martes, 16 de marzo de 2010
HOY EN EL CALENDARIO CUBANO 16 DE MARZO
En la Ciudad de Matanzas, Cuba
• Santos católicos que celebran su día el 16 de marzo:
- En el Almanaque Cubano de 1921:
Santos Abraham, ermitaño, Heriberto y Agapito, confesores
- En el Almanaque Campesino de 1946:
Santos Julián, Abraham, ermitaño, Heriberto y Agapito, confesores
• Natalicios cubanos:
Valderrama y de la Peña, Esteban: -Nació en Matanzas el 16 de marzo de 1892. Fue pensionado por el Gobierno Provincial de Matanzas a los doce años de edad. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro de La Habana. Después, pensionado a Europa, fue alumno de la Escuela de San Fernando de Madrid, obteniendo por oposición dos Premios y diez Medallas. Amplió estudios en "Ecole des Beaux Arts" de París, siendo por oposición pública "Definitif" de dicha institución en 1912. Premios: Especial de la Academia Nacional de Artes y Letras por su cuadro “Fundamental”. Medalla de Oro en Sevilla, por “Campesinos Cubanos”. Medalla en San Francisco de California, (Exposición Internacional de Panamá). Fue profesor titular de la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro desde 1918 y Miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba, y designado correspondiente de la de San Fernando de Madrid. También fue doctor en Filosofía y Letras y en Pedagogía de la Universidad de La Habana y presidente de distintas corporaciones nacionales cubanas.
Valdés Fauli, José: -Nació en La Habana el 16 de marzo de 1816, donde falleció el 19 de marzo de 1882. Notable jurisconsulto, director de la Sociedad Económica, Rector de la Universidad, en cuyo puesto reemplazó al doctor Zambrana. Emigró al estallar la revolución de Yara y le fueron embargados sus bienes, pasando a Estados Unidos, Venezuela y Europa y regresó a La Habana después de la paz del Zanjón. Fue un gran orador forense, un patricio ejemplar y a su intervención se debió el que fueran trasladados a Cuba los restos del gran Saco, de quien era albacea.
El 16 de marzo en la Historia de Cuba
• 1896 -
- Antonio Maceo regresa a la Provincia de Pinar del Río.
José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Occidente) - Tomo II: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 155-159 describe estos acontecimientos del 16 de marzo de 1896 en la Historia de Cuba:
“Después de la acción de Neptuno, forzando la marcha, pudimos llegar a Esponda, término de Artemisa; era el domingo 15 de Marzo. Muy ruda fue la jornada; pero Maceo, tan pronto como buscó hospital seguro para los heridos, despachó correos a los diferentes jefes que operaban por San Cristóbal y montes del Rosario, a fin de que concurrieran con toda urgencia a la zona de Cayajabos, en donde iba a situarse el Cuartel General muy en breve. También participó al delegado de la Revolución las operaciones realizadas en la provincia de la Habana y Matanzas y el retorno de la hueste invasora a Pinar del Río. El general Maceo pidió a Estrada Palma el envío de pequeñas expediciones a las costas del departamento occidental, de cuya falta mostrábase quejoso, porque parecía insólito que no se hubiera recibido ni una sola cápsula del exterior en el período de la campaña invasora.
“Al penetrar en Vuelta Abajo carecíamos de noticias de las fuerzas enemigas que operaban en esta región. Era preciso explorar el terreno en tanto no llegaran nuestros parciales con datos fidedignos respecto de la situación de los españoles. Lo único que se sabía era la concurrencia de algunas columnas al mando de Linares, Suárez Inclán y Hechizaría, las cuales tenían la misión de avituallar las plazas de San Cristóbal y Candelaria, y era de suponer que el coronel Hernández de Velasco, seguiría la huella de los insurrectos desde Neptuno. Maceo tenía el propósito de encaminarse hacia Cayajabos para practicar una exploración sobre Candelaria y establecer la primera base de sus operaciones en los montes del Rubí. Con este propósito se emprendió marcha a las siete de la mañana del lunes 16, y después de reconocer las Mangas y Puerto Rico, se hizo alto en el potrero Galope, con el objeto de esperar noticias de los jefes cubanos citados por el Cuartel General. Eran tan sólo las dos de la tarde, y no había que pensar en un largo descanso. Se envió únicamente una avanzada sobre la carretera, como medida de precaución; pero un aguacero torrencial impidió continuar el camino. Fue necesario quitar bridas y monturas, y hacerse de alguna cobija para guarecerse de la borrasca. De improviso, en medio del tremendo aguacero, se oyó una detonación de artillería, y a los pocos momentos algunas más, mezcladas con el estrépito de los fusiles, lo que indicaba que había sido sorprendido el campamento por numerosas fuerzas españolas. No era así, sin embargo: la columna se dirigía a Candelaria por la carretera, ignorando por completo de que a un kilómetro próximamente de su paso, se hallaba acampada la tropa de Maceo. El retén contiguo al camino real, divisó a los exploradores de la columna española y dio la voz de alarma; pero a causa del estruendo de la tempestad que descargaba con toda su furia, no fue percibida en el Cuartel General la detonación de los fusiles, y, sí, el estampido del cañón del adversario. Como el campamento estaba, próximo a la carretera, los proyectiles del enemigo derribaron la endeble techumbre que servía de refugio a nuestra tropa, y vino el tropel, con el desorden consiguiente, mientras el clarín tocaba a botasillas. Pero Maceo monta a caballo y restablece en seguida el orden, hecho un león: con cuatro palabras, blandiendo el machete y galopando impetuoso, arroja jinetes e infantes sobre la carretera, en donde están las tropas españolas en línea formidable: ocupan un tramo de la calzada y el puente de Yaguaza. Parte de nuestra infantería, la primera que ha empuñado las armas, toma la ofensiva con ardimiento, y a paso de carga se coloca sobre el flanco izquierda de los españoles, apoyada por un escuadrón del regimiento Céspedes y la escolta de Maceo. Estos cuerpos hacen prodigios, acuden a todos los lugares y sirven de acicate a los peones que van a la carga con el machete en alto. Arrecia el combate al compás del aguacero; junto al puente de Yaguaza se ha formado una laguna que crece por momentos, y a esto se debe que no sean pasadas a cuchillo dos o tres compañías de la retaguardia española y que no caiga en nuestro poder la pieza de artillería, que ha enfilado desde allí sus fuegos. Los artilleros vense precisados a descargar sus carabinas cuando ya no pueden hacer uso de los botes de metralla. Se oyen las voces de los oficiales que arengan a los suyos. Llega Maceo al lugar de este debate, y dice, imperativamente: ¡A ver, cojan ese cañón! A esta orden de Maceo, se abalanzan varios oficiales hasta la misma carretera a fin de atacar al puente por retaguardia y hacer presa en la artillería; pero no tuvo éxito el esfuerzo intentado por el grupo delantero, porque los españoles pudieron retroceder, llevándose la pieza de artillería favorecidos por el lagunato que imposibilitaba el avance de los nuestros, los cuales, para cumplimentar la orden decisiva del general Maceo, tuvieron que arrojarse por debajo del puente de Yaguaza. Los combatientes han estado tan cerca los unos de los otros, que algunos se han reconocido en medio de la riña, y han llegado a distinguir el vestuario, las insignias, los arreos de los caballos y otros pormenores. En estas condiciones, continuó el combate con fuego de fusilería hasta que el enemigo abandonó el campo con celeridad y manifiesto desorden, dejando algunos bagajes, vituallas y pertrechos de artillería. Los españoles sostuvieron la acción con gallardía y los nuestros pelearon con singular arrojo; pero la retaguardia de aquellos fue la que mantuvo el peso del combate y corrió el riesgo inminente de ser copada. En la precipitación con que el general Maceo dio las primeras disposiciones, creyendo que el campamento había sido sorprendido, el brigadier Pedro Díaz interpretó erróneamente la orden que le fue trasmitida por uno de los ayudantes de campo, puesto que ocupó una de las márgenes del arroyo Jícara, en vez de desplegarse junto a la calzada, aunque con disculpa del ayudante que comunicó la orden, porque Maceo, en el período más violento de la lucha, solía dar las órdenes con tal rapidez, para que asimismo se cumplieran, que la mayor parte de las veces resultaba incomprensible para el más atento y cumplidor de sus oficiales: en tales momentos ningún subalterno del Estado Mayor se atrevía a solicitar la repetición de la orden cuando no era bien entendida. De haberse ejecutado al pie de la letra la primera disposición del general Maceo, el flanco izquierdo del enemigo hubiera sido atacado por la infantería de Quintín Bandera, y simultáneamente, su vanguardia, por el brigadier Díaz, doble acometida que lo habría impelido a dejar las posiciones de la carretera y a buscar salida por las sabanas contiguas, en donde hubiera experimentado quebranto mayor y tal vez un desastre total. Debido a la confusión indicada, una gran parte de la infantería de Pedro Díaz se desplego en línea opuesta, fuera casi del radio de la acción, y no pudo por lo tanto hacer eficaz la última fase de la ofensiva insurrecta, toda vez que la división española, al abandonar el campo, lo hizo por la carretera, y aunque agredida por pequeños grupos de caballería, no halló la fuerte hostilidad con que hubiese tropezado si el núcleo de la infantería de Pedro Díaz llega a posesionarse del paraje designado por Maceo. Al dispararse los últimos tiros, ordenó Maceo que un escuadrón saliera a reconocer el campo de la pelea, y esta fuerza, que mandaba el capitán Rosendo Collazo, sostuvo nuevo combate con la retaguardia enemiga, ya casi de noche. La acción de Galope duró tres horas. Tuvo por palenque la calzada de Candelaria, lugar famoso en la campaña de Pinar del Río, que ahora se ensangrentaba nuevamente con el reñido combate de este día, principio de una serie de encarnizadas disputas que obtendrán desarrollo cuando lleguen los actores al pie de la montaña, y darán fin en las cumbres del Rubí. El gran teatro nos espera.
“La columna española iba al mando de Suárez Inclán, quien, al dar cuenta de la operación, dice que salió de las Mangas el día 16, encargando al coronel Hernández de Velasco que lo efectuara desde Artemisa, para apoyarlo en la marcha sobre Candelaria, cuya dirección llevaba el enemigo; que encontró a Maceo, Quintín Bandera y otros cabecillas en número de cuatro mil hombres, en el sitio llamado Galope, rompiéndose súbitamente extensa línea de fuego desde la manigua cercana. Refiere Suárez Inclán que desplegó en la línea paralela a la carretera fuerzas de Tarifa, que formaban su vanguardia, con sección de caballería de Vitoria y artillería, y que el enemigo contestó el fuego en aquella parte, corriéndose a retaguardia, a la que envolvió completamente; que las compañías de Luchana, sección de Vitoria y disparos de tercerolas de artilleros, que, además, arrojaban metralla, sobre los insurrectos, que avanzaban al machete, contuvieron a éstos en su acometida que el enemigo cayó con nuevas fuerzas, pero que se le contuvo, resultando victoriosa la acción para los españoles; y que terminó con un ataque a la bayoneta. Después de dos horas de reñido combate, el coronel Suárez Inclán trató de llegar a Candelaria, y tuvo que sostener otro choque con el enemigo. La columna de Maceo tuvo 23 bajas, entre muertos y heridos.
• 1826 -
- Francisco Agüero y Manuel Sánchez en Puerto Príncipe, hoy Camagüey.
Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 157-158 nos describe los acontecimientos del 16 de marzo de 1826 en la Historia de Cuba:
“Francisco Agüero y Velazco y Manuel Andrés Sánchez pretendieron encabezar un movimiento de liberación en Cuba en una de las épocas más complejas de la Colonia. La independencia de la Isla parecía un objeto de necesidad, no de elección. Esta Antilla se hallaba entre dos fuerzas opuestas: la influencia proveniente de las guerras emancipadoras del Continente y la concentración en ella de los elementos que la Metrópoli consideraba necesarios para la defensa del resto de su imperio ultramarino. El choque de tales fuerzas, siendo la una moral y la otra material, estaba llamado a culminar en la imposición de la segunda. Tal era en 1826 la situación de Cuba.
“El país se hallaba hondamente conturbado. Vivía a la merced de los propósitos y caprichos del Capitán General. Este agente de la Corona reunía en sí una suma de poderes que, empleada para mantener con rigidez el orden de cosas establecido, hacía imposible toda aspiración renovadora.
“Funcionarios de la Colonia acusaron a Agüero y Sánchez de conspirar contra la soberanía de España en Cuba. El aparato oficial de la Isla tenía por esencial objetivo proteger los intereses de la monarquía hispánica. Entre estos intereses ninguno en Cuba era tan grande como el de la conservación de la Isla bajo el pabellón de España y bajo el absolutismo de Fernando VII. Agüero y Sánchez, tenidos por enemigos de la España de Fernando VII, fueron aprehendidos y sometidos a proceso criminal.
“La Comisión Militar Ejecutiva y Permanente, recién creada en Cuba cuando se instruía causa contra Agüero y Sánchez, no arrancó de la audiencia de Puerto Príncipe el conocimiento del grave asunto. Pero la Audiencia no fue menos dura de lo que podía ser la Comisión: la Audiencia condenó a los dos alteradores a morir en la horca. El fallo del más alto tribunal de España en las Antillas se acomodó a las pautas del absolutismo de Fernando VII.
“En la horca levantada en Puerto Príncipe dejaron de vivir el 16 de marzo de 1826 Francisco Agüero y Velazco y Manuel Andrés Sánchez. El suceso tuvo doble significación: la que llevaba en sí mismo y la que poseía como síntoma. Los agentes de España en Cuba no se detenían ni ante lo más grave en su deseo de conservar la Colonia. Y los que premeditaban extinguirla ya sabían que riesgos debían encarar. La aspiración a hacer libre a Cuba, abonada desde entonces con sangre de mártires, no podía progresar sino a costa de inmensos sacrificios.”
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