viernes, 28 de mayo de 2010

La batalla comunicacional


Fernando Egaña
ND

El señor Chávez siempre dice que si no fuera por la guerra mediática de la oligarquía y el imperio, la “revolución”, es decir él, tendría más de 80% de popularidad. Y en su acera de enfrente, se sostiene que si no fuera por la llamada “hegemonía comunicacional” que ejerce el oficialismo, esos mismos indicadores de respaldo serían inferiores al porcentaje estimable pero no mayoritario que registran diversas encuestas.

opinan los foristas

Unos y otros concuerdan, por tanto, en la importancia central que tiene la dimensión mediática en la determinación de los niveles de rechazo o aceptación del régimen imperante, o de cualquier otro en realidad, pero en especial de éste que es una satrapía que se preocupa mucho por las matrices de la opinión pública. Algunos dirán, no sin cierta razón, que en ese faenar se le va el tiempo…y buena parte de la plata al entramado rojo-rojito.

Al respecto, la revolución bolivarista cuenta con una ventaja obvia frente a sus críticos y opositores: un discurso más unificado y sencillo que, amplificado y repetido a través de la maquinaria de propaganda estatal y para-estatal, suele alcanzar considerables niveles de proyección con el fin de reforzar a los partidarios, y presentar referencias, argumentos y pretextos a los “ni-ni”, o mejor “no-no”, y demás adversarios.

En el mundo opositor venezolano tiende a ocurrir lo contrario: una dispersión de los mensajes en variados temas, con un énfasis más reactivo que original, y sin suficiente capacidad de masificación por la alternancia y sucesión de asuntos diversos. Cacofonía por una parte, y escasa intensidad en la difusión argumental, por la otra.

Desde luego que la estructura heterogénea de la oposición venezolana ayuda a explicar la situación, y de allí la necesidad de concentrar los esfuerzos so pena de que la deteriorada realidad nacional no se refleje en un acorde debilitamiento del proyecto de dominación. Al fin y al cabo, un elemento esencial de la retórica gubernativa es atribuir la responsabilidad de todo lo malo a los enemigos consabidos.

Para combatir este esquema de habilidosa manipulación, tres objetivos deberían privar: la conexión entre el drama cotidiano y el desempeño del poder, la concienciación acerca del rumbo inexorable y catastrófico que lleva Venezuela, y la configuración de una alternativa política e institucional a la presente hegemonía. Y dichos objetivos deberían plantearse sin temor a la confrontación directa y expresa.

Siempre se aduce, en este sentido, que la denominada “polarización” favorece al oficialismo. Y ello es cierto cuando se polariza en los términos preferidos por el señor Chávez. Trabar la lucha en las coordenadas del adversario es de por sí una cuesta muy difícil de remontar. Pero hacerlo desde otros terrenos y con temática propia, puede producir los resultados buscados. De hecho, eso fue lo que ocurrió cuando el referendo del 2007.

La acelerada cubanización del país, con todas las secuelas políticas, económicas y sociales que eso comporta para la vida personal, familiar, comunitaria y nacional de los venezolanos, por ejemplo, es una variable capital para una polarización provechosa, cuya unificación del discurso haga posible ganar la batalla comunicacional.

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