martes, 20 de abril de 2010

Pesquisa cotidiana


Por Luis Felipe Rojas

Supongo que debe suceder en todos los lugares de Dios esparcidos por la tierra. Vigilar, atemorizar con la vigilancia la paz del mundo. Debe ser así, más o menos así. A los cuatro puntos cardinales de la tierra deben llegar estos hombrecitos nacidos para fastidiar a unos y hacer feliz a otros.

Mi roña genética al policía viene desde los minutos interminables en que nos detenían en la carretera que va desde la Sierra Cristal a Holguín, donde sin más perros olfateadotes que ellos mismos nos despojaban a cada estudiante movilizado para la Escuela al campo de dos o tres libras de café a cada uno. (Los más avezados siempre cargaban 10 ó 15 libras).

A los profes casi nunca les arrancaban su carga porque eran ellos quienes les daban la tajada directa a los polis.

El método, por lo menos en esos años, era dejar un paquete de casi 20 libras a la entrada del ómnibus o camión. Los guardias registraban, nos hacían bajar, nos quitaban una pantufla llena de café por aquí, una muñeca de trapo, atrangantada de granos por allá, hasta que recogían buena carga, nos lanzaban un regaño y seguíamos vía libre sin que nos volvieran a detener para molestarnos. Eso pasaba año tras años.
Un día, cuando estaba por terminar el bachillerato, escuché la confesión de un profe amigo de nosotros. Desde ahí supuse que debía pasar en otros aspectos de la vida diaria. Por eso nadie me convence. Un policía siempre está donde debe pasar algo, de lo contrario lo mandan ahí, para que pase algo. Ciertos resortes contra la inocencia empiezan a funcionar para toda la vida.

Veinte años después la vida sigue igual y en un viaje de Holguin a la Habana los registros, incautaciones y multas forman parte d elo cotidiano en las carreteras del país.

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