sábado, 29 de mayo de 2010
Mockus y la democracia en Colombia
Enviado por ei en Mayo 29, 2010 – 7:04 am.Gerardo Muñoz
Las elecciones presidenciales de Colombia se llevarán a cabo este fin de semana después de varios meses de intensos debates y polémicas que, amén de las encuestas que lamentablemente han polarizado la campaña, ha sido una de las más excitantes de los últimos años del país.
A diferencia de Estados Unidos, y muy afín a las cruzadas electorales de la tradición latinoamericana, se postulan seis candidatos, varios de ellos con propuestas diferentes y no necesariamente continuistas. Gustavo Petro, Antanas Mockus, Noemí Sanín, Juan Manuel Santos, Germán Vargas Llera, y Sergio Pardo, encabezan las figuras que buscan llegar a la victoria este domingo en las urnas, y que han venido esgrimiendo sus diferencias políticas y sociales en varios de los debates presidenciales que se han organizado en la esfera mediática de la nación colombiana.
Colombia, como país que enfrenta problemas cruciales en la órbita de la modernidad política como son fortalecer instituciones gubernamentales, acabar con la corrupción de altos niveles clientelistas y políticos, solucionar el problema del paramilitarismo y lo que se ha venido destapando durante la presidencia de Álvaro Uribe como son los escandalosos “falsos positivos”[1], reducir el narcotráfico, resolver el problema de los desplazados, buscar la distribución de la riqueza y la democratización de la educación publica, exterminar militarmente a las FARC; han hecho de este país latinoamericano un soberano ingobernable, cuyos únicos medios para gobernar han sido respuestas violentas bajo un “estado de excepción”. Es por ello que más allá de las diferencias de cada candidato, las seis figuras presidenciales intentan distanciarse de la política del Uribismo, para así forjar una estrategia que, ya sea con la “construcción de la legalidad” o la transición a la “justicia democrática”, poder mermar los problemas que hoy arrasan contra la estabilidad y la propia existencia del estado colombiano.
La violencia, en el sentido más amplio de la palabra, es una de las crisis frontales que el pueblo de Colombia enfrenta en el presente. De modo que estas elecciones está en juego no solo la seguridad democrática por la cual el gobierno de Álvaro Uribe encontró legitimar su propia violencia contra diferentes sectores (tanto militares como de elites colombianas), sino también la desproporción de la violencia de estado en la sociedad civil. Lo que hemos venido presenciando en la batalla inaugurada del “Plan Colombia” del Uribismo es la transformación del poder estatal en la violencia de estado, es decir, en el canje de la violencia de insurrectos contra el poder, al decir de Hannah Arendt, a la violencia estructural y centralizada de un estado que ha puesto al margen las políticas sociales y las apuestas por una justicia democrática. Un estado que pierde el poder para implantar la violencia es, como sabemos desde Weber, un estado despótico o fracasado. Un estado que se ha vuelto impotente.
Sin duda, el candidato más revelador de la campaña del 2010 ha sido el excéntrico matemático y filósofo Antanas Mockus del Partido Verde, cuya filosofía política no solo busca desmontar el sistema de violencia del Uribismo, sino hacer de la praxis un modelo de “democracia deliberativa” partiendo de las teorías de la razón comunicativa del pensamiento social-político del filósofo alemán Jurgen Habermas.
El pensamiento político de Mockus plantea un modelo democrático en Colombia partiendo de las estructuras de la legalidad y la pedagogía, donde la educación es la morfología del principio moral del ciudadano. Así, entiende Mockus, se permitirán establecer diálogos a fondo entre su ciudadanía y el estado, entre institucionales y diferentes sectores de la sociedad. Haciendo eco de algunas páginas de Teoría de la acción comunicativa o Estructura de la esfera publica, Mockus sostiene además que, para un proceso de democracia estable en Colombia, los votos (numéricamente), no es lo que lleva a que un país se modernice y mucho menos a que la nación pueda llevar al respeto entre organismos democráticos. Es por eso que para Mockus la educación – tanto el libre acceso a una educación pública como una restructuración de las instituciones públicas – son efectivamente el primer paso a dar en ese cambio en el cual, al decir de John Rawls, se establezcan términos igualitarios para la competencia en la vida social. La solución para una sociedad de mayor equidad, esgrime Mockus, se entiende solo bajo ese “velo de ignorancia” que, a su vez, solo es alcanzable a través de una educación de base democrática [2].
Se le puede criticar a Mockus su excentricidad discursiva, pero no su espíritu de crear una Colombia en donde la educación atraviesa la propia raíz que ha generado los dilemas actuales de la nación. La táctica de Mockus, por ende, parte de un presupuesto que radica en la posición de una agenda que, en su componente estructural evoluciona hacia nuevos saberes de legalidad, y en su contenido busca sedimentar una enseñanza democrática y plural a la manera de John Dewey.
Quizá los límites de la “razón comunicativa”, como mismo han polemizado algunos pensadores contra Jurgen Habermas, se encuentren en esa necesidad ansiosa de encontrar una acción a través de diálogos diametralmente opuestos.
Una de las contradicciones discursivas de Antanas Mockus ha sido en enunciar sus propuestas de una forma en que no es accesible a toda la ciudadanía, en una lengua que posterga las diferencias sociales y que tiene como receptor a las élites oligarcas de las metrópolis. En otras palabras: la política no es solo base de diferencias lingüísticas, sino de antagonismos muy concretos y dialécticos. Esta es la carencia de la agencia de Mockus, la cual viene siendo llenada por la candidatura de Gustavo Petro del Partido del Polo Democrático.
La polarización ideológica de la política colombiana, sin embargo, no ha permitido que un partido de Izquierda gane en mucho tiempo, o lo que es peor: que demandas progresistas y concretamente democráticas sean llevadas hacia un fin. Primero porque las FARC ocupan el campo semántico de la Izquierda colombiana (un grupo que lamentablemente ha agotado su discurso), y segundo porque en los últimos treinta años, grupos ideológicamente próximos al proyecto social de la izquierda, se han visto implicados en violentas luchas políticas que terminaron en las propias muertes de candidatos presidenciales de diferentes grupos políticos de la lucha armada.
Algo meritorio de discutir a profundidad en la realidad colombiana es hasta que punto una democratización y justicia de la sociedad radica en este pantano ideológico que polariza y minimaliza las opciones reales de la imaginación política. En Colombia no habrá una democracia total hasta que el mito de las FARC y la izquierda se desacralicen. La fórmula no puede ser menos radical: hasta que la Izquierda no llegue a sostener el poder y formar parte de la vida social, no se podrá hablar de una democracia moderna en Colombia.
Dicho esto, la posición de Gustavo Petro no es un proyecto de emancipación radical, perfilado en el “socialismo del siglo XXI” de Evo Morales en Bolivia o Hugo Chávez en Venezuela, aunque si propone cambios profundos como una reforma agraria y una mayor presión a las corporaciones que se nutren del paramilitarismo y la política clientelista del estado actual. Petro, quizá más versado en las teorías marxistas de Gramsci y Camilo Torres, entiende, a diferencia de Mockus, que un proyecto democrático es imposible de avanzar sin una reforma íntegra de la tierra, de las políticas del mercado, y de base económica que reordenen la superestructura cultural de la nación. Petro es el candidato de la política, mientras que Mockus siegue siendo el ala de la cultura.
Para un país como Colombia, con millones de desplazados y con una institucionalidad escuálida, los fines de una reforma pedagógica deben de ser seguidas de amplios cambios socio-económicos en todos los sectores de la nación, ya que, como es sabido, la educación no es de por si la puerta por donde desfila la felicidad del bienestar. Todo lo contrario. Para que la educación sea productiva tienen que existir todo un campo simbólico – de leyes implícitas y meta-explicitas, de conexiones o bienes simbólicos – para que la formación pueda volverse competitiva sin que las diferencias de clase social impidan la movilidad de la ciudadanía. El problema que Mockus ignora sobre la hegemonía de estado, curiosamente es el dilema que Gustavo Petro, con agudeza, resuelve en el campo de la política.
Gustavo Petro es, además, un candidato que apuesta por el futuro de la política. No solo habla en términos políticos: uno siente que él siente la política en una era en donde, como se sabe, ésta se ha vuelto un gran espectáculo de las neo-derechas conservadora para abrigar a las masas. Para Petro – quien también fue militante junto a Pizarro de la organización maoísta M-19 – no cabe imaginar un mundo sin política, ya que ésta es, en más de una forma, lo que decide hoy sobre la vida y la muerte, el futuro y el presente, el éxito y el fracaso. Si en Mockus, la política se orienta mucho más hacia cierta zona de cultura híbrida (donde se entremezcla la educación con la legalidad contra la impunidad de la justicia), en Petro existe un proyecto que engloba una visión mucho amplia, por donde la justicia es el medio (y no solo el fin), para la prosperidad política del país.
El desencuentro político y el fracaso de una alianza bipartidista entre Antanas Mockus y Gustavo Petro en las últimas semanas pueden aludir a la ceguera política de Mockus ante una previsible victoria en la segunda vuelta contra el continuismo de la “U” de Juan Manuel Santos. Este disloque también demuestra como los viejos miedos políticos contra una firme ideología de Izquierda siguen presente, y como el compromiso con el pueblo colombiano se sigue poniendo en tela de juicio. Mockus en el ámbito de la cultura y Petro en la restructuración de la política, seria no solo la puesta en escena de la victoria del pueblo, sino también el comienzo por la construcción de una Colombia que, en pleno siglo XXI, intenta buscar una panacea democrática para el terror y la inestabilidad social.
De ser pesimistas, y de no ganar Antanas Mockus en primera o segunda vuelta, estaríamos frente no al “cuento chino” que risiblemente Oppenheimer situaba al “Socialismo del siglo XXI”, sino al “cuento italiano” que, queda vez con más frecuencia, se vislumbra en las urnas de la política global. Berlusconi, George Bush, Santos, o Piñera, armarían el santuario de un nuevo populismo con ansias de engañar, seducir, y aniquilar la clase obrera, y la mayor parte del electorado.
Si esperamos resultados próximos a un futuro más favorable, sin lugar a dudas la presidencia de Mockus no solo restauraría la decencia que el gobierno colombiano perdió con los “años duros” de Uribe (falsos positivos, corrupción, invasión de soberanía, paramilitarismo, y un largo etc.), sino que seria una fértil oportunidad para construir la democracia que, por más que algunos digan lo contrario, ha dejado de existir en nuestros países neo-liberales. Una “angustia” positiva que, como ha dicho Daniel Samper, alejaría a la política colombiana de la politiquería de las élites.
Si el gran sueño de América Latina ha sido esa insaciable búsqueda de la modernidad política, o de la emancipación de las masas, no veo improbable entonces que ahora se pueda llevar a cabo, como se llevó a cabo con Allende en Chile por vías electorales, un nuevo futuro colombiano bajo el signo Mockus. Solo una democracia participativa, integral, y real es viable para un país que por muchos años ha permanecido bajo el oprobio de la exclusión de clases y la violencia de estado.
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Gerardo Muñoz
Gainesville, FL.
Mayo del 2010
1.”falsos positivos” han sido víctimas inocentes del ejercito nacional que se dieron a conocer, de manera escandalosa, en el 2008. La realidad es que se trata de una vieja práctica dentro de las fuerzas armas de Colombia. El “falso positivo” es la muerte ilegal de civiles que luego son presentados al gobierno como muertos en combate de la guerrilla para abultar las bajas del enemigo (body count), y mostrar avance en la lucha contra las FARC.
2. Rawls, John. Teoría de la Justicia. Fondo de cultura económica, México 2006.
-FOTO: Gerardo Muñoz.
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