautela de guardar silencio.

La muerte de Zapata Tamayo desmoralizó a los partidarios del gobierno y decepcionó a una gran mayoría que, por alguna que otra razón, todavía simpatiza con el régimen. Además, demostró de manera rotunda que los maltratos que se cometen contra la población civil y penal no son parte de una campaña mediática orquestada por el enemigo, sino que constituyen prácticas sistemáticas de las autoridades. El caso de Zapata Tamayo destruyó los últimos reductos de credibilidad que conservaba el gobierno.

Las tácticas de desprestigiar a los disidentes o de acusar a los medios masivos de Europa y Estados Unidos evidenciaron, como nunca antes, los burdos mecanismos con los que el régimen encubre sus desmanes ante la opinión pública nacional e internacional. En esta ocasión la predecible carta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba no fue acompañada de firmas. Un mal síntoma que vino a confirmar la diatriba de Sergio, en el filme Memorias del Subdesarrollo, sobre la responsabilidad individual que se intenta salvaguardar mediante la invocación al grupo.

La muerte de Zapata Tamayo y la huelga de hambre iniciada por Fariñas, han incidido en una nueva configuración de las fuerzas y protagonismos políticos. Una configuración que acelerará la caída del régimen.
Ernesto Menéndez-Conde Diario de Cuba

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