lunes, 19 de abril de 2010

Inauguración Exposición 'Aburrido Del Chocolate' / Michel Perez (Pollo)


Por: JOSÉ AJA

Quizás no sea casualidad que la primera conversación que tuvimos Michel Pérez y yo fuera bajo el ruido de un bar con música en directo y en penumbra. De la primera fila nos fuimos poco a poco acomodando en las últimas mesas, justamente allí donde la música se mezcla con el ruido de las copas y las voces del alcohol. Sordos y ciegos nos dejamos llevar por la intuición, el olfato de lo que está por llegar, y no la inmediatez del espectáculo. También es verdad que en ese tipo de lugares, los pintores nos sentimos a gusto, en nuestra salsa, en manos de la improvisación que rige la noche, la oscuridad que guía la pintura. Así nos conocimos, casi sin vernos ni oírnos, pero con la certeza de que estábamos atornillados a la misma experiencia. Hablar desde el gesto cómplice que nos mantiene en una conversación, que se sabe inconclusa, que se alimenta de lo que está por venir.

En ese estar en el mundo justamente cuando te evades de él, como niños que juegan...con las muñecas, Michel no oculta su enfermedad de pintor, (es bien sabido que en varias enfermedades mentales el paciente crea una muñeca, que procura mantener oculta) todo lo contrario, nos muestra con su juego de muñeca, y con una cierta distancia a la tela procurando un trazo débil que no ejerce a penas presión sobre el lienzo, una pincelada transparente que va invadiendo lenta pero sin pausa toda la superficie del cuadro. El pincel actúa en sus dos extremos, carbonizado en el dibujo cogido por los pelos traza el diagrama que luego el color aplicado en veladuras borrará para expandirse como pintura sin unos límites establecidos. La pintura podría crecer indefinidamente en el espacio, y también en el tiempo que nos vive. El resultado será un cuadro que no está preocupado por sus dimensiones, que no quiere ser preso de un formato determinado sino que se expande como un líquido ocupando el espacio de la habitación , de la casa, de la calle ,... y del mundo. Son cuadros flexibles como un colchón que nos invita al sueño, a un sueño luminoso, a un sueño de niño, juguetón, en el que reposa nuestra mirada que es también la mirada del pintor, una mirada táctil, un ojo háptico capaz de tocar y ser tocado, que se ha hecho con el cuerpo, de la pintura .

Sería Michel Pérez entonces un pintor de sueños que se hacen realidad, sueños que se pueden tocar, como un niño toca y chupa los primeros objetos que encuentra. Todo es juego en la pintura, pero lo difícil es seguir jugando cuando ya no se es un niño, y eso es lo maravilloso de su pintura, la capacidad para transportarnos desde lo real a lo onírico, construyendo en el espacio escenografías para luego, con ese juego de muñeca, llevarlas a la pintura con una actitud desprovista de todo prejuicio. El proceso se dilata en sucesivas fases de trabajo con el fin de que lo teórico no interfiera en la acción del pintar, con la inteligencia de hacerse pasar por un niño que juega a la vida. El juego es muy serio, y la pintura ayuda a que esa rebeldía se dé (de la mano al ojo pasando por la muñeca ) en un juego barroco de capas que nos rebotan las imágenes como si de una sucesión de espejos se tratara. ¿ Qué es lo que verdaderamente vemos?¿Una máscara?

La pintura se da en su invisibilidad, aún mostrándose a todo color y bien grande. Se da como susurro, en voz baja, en la intimidad del afuera, para el que lo quiera cuando quiera, sin prisa, como el juego se da al niño. Construir para destruir nos depara el placer de sentirnos y de hacer sentir con la pintura como medio idóneo en la que el relato se abre cada vez en un eterno volver una y otra vez. Construir meticulosamente la maqueta para una escenografía que no se va a realizar sino en su propia desaparición como modelo. Buscar justamente en la superficie de las cosas la verdad y no enredarse en las profundidades es lo que Michel Pérez subraya una y otra vez en sus cuadros, imitando a la pintura con la pintura, su superficialidad. Simples objetos de lo cotidiano son colocados meticulosamente, con cariño, como un niño trata a sus juguetes, hasta insuflarlos vida, animarlos y así nombrarlos en voz baja como cuando se habla solo, como cuando se pinta, que no es otra cosa que el desdoblarse en el objeto de la pintura. En definitiva pintar como un niño.

La excusa por la cual empezar a destruir levantando la pintura capa a capa a partir de un modelo que se desvanece en relación inversa al avance de la pintura. Se esfuma como se esfuman los sueños, en un abrir y cerrar de ojos. Aquello que se representa es justamente la misma pintura, ese instante infinito en el que se corren los riesgos de perderlo todo, por eso Michel no utiliza un sistema rígido para ejecutar sus cuadros, deja que la pintura se pinte sola desde que pone la mano en el lienzo, porque lo que busca es la sensación en la pintura, su fuerza vital, y sabe que ésta se encuentra de cara, con los ojos bien abiertos. Esa presencia fruto del juego con los procesos mecánicos de la fotografía invertidos en algo orgánico, hasta cierto punto, incluso, natural., da naturaleza a aquello que carece de ella, imitando su propia mecánica, para luego salir de ello obviándolo, produciendo ese efecto surrealista en sus cuadros, un teatro del absurdo que nos invita a seguir soñando. Justamente ahí, en la pura superficie de lo fotogénico radica la verdad de su pintura, esa erótica solar que ilumina estos objetos y nos los presenta a la boca para paladearlos.

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