miércoles, 31 de marzo de 2010
El libro del odio
Por José Carlos Rodríguez
Cortesía de La Ilustración Liberal.
En 1903 el mundo se hizo un poco más oscuro, por la publicación de un folleto que se conoce como Los protocolos de los sabios de Sión.
Una guía pensada para el odio de todo un pueblo, con la mentira y las
medias verdades como acicates y espuelas de un sentimiento compartido
por una parte de la sociedad rusa. Un género literario que no ha
muerto, como demuestra la reciente publicación de La Cultura del Mal. Una guía del antiamericanismo, de Moncho Tamames, publicada en Madrid por Espejo de Tinta.
El objetivo del libro consiste en convertirse en un instrumento para el odio de los Estados Unidos. Como el otro libro citado, La Cultura del Mal
intenta movilizar las conciencias, especialmente las ya podridas, en
este caso por el antiamericanismo. Su público objetivo son los jóvenes,
y su puerta de acceso la ignorancia. Dice Tamames: “El objetivo
principal es su máxima difusión y sobre todo entre la gente más joven y
no necesariamente la más leída”.
Tamames quiere reunir todos los datos “degradantes y negativos”
sobre los Estados Unidos, según explicó durante la presentación de su
obra en Madrid. Pero hay más. Porque no se limita a hacer un acopio
sesgado, sino que identifica a los Estados Unidos, a su pueblo y a su
historia, con el “saqueo”, el “asesinato”, la “extorsión” y el
“salvajismo anglosajón” (pág. 29), así como con el “genocidio” (páginas
259-282). Y con la ignorancia (págs. 42-48, 88-93 y 141-160, entre
otras), con la superficialidad, con la insolidaridad, con el
despilfarro, con la violencia sexual...
Tamames no quiere “contemplaciones cuando se habla de EEUU”, y
para poder verter su anatema contra la totalidad del país expresa en
varios sitios una idea, que se hace elocuente en la página 139:
“Estados Unidos no es una dictadura en la que se ha impuesto un
gobernante y donde, por tanto, el pueblo no haya sido cómplice de una
elección libre (...) El pueblo estadounidense es responsable de su
propia cultura, de sus dirigentes y, en consecuencia, de las
atrocidades que cometen”.
Pero como no quiere que se le escape ninguna crítica, sólo dos
páginas más tarde el lector se encuentra con absolutamente todo lo
contrario. Para exponerlo cita a Samuelson: “EEUU es una democracia,
pues todo el mundo puede votar. Pero los ricos tienen sus lobbies
y los medios para decir qué debe votarse. Es, por consiguiente, una
democracia plutocrática, en la cual las clases medias y bajas no han
decidido sublevarse”. Una dictadura que “es muy similar a la del
proletariado, si bien más sibilina, confabulada y duradera”. El
ciudadano americano “ni pincha, ni corta, ni opina, ni decide y, en la
inmensa mayoría de los casos, ni piensa en todo ello”. ¿En qué
quedamos, entonces?
Para Moncho Tamames, en las dos cosas. Incluso en una tercera, porque en la penúltima página de La Cultura del Mal
dice que el pueblo sí elige a los presidentes. Pero ¿de qué pueblo
estamos hablando? “Hablamos de ese hombre de Minnesota que no sabe
dónde está Francia y viola cada semana a su hija. Hablamos de ese
hombre solitario de Oregón que se casó hace treinta años con su
televisor y apenas ha salido de su cabaña. Hablamos de ese hombre de
Nebraska que tiene más pistolas que amigos. Hablamos de ese chaval de
dieciocho años que ya ha matado varias veces”.
En absoluto es la única contradicción. En la página 143 critica a
las “religiones occidentales” por la “anulación de los instintos
naturales más básicos e innatos, como enfadarse con el prójimo, mentir
de cuando en cuando, robar si estás hambriento o el más natural e
intenso deseo sexual con el que todos nacemos”. Sólo hay que pasar esa
página para poder leer una nueva crítica a los Estados Unidos, en este
caso absolutamente contraria: “Saciar el instinto natural de la gente,
en contra de la razón, la educación y lo civilizado, parece ser la
cuestión política y comercial que condena irreversiblemente su
sociedad. La cultura estadounidense olvida que es una civilización y
que vive en comunidad. Para ello hay reglas racionales que, aunque sean
contranatura o antiinstinto, no se pueden eludir”, ya que si lo haces
“acabas en el ‘ojo por ojo’”.
¿En qué quedamos? ¿Sometemos nuestros instintos a las normas que
conforman la civilización y que permiten una convivencia ordenada o las
tiramos por la borda para desatar nuestros instintos “más básicos e
innatos”, como el de enfadarse o mentir?
Como su admirado Michael Moore, Moncho Tamames no repara en hacer
una crítica y la contraria, pues de este modo el objeto de odio no
tiene escapatoria. Comentó en la presentación de su libro que comenzó a
escribirlo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Han
pasado tres años y medio, tiempo suficiente para corregir
contradicciones tan brutales. ¿Será que el autor no tiene la capacidad
de resolverlas o de darse cuenta de ellas? No lo creo. La clave es el
sentimiento de odio con que está compuesto el libro, y que le ha
anulado la capacidad de razonar. El propio Moncho Tamames ofrece lo que
pueden interpretarse como claves personales que le llevan a ese
sentimiento, que se ha ido forjando desde sus años de vida en ese país,
al que llegó, en descarnado contraste con lo impreso en La Cultura del Mal, “limpio de cualquier prejuicio”.
Las contradicciones son en ocasiones más sutiles, aunque no menos
fundamentales. El título hace mención a la cultura, y es ésta el centro
de las críticas. Una especie de basura que EEUU exporta a todo el mundo
en un proceso que llama “terrorismo incultural autopropagable” y que
alcanza todos los rincones del planeta. Pero si los estadounidenses son
capaces de vendernos un producto tan infame sin que nosotros podamos
ofrecer alternativas que nos convenzan a nosotros mismos, ¿en qué
posición quedamos los europeos, japoneses, etcétera? Esto resulta
chocante, porque Moncho Tamames define el “antiamericanismo” como un
valor positivo que consiste en la defensa de lo propio frente a los
Estados Unidos.
Eso, por lo que se refiere al análisis. Los datos flaquean, como
lo hacen parte de sus fuentes. Dice en la página 11 que “de todos los
datos que aporta Fahrenheit 9/11
no parece haber ni uno solo en toda la película que no sea verídico”.
Este descuido por las fuentes le traiciona en más de una ocasión. Si es
que el lector se ha tomado La Cultura del Mal en serio, claro.
El libro, por lo que tiene de apología del odio a un país entero y lo que supone de instrumento de ese odio[1],
es de por sí lamentable. Pero resulta incluso peor cuando trata el
terrorismo contra los Estados Unidos. Es sabido que hay una barrera
entre la “explicación” y la “justificación” de un hecho. El lector
tendrá que juzgar dónde se ha situado Ramón Tamames.
Ofrece al “terrorismo”, que entrecomilla, la presentación más
favorable y justificadora. Así, dice en las páginas 222 y 223: “En este
caso, además, llamando ‘terrorismo’ a una corriente de conciencia
radical y voluntades ‘antiamericanas’, oprimidas, invadidas y
totalmente desorganizadas hasta estos tres últimos años”; cuatro
páginas más tarde: “Antes del 11-S estábamos llamando terrorismo (...)
a algo que en principio no era muy ilógico pensar y reconocer que podía
ser sencillamente la voz mayoritaria del Islam y que se traduce como
‘déjenos vivir y arreglar nuestras diferencias’”. Unos atentados, los
del 11-S, que son una “respuesta al terrorismo de Estado”. Es más, “en
cualquier caso, todo este terrorismo selectivo de la última década ha
sido más bien una respuesta al imperialismo militante de EEUU, en su
única forma de orquestarla”; y puntualiza: “Ahora resulta que a la
supervivencia la llamamos también ‘terrorismo’”.
En concreto, “las antiguas IRA y OLP, el Frente Polisario o la
respuesta de una buena parte del Islam (siempre antes del 11-M), se
merecerían, cuando menos, tener un matiz distintivo en el plano
ideológico –que no en lo que respecta a métodos o consecuencias–, que
les permitiera ser etiquetados de distinta forma: ‘milicias de pueblos
oprimidos’, ‘guerrilleros por la independencia’, ‘fanáticos
antiamericanos’ o cualquier otro nombre que se les quiera dar”.
Curiosamente, lo de “fanático antiamericano” cabría colgárselo al
propio Moncho Tamames.
Si pese, a lo recogido en esta recensión, algún lector cree que
sería exagerado llamar fanático al autor, permítame atizarle con otra
cita del libro: “Bin Laden será un iluminado o un enfermo
fundamentalista, pero en cualquier caso sus acciones fueron, en su
finalidad, motivo de satisfacción o al menos indiferencia para gran
parte del Islam, de iberoamericanos, de asiáticos, de africanos e
incluso de muchos europeos” (página 228). ¿Es descabellado pensar que
Moncho Tamames es partícipe de esa satisfacción que él atribuye a gran
parte del mundo?
De la calidad del juicio histórico de Moncho Tamames no diré nada.
Me limitaré a darle al lector todavía un motivo más para no comprarse
el volumen: “Irak es hoy mucho peor que con Sadam (...) El mundo es
infinitamente peor que con Sadam. Y todo eso es gracias en parte a
Aznar, y a gente de su misma talla política” (página 253). Si el ex
presidente tiene ocasión le agradecerá el comentario, imagino.
No querría terminar sin hacer un par de consideraciones. Este
libro es un ejercicio de desahogo; pero simboliza, en su extremo, una
reacción de una parte de la izquierda mundial ante el 11 de Septiembre.
Es precisamente estas reacciones las que han llevado a otra parte de la
izquierda a plantearse qué ha podido llevar a quienes compartían sus
ideales a poco menos que justificar aquellos brutales atentados. Son
los Moncho Tamames quienes han alertado la conciencia de un segmento de
la izquierda y les ha llevado a revisar sus ideas.
Y, por último: el autor anunció cuando presentó el libro ante la
prensa que éste se estaba traduciendo al árabe. Lo cual me recuerda la
expresión “alianza de civilizaciones”. ¿Alianza? ¿Contra quién?
[1]
Un sentimiento que explica en la página 46: “La mayoría del mundo no
les odia por su dinero, sino por todo lo que dejan de lado al otorgarle
tan extrema importancia a lo económico, con las nefastas consecuencias
que ello comporta, principalmente, además, para ellos y su ridícula
forma de vida”.
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