martes, 23 de marzo de 2010

Tengo, tienes, tienen, tenemos


Por Jorge F. Hernández

Tengo los versos en la memoria, aunque ahora se escuchan con cierto sabor de ironías amargas. En 1964 el poeta Nicolás Guillén cantaba al aire

“Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de andar por mi país,
dueño de cuanto hay en él,
mirando bien de cerca lo que antes
no tuve ni podía tener”.

Tenemos muchos esos versos en el recuerdo de cuando los cantaba Pablo Milanés, candombe y son, música pura de cuando teníamos la certeza de que todas las utopías de la llamada izquierda ya se habían cumplido bajo un luminoso cielo color verde olivo. Teníamos la fiel creencia de que ser de izquierdas era fomentar y fermentar la igualdad y la justicia de todos los hombres, todos libres, a voz en cuello los derechos inalienables de todo ser humano y que cada quien y cada uno viviera su vida, intocable la íntima soberanía de cada quien sobre su propia vida.


Tenemos ahora la enrevesada partitura no de versos claros, sino de tautologías irracionales y dualidades enredadas.

“Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de ir
yo campesino, obrero, gente simple,
tengo el gusto de andar por mi país,
dueño de cuanto hay en él, mirando bien de cerca lo que antes
no tuve ni podía tener”…

pero eso no lo tuvo Orlando Zapata Tamayo, ni lo tienen los presos políticos en Cuba. Campesinos, obreros o albañil, como Zapata Tamayo, a quien se le expulsó de La Habana, cancelándole el permiso temporal de residencia que tenía mientras trabajó en una construcción de la capital. Por andar abriendo los ojos y por escuchar disidencias que jamás había ponderado ni él mismo como contagio inevitable, se le ordenó volver a su provincia y por desobedecer ese exilio fue encarcelado. Preso por ideas y por anhelos, ahora la baba revolucionaria se esfuerza en aclarar impúdicamente que no era más que un preso común, delincuente para ellos deleznable, que al morir calificaron como “negro de mierda” y tenemos entonces de nuevo, los versos y su ironía dolorosa de que

“Tengo, vamos a ver,
que siendo un negro
nadie me puede detener
a la puerta de un dancing o de un bar.
O bien en la carpeta de un hotel
gritarme que no hay pieza,
una mínima pieza y no una pieza colosal,
una pequeña pieza donde yo pueda descansar”…

o la celda adonde lo habían condenado y desde la cual sólo pedía para sí lo mismo que se le concedió al otrora preso Fidel Castro, cuando quedó confinado por la otra dictadura, la de hace medio siglo tan difícil de olvidar cuando tenemos, tienes, tienen tanta similitud las incongruencias de la cerrazón y el autoritarismo.

Tengo el recuerdo de las palabras que externó el propio Fidel Castro en apoyo a la heroica huelga de hambre que emprendiera hace apenas un año Evo Morales. El vetusto comandante decrépito calificaba de “andanada” esa hambre temporal con la que el líder boliviano presionaba al Congreso de su país a favor de una ley, mientras hoy tenemos, tengo, tienen encima el galimatías hipócrita de descalificar y denostar las idénticas hambres que han asumido quienes se oponen de conciencia y de corazón a las políticas de su régimen.

“Zafra puedo decir,
monte puedo decir,
ciudad puedo decir,
ejército puedo decir,
ya míos para siempre y tuyos, nuestros,
y un ancho resplandor
de rayo, estrella, flor”…

pero es el mismo ejército que condecoró cinco veces a Guillermo Fariñas, hijo de padre y madre revolucionarios de cepa, cuyo delito ahora es haber levantado la voz en todas las ocasiones en que su conciencia intranquila se rebelaba contra las injusticias y fusilamientos, torturas y censuras con las que la anciana comandancia cubana se aferra al poder omnímodo y decrépito de su podredumbre. Tiene Fariñas ahora el delito adicional de asumir él mismo la continuidad de la huelga de hambre y tienen, tenemos todos, la vergüenza de tantos que evitan mirar u opinar sobre la desgracia, los poderosos que se tardan en reaccionar, los que no saben condenar y hacen un esfuerzo diplomático y fácil por “externar su preocupación”.

“Tengo, vamos a ver,
que ya aprendí a leer,
a contar,
tengo que ya aprendí a escribir
y a pensar
y a reír”

cantan los versos del poeta Guillén, y tengo la voz de Pablito Milanés en la memoria cuando confirma que

“… Tengo, vamos a ver,
tengo lo que tenía que tener”…

Ayer, Juan sin Nada y hoy Juan con Todo, pero no lo que tiene Guillermo Fariñas. Él no tiene derecho a declarar libremente lo que piensa y no puede andar libremente por su país, diciendo Ciudad o Ejército. Él que tenía todos los sueños cifrados en los uniformes que portó, cuando se fue para el África bajo órdenes militares de un tal Raúl Castro, y cuando se cuadraba y obedecía todas las órdenes del verde olivo que ahora lo acusan de ser “mercenario”, cuando en pura tautología él y cientos no fueron más que mercenarios en otras épocas y andanadas.

Tengo, tenemos, por lo menos y vamos a ver, la obligación de condenar el irracional martirio por goteo, ya de décadas, de una dictadura que se creía intocable. Tengo, tenemos, vamos a ver, que el propio Pablo Milanés ya canta con hartazgo y declara con el mismo valor con el que ya lo ha hecho antes, con el mismo filin, que “las ideas se discuten y se combaten, pero no se encarcelan”. Desde algún lugar de su selva musical, Pablo se lanza con luz en voz: “Por eso he dicho que hace falta otra revolución, porque tenemos manchitas. El sol enorme que nació en el 59 se ha ido llenando de manchas en la medida en que se va poniendo viejo” y el propio Fariñas, moribundo en su huelga de hambre, muestra su preocupación por la integridad física de Pablito y de su familia y tenemos, tienen, tengo, vamos a ver que aun en la desgastada humanidad de un disidente se percibe aún la llama del saberse prójimo y próximo de quienes no callaremos ante el sinsentido y la desgracia. Tengo orgullo de cada nota que toque hoy mismo Pablito y de cada declaración valiente que alcance a decir en vida Fariñas y tengo orgullo por cada línea que ha escrito Antonio Muñoz Molina que, sin tapujos, ha declarado que estas huelgas de hambre —una y la misma— de Orlando Zapata y Guillermo Fariñas “reclamaban el derecho a la dignidad poniendo en juego lo único que le queda a uno en una tiranía, su vida”. Pero tengo, vamos a ver, la certeza de que hay quienes tienen las manos ensangrentadas y todas las riendas del poder absoluto trenzadas en sus crines, sus pieles de pergaminos con manchitas y todos los hilos canosos de sus barbas jamás remojadas ni por el tiempo que se alarga ni por los espejos donde se han retratado todas las tiranías que creían tenerlo todo, cercando-censurando-cercenando incluso lo poco que tenemos, lo que nos queda… lo que teníamos.

Fuente: Milenio

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