lunes, 22 de marzo de 2010
¿Qué es una universidad para Castro?
Enviado por Antonio Vazquez
¿Qué es una Universidad para Castro? Los hechos hablan por sí solos.
Nombrar un general, Belarmino Castilla, sin méritos científicos o docentes, como Ministro de Educacion, o al alguien como Fernando Vecino Alegret al frente de la Educación Superior por años y años… Proclamar que el objetivo final de la revolución en cuanto a los graduados universitarios es disponer de un número tal que haga posible emplear ingenieros mecánicos como tractoristas. La idea de proletarizar a los profesionales provocó una caída en la matrícula durante algún tiempo. Los cirujanos vendedores de pizza o los abogados taxistas parecen confirmar los deseos del comandante.
Cancelar, a finales de los 60, la ayuda de la UNESCO para desarrollar en la CUJAE una de las mejores facultades de tecnología del hemisferio. Castro decidió introducir una cátedra militar que impidió a la UNESCO seguir financiando el centro. Esto le permitió sustituir a profesores extranjeros de renombre por revolucionarios, cambiar programas similares a los de universidades occidentales por otros al estilo soviético y sustituir textos originales “demasiado” inspirados en el pragmatismo por mediocres folletos.
Las piñatas para otorgar títulos universitarios a los “cuadros”. Algunos, después de ser “remendados”, saltaron del sexto grado a la universidad y se graduaron sin saber donde estaban. Después de todo solo se esperaba de ellos reprimir y confundir.
Exhibir como un logro 56 centros universitarios demuestra que el concepto no va más allá del local que contiene las aulas. Oxford, Harvard o MIT no son lo que son por sus edificios.
La aberración de impartir clases de medicina en los municipios, donde el “profesor” es un televisor y el asistente el médico de la familia que no clasificó para Venezuela y que en cuanto a su formación profesional es una copia, de una copia, de una copia… ¡Pobres pacientes!
Las tertulias que Castro montaba en la Plaza Cadenas, en la que aparecía sorpresivamente a “dialogar” con los estudiantes y que se convirtieron en toda una cátedra de intolerancia, vulgaridad e intimidación, como el incidente en que un estudiante le preguntó sobre el caso Padilla y fue insultado personalmente por el comandante. No se le vio más.
La masa de profesionales siempre ha sido vista con desconfianza por los órganos represivos. Los deseos de informarse, cuestionar, explicar propios del que ha recibido una educación superior deben ser puestos bajo control y esta tarea empieza en las universidades cubanas. Por cierto con bastante éxito.
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