domingo, 28 de marzo de 2010

Los Castro en su laberinto


Enviado por ei en Marzo 28, 2010 – 13:21 pm.Alcibiades Hidalgo

(LT)-Faltaba la dura declaración de condena de Barack Obama, que finalmente llegó un mes después de la muerte por hambre del prisionero Orlando Zapata Tamayo. La prensa oficial no la descalificó de inmediato, aunque seguramente lo hará más adelante, cuando venga al caso. Los titulares del día en que Washington rompió su silencio iban dedicados, en cambio, a otra reflexión de Fidel Castro –esta vez sobre la reforma sanitaria en Estados Unidos– y a la visita del otro Castro a la señorial tumba en las montañas de Oriente del músico y comandante Juan Almeida, primer negro reconocido en medio siglo como Héroe de la República, más reverenciado ahora que durante su larga y disipada vida. Ya lo había sentenciado otro fundador del comunismo tropical: hasta después de muertos somos útiles.

Los últimos episodios demasiado evidentes de muerte y represión volvieron a situar a la isla en el foco de la atención internacional, como no sucedía desde la abdicación de Fidel Castro más de tres años atrás. Un escenario bien diferente de la ya estéril polémica sobre las capacidades reformistas del nuevo gobernante o la cotidiana descripción del indetenible quebranto económico.
El suplicio de un opositor hasta entonces anónimo, la manipulación desde el poder absoluto del dolor de una madre tan negra y tan pobre como el común de los cubanos, la acción impune de las porras gubernamentales contra las Damas de Blanco y la proliferación de protestas y nuevas huelgas de hambre revelaron en tiempos de Twitter y mensajes instantáneos el lado más sórdido de un régimen que insiste en proclamarse imperfecto, pero siempre en busca de una justicia inalcanzable por la hostilidad de Estados Unidos y las culpas de otros.

El mensaje, a todas luces, ya es insuficiente. Ya no está el Che Guevara para brindarle fuego al gran habano que Jean Paul Sartre consumiría antes de escribir y conquistarnos para la causa con su Huracán sobre el Azúcar. Tampoco hay habanos y ni siquiera azúcar, arrasados por el mal gobierno y los huracanes reales. Casi todos, incluidos el filósofo francés, Simone de Beauvoir y Alberto Korda, siempre fiel detrás del lente, no acompañan el ocaso del castrismo. Cincuenta años después, salvo para los afiliados al ALBA bolivariana, no basta el certificado de antiimperialismo vertical para justificar una buena dictadura de izquierda que nunca respetó vidas y mucho menos propiedades. La mítica, justiciera y ejemplar Revolución Cubana se presenta ahora octogenaria y sin afeites, solo a la espera del paso de su tiempo.

Pero no nos engañemos, todo transcurre todavía bajo el frío razonamiento acumulado durante el largo poder de Fidel Castro. Su sello se aprecia en la inamovible decisión gubernamental de no ceder a los irreverentes reclamos de Zapata, apenas otro negro desconocido en la larga lista de prisioneros en las más de 200 cárceles de la isla. Una decena de muertes semejantes documentadas a lo largo de cinco décadas avalan ese apego a uno de los principios revolucionarios que el Comandante aplica a sus prisioneros contestatarios. Y si resultan más conocidos que nunca antes estos excesos o los atropellos contra un puñado de mujeres demasiado tenaces, no debe culparse a los torpes ejecutores actuales que no igualan la astucia del Máximo Líder en retiro, sino a la “campaña mediática contra la isla” que todo lo explica.

Si el Parlamento Europeo, Ban Ki-moon, los presidentes de Francia, Costa Rica y Chile reaccionan indignados, o los senadores del mexicano Partido de la Revolución Democrática y los socialistas chilenos se atreven a distanciarse por primera vez, todo está dentro del cálculo de pérdidas predecibles. Ana Belén, no cantará por ahora los versos de Nicolás Guillén, pero quizás más adelante vuelva a entrar en el coro.

La fórmula no es nueva y siempre resultó efectiva aún a costos mayores. La crisis migratoria del Mariel, que reveló las grietas del sistema en pleno apogeo de su alianza con la Unión Soviética, alejó toda posibilidad de diálogo con el benévolo James Carter. Con Bill Clinton fue necesario derribar dos avionetas con cuatro tripulantes a bordo, tres de ellos ciudadanos de Estados Unidos, para lograr que finalmente firmara la ley Helms-Burton, redactada a la medida de las nomenclaturas blancas del exilio y el gobierno cubano. En el 2003 la Primavera Negra se logró al precio de 75 condenas impresentables y otros tres fusilados con el propósito explícito de un escarmiento pedagógico. En Portugal, el comunista y Premio Nobel José Samarago rasgó entonces sus vestiduras, pero terminó algo después lamiendo sus heridas en La Habana.

En la experimentada lógica de los hermanos Castro, mientras nada amenace la estabilidad interna del régimen, las crisis con amigos críticos o enemigos tradicionales se aplacarán con el tiempo y adicionalmente ofrecerán, vaya paradoja, la ganancia de un bien administrado aislamiento insular. Nada más útil en tiempos de tormenta que la continuidad del embargo estadounidense o la Posición Común europea para volver a las trincheras. No hay tiempo para diálogos con tantos mausoleos que visitar y tantos documentos que redactar para el próximo Congreso del Partido Comunista. El último, al menos, para los octogenarios al mando del país. El futuro, dicen ellos, será un problema de otros.

-NOTA: Columna publicada hoy en La Tercera de Chile. Esta en las páginas 20 y 21 de la sección de Reportajes.

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