miércoles, 26 de mayo de 2010

AUDITANDO EL PUS


René Gómez Manzano

Abogado y periodista independiente


Últimamente, numerosos miembros de la prensa independiente interna y exiliada, y aun algún autor oficialista, han dedicado artículos al tema de la corrupción en Cuba. Ellos señalan que el mal carcome el tejido de la sociedad a todos los niveles.

En otras épocas, las denuncias de malversaciones en las altas esferas parecían diluirse, al distanciarse en el tiempo unas de otras. Ahora no: los affaires se suceden vertiginosamente, y los pasmados ciudadanos no acaban de enterarse de un escándalo cuando ya otro lo sustituye en el interés público.

Hace meses provocaban indignación los grandes atracos en el Hospital Psiquiátrico Nacional, que dieron lugar al exterminio de veintenas de infelices enfermos por hambre y frío; pocas semanas más tarde la atención se ha centrado en empresas mixtas regenteadas por personajes de gran linaje revolucionario y en al menos una entidad estatal: el Instituto de Aeronáutica Civil, de cuyo antiguo jefe se dice que operaba en el extranjero, para su propio beneficio, aviones estatales que él mismo había dado de baja.

Cuba y su régimen aparecen hoy ante su propio pueblo y ante el mundo como un organismo enfermo; donde el dedo señalador presiona un poco, sale pus.

Los colegas que abordan esta problemática, suelen apuntar acertadamente el peligro que la corrupción entraña para el propio régimen. Esto incluso ha sido advertido repetidamente por los mismos hermanos Castro cuando a uno u otro le ha tocado el turno de actuar como jefe máximo.

Pero, en mi opinión, el problema va más allá. Es verdad que esa descomposición afecta lo que queda del basamento ideológico-político del sistema y conspira contra su solidez y permanencia. Pero también es cierto que este régimen genera corrupción en todo sitio y a cada minuto.

Hay un solo dueño, colectivo y subnormal, al que la gran mayoría sisa cuando puede, lo que pasa casi siempre; los salarios son irrisorios, lo que genera el natural deseo de los explotados por completarlos con los ingresos adicionales que puedan obtener a como dé lugar.

Como si eso fuese poco, toda la cosa pública está permeada por un secretismo a ultranza, que desestimula y aun persigue cualquier denuncia independiente, lo cual constituye una virtual garantía de impunidad para los malversadores, salvo cuando es la propia dirigencia suprema la que ordena el ataque.

Se ha anunciado una auditoría gigante. Si tenemos en cuenta que, según confesión de los mismos comunistas, la mayoría de las empresas tiene una “contabilidad no confiable”, y a ello unimos la existencia de la doble moneda y la doble cotización del dólar, semillero fecundo para todo tipo de desvergüenzas, entonces es probable que los resultados de ese control masivo sean harto magros.

Esto suponiendo que los funcionarios actúen con absoluta probidad, cosa inusual en la Cuba de hoy. Pero… ¿y quién auditará a los auditores!

Para mí, la conclusión es una: mientras no se produzca un cambio radical en el sistema inviable que padecemos, el mal de la corrupción seguirá campeando por sus respetos en nuestra Cubita bella.

La Habana

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