domingo, 21 de marzo de 2010

Fidel y Raúl Castro en la encrucijada


By CARLOS ALBERTO MONTANER

Hay víctimas muy caras. El albañil negro Zapata Tamayo, muerto de hambre
y sed en las cárceles cubanas, es una de ellas. Algunas se llevan a la
tumba a sus asesinos. Los Castro debían saber esto. La muerte de Pelayo
Cuervo, un líder de la oposición durante la dictadura de Batista, fue
una de esas víctimas. Tras su asesinato ya no quedó espacio para una
solución política. Al dominicano Trujillo le ocurrió algo parecido con
las hermanas Mirabal. Mató cientos de opositores impunemente, hasta que
una tarde especialmente cruel sus policías ejecutaron a palos a tres
respetables muchachas y las arrojaron a un barranco. El crimen marcó el
comienzo del drama que condujo a la ejecución del dictador y al fin de
su tiranía.

La reacción internacional ha sido devastadora para la imagen del régimen
cubano. El Parlamento Europeo, que es el espacio democrático más
prestigioso y grande del planeta --27 países, 500 millones de
habitantes-- aprobó una condena sin excusas a la dictadura de los Castro
en la que estuvo de acuerdo todo el arco democrático, desde la derecha
hasta la socialdemocracia, pasando por liberales, verdes y radicales.
Sólo 30 eurodiputados comunistas apoyaron al gobierno cubano. Quinientos
nueve lo acusaron severamente. Catorce se abstuvieron.

Fue como si se levantara la veda. Tras el ejemplo del Parlamento
Europeo, Pablo Milanés se atrevió a alzar su voz y vino una condena del
Senado chileno, acompañada por un fuerte documento de los socialistas de
ese país y una declaración enérgica de México, mientras varias asambleas
parlamentarias españolas (y algunas latinoamericanas), aguijoneadas por
Esperanza Aguirre, la presidente de la Comunidad de Madrid, preparan
textos parecidos para continuar la ofensiva.

Simultáneamente, aparecía una carta acusatoria en Internet
(http://orlandozapatatamayo.blogspot. com/p/carta.html) que en pocos
días recibía decenas de miles de firmas. Muchas de ellas pertenecían a
los sospechosos habituales, los demócratas de siempre --Mario y Alvaro
Vargas Llosa, Fernando Savater, Enrique Krauze--, pero esta vez, acaso
arrastrados por los cineastas Pedro Almodóvar y Fernando Trueba, también
la suscribían comunistas como los cantantes Víctor Manuel y Ana Belén, y
la actriz Pilar Bardem, cansados de los excesos de los dogmáticos
estalinistas cubanos.

¿Qué está pasando en el mundo? Evidente: ya se agotaron todas las
reservas de paciencia y simpatías castristas fuera del ámbito de los
estalinistas. Ya no hay consideración posible para un régimen que lleva
varias décadas encarcelando y matando adversarios desarmados y
pacíficos. Cuando se enfermó Fidel Castro y su hermano Raúl asumió el
poder, circuló la vaga esperanza de un cambio gradual hacia mayores
espacios de libertad política y económica, pero nada de eso se ha
confirmado. Por el contrario: algunos funcionarios a los que se les
sospechaban inclinaciones reformistas (Carlos Lage, Felipe Pérez Roque,
Remírez de Estenoz) fueron ignominiosamente separados de sus cargos.
Raúl es más de lo mismo, pero sin la curiosidad antropológica que
despierta su hermano.

¿Y qué está pasando en Cuba? Por una parte, los demócratas de la
oposición, y muy especialmente las indomables Damas de Blanco --madres,
mujeres, hijas o hermanas de presos políticos-- continúan saliendo a las
calles a pedir la libertad de sus familiares, aunque el régimen las
golpee y las arrastre por el suelo una y otra vez. Por la otra, son
muchos los funcionarios del régimen avergonzados por las tácticas
represivas del gobierno, deseosos de enterrar de una vez un sistema
decrépito que nunca fue capaz de darles a los cubanos un poco de
bienestar material y les arrebató la libertad, la armonía familiar y la paz.

Los Castro están abocados a la clásica disyuntiva que suele sacudir a
este tipo de régimen caudillista en la etapa final: o abren la mano y
toleran que la sociedad exprese sus quejas y escoja sus preferencias
paulatinamente, o reprimen con mayor severidad cualquier manifestación
de inconformidad. Si eligen el primer camino, entran en un mundo
imprevisible en el que a medio o largo plazo pudieran perder el poder,
pero en el que también pueden evolucionar y transformarse en otra cosa
más adecuada al mundo en que vivimos. Si escogen el búnker y la
represión, el descrédito creciente los irá minando hasta que no tengan
posibilidad alguna de escapar de su propia jaula cuando un estallido de
violencia le ponga fin a la tiranía. Lo que casi nadie cree, dentro o
fuera de Cuba, es que, muertos los Castro, dos octogenarios crueles y
tercos, esa pesadilla continuará viva.

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