sábado, 29 de mayo de 2010

Fluir a través de Erótica


Por Juan Carlos Recio

Después del reposo que toda buena lectura necesita, para organizar en la biblioteca del cerebro la memoria que uno archiva cuando lee un libro diferente --como lo es Erótica—, volver a él y escribir una reseña no es un acto temerario, pero sí premeditado. Lo que había visto escrito en internet por Ignacio T. Granados (en su bitácora El Submarino Amarillo), con mucho acierto, me ha hecho repensar, si se quiere con sabiduría, que no puedo escribir desde la emoción, que es lo que el autor de Erótica ha provocado al tener la gentileza de enviarme su novela, y por las razones que más adelante, en otro post, reseñaré (o tal vez baste con volver a publicar ese lúcido artículo de Granados, previo permiso virtual).

Lo cierto es que al menos cuatro de los mejores episodios del libro quiero sentar en el aire, porque también yo he visto como se ilumina la playa cuando Richard del Monte se encuentra con Idamanda. Me asomo a ese Hecho y doy constancia de esa entrada al reino supuestamente inventado de los Thacamun, gracias a Dios sin pre-condicionamientos morales ni parábolas que nos enjuicien. Porque el lenguaje y los personajes de la novela no tienen el propósito de exagerar una realidad para acercarse a ella, ni se trata de la misma realidad ramplona de la literatura realista sobre ese drama que nos acosa, como identidad de ser cubanos o, mejor dicho, de no sobrevivir al cubaneo o a otro de los episodios que abundan en el recorrido de hablar de nosotros mismos como si fuéramos únicos, como la flor del Pequeño Príncipe.

Lo mejor es que Erótica (Letra de Molde Ediciones, Miami, 2010) no resulta una aventura de desarraigos y provocaciones ante la vulgar tarea de enmendar nuestras autosuficiencias, sino una llegada al futuro, a esa mirada que rompe con las costas sexuales, devaneos, encierros, promiscuidades y asfixia donde geográficamente siempre nos han situado, antes en inxilio y ahora en exilio también. Porque el erotismo y la sensualidad, la ironía y la invención de la Isla Thacamun, como bien apunta Granados, no son tan imaginarios. A mí me salvan en toda la novela, como uno de los hilos que, junto a los personajes principales, hacen pasar de una historia a otra y volver a relacionarlas, aun cuando otra de las características de este libro sea que cada historia funciona por sí sola y trasciende su tema.

Igual, tal vez, a como funciona todo en las piernas de Idamanda, como Richard del Monte ha descubierto para que sea creíble el país donde podamos responder o preguntar sobre una realidad que nos absorbe desde otra realidad que nos construye. Nuestra propia razón de ser y existir expresando qué somos, o quiénes somos como cuerpo y deseo, como territorio o extensión de ese encuentro con uno mismo que nos pone en un confesionario, muy moderno, fuera de toda lógica de lectura simplista: una catarsis del individuo que apenas si aprende a vivir en libertad.

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