miércoles, 14 de abril de 2010

A quién no voy en el Mundial


Omar Estacio
2001 / ND

“Viajar con un salmón”, de Umberto Eco, contiene una confesión similar a la que hacemos en el presente artículo. Como yo, Eco, tampoco odia al fútbol. Pero se declara enemigo furibundo de los aficionados de ese deporte, aunque por motivos diferentes a los de este cronista.

Siento enemistad hacia el fanático venezolano del balompié. Afino mejor la puntería. Enemistad lo que se dice enemistad, uno, no la siente por casi nadie o por cosas muy especiales. Así, que ante una palabra, pero sobre todo un sentimiento tan terrible, se hacen necesarias las acotaciones del caso.

opinan los foristas

Mi animadversión no incluye al escasísimo, pero muy consecuente número de parroquianos que pese a la relativa popularidad de ese deporte en Venezuela, asiste cada domingo, para animar a los modestos equipos de nuestra Liga Profesional.

En eso de la enemistad hacia los hinchas nacionales me refiero al fanático temporario. Al que juega siempre en “posición prohibida”. En outside. Al cazagüire. Al aficionado, que permanece por espacio de cuatro años ajeno a la oncena de su ciudad o a nuestra querida Vinotinto, pero que cuando llega el Mundial, se siente italiano, español, brasileño o hasta de Afganistán.

¿La torcida de Río, Bahía, Sao Paolo sufrió explosiones de júbilo al enterarse que el venezolano, Elvis Andrus, el año pasado estuvo a punto de ganar el trofeo de Novato del Año, bajo la batuta de Omar Vizaquel? ¿Un chileno, un uruguayo, saldría en caravana a festejar porque la selección argentina ganó su tercera Copa Mundial?

Eso jamás. Razones de acérrima rivalidad o de simple indiferencia, harían imposibles semejantes supuestos. Además, son gente que no sentiría tales victorias como propias. Que no han aportado nada para que se produzcan y que por lo mismo, se saben sin derecho de hacer suyo algo que pertenece a un tercero.

Pero no. Al contrario de todo fanático que se respete, el aficionado venezolano de cada cuatro años, aparte de paralizar nuestra ya paralizada economía, porque abandona sus obligaciones, para seguir el Mundial a través de la TV, sale a celebrar – o a llorar, porque en materia de ridiculez tenemos para todos los gustos- cualquier goleada por más que en ellas no tengamos arte ni parte.

El más reciente Mundial cobró un muerto entre nosotros. Algo insólito. Un pueblo que es capaz de un crimen como el ocurrido en Caracas, durante el Mundial de 2006, es un pueblo capaz de jugarse el alma por una convicción que desconoce, por puro impulso, porque así se lo dicta cualquier lunático, incluidos los mencionados al inicio de la presente crónica.

Hace unos cuantos años, en visita a Venezuela, Savater, reivindicaba la pasión por el fútbol. Según este autor, se produce, entre la hinchada una cierta unión, un cierto lenguaje común, accesible, igualador, capaz de amalgamar a un sector considerable de la población. Nuestro Pedro Díaz Seijas, por su parte, en un hermosísimo trabajo, develaba las claves, por demás imaginativas, que se producen entre los jugadores de Bolas Criollas. Pero ¿qué vínculo importante puede surgir, con motivo de un partido entre dos seleccionados, si no se tiene una idea exacta de la ubicación, cultura, características de los países que representan y en la mayoría de los casos ni siquiera se puede pronunciar correctamente el nombre de sus jugadores?

Quiero que Brasil, España e Italia, pierdan por goleada (excusas para mi abuelo materno, Giuseppe Ziccarelli, a quien Dios tenga en la gloria y para ti, Fatiminha, de mi amor). Todo con tal de no ver a un grupo de idiotas en las calles de la urbanización Las Mercedes, ondeando las banderitas de unos países con los cuales no tienen otra relación que la de vecinos no siempre cordiales o la remota parentela de algún inmigrante ilustre. Que Camerún siga la misma suerte. No sea cosa que mis familiares barloventeños se alebresten, también, y les dé por trancar el tráfico de la Carretera de Oriente. Mientras descubro un equipo que no motive entre los venezolanos, tales expresiones de júbilo, voy a ligar por el equipo arbitral.

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