sábado, 19 de junio de 2010

Carta a un edificio inhabitable

Publicado para hoy 20 de junio


Colaboraciones/ Otra de Nefasto


Cubamatinal/ Mi siempre fiel, semiderruido y despintado edificio: El día en que Teresa viajó con inodoro y todo desde un apartamento de tu cuarto piso hasta la planta baja sin perder la ternura –eso sí, dos dientes, tres costillas, un pedazo de carne de una nalga, varios mechones de pelo y algunas carnecitas de las distintas zonas geográficas de su bien distribuida figura-, comprendí tu propia guerra contra las calamidades y el tiempo.

Por Víctor Manuel Dominguez

Centro Habana, 14 de junio de 2010 /PD/ Esa tarde de sol y de victorias en las Olimpiadas de Beijing, luego que fui salvado de múltiples fracturas al quedar colgado de un alambre por caer el balcón donde filosofaba entre nubes de polvo y montañas de escombros, supe que la vida de los edificios, como la de los humanos, también llega a su fin.

Y me dolió, tembloroso y crujiente inmueble, que tus más de cuatro décadas defendiéndonos de las olas del mar desenfrenadas al compás de la lluvia y el furor de los vientos lanzados contra ti por huracanes traicioneros, tormentas insidiosas y depresiones vitales, no tuvieran un gesto de gratitud por parte de quienes te habitamos tanto tiempo.

Que llegues a la senectud sin un repello, sin una pinturita siquiera, o con más cabillas de fuera que costillas vistas tras el pellejo de un faquir descamisado, no es razón suficiente para declararte inhabitable.

Comprendo que los pisos se hundan, las paredes se caigan, y que de las instalaciones hidrosanitarias y eléctricas originales no queden ni los planos.

Sé que son los propios inquilinos quienes vendieron los mosaicos que hacían deslumbrante la escalera principal; las maderas preciosas que conformaban una marquetería insuperable, y hasta las tejas del techo y las baldosas del piso.

Pero yo te pregunto, traqueteante guardián de nuestras vidas, ¿cómo podrían sobrevivir en la humedad interior de tus paredes sin calentar sus huesos en una hoguera hecha con las tablillas de una persiana, el marco de una puerta, y los salvadores travesaños de un closet convertido en corral colectivo, donde pollos, gatos, carneros, perros y hasta chivos aguardan por tu sucesor, prometido desde el fatídico año 1966 en que te declararon inhabitable?

Sólo han transcurrido cuarenta y cuatro años, pero sumados a los cincuenta que tenías cuando te invadimos, te convierten en un nonagenario edificio parado frente al mar como un fantasma habitado por suicidas.

Además, ni te va ni te viene que te digan inhabitable, pues tu interior retoza como una maraca que acompaña el ritmo del sucu-sucu, y es recorrido por ratas y todo tipo de alimañas con más frecuencia y mayor aglomeración que aviones en el aeropuerto de Chicago, embarcaciones en el puerto de Róterdam, y cubanos en las embajadas extranjeras en ciudad de La Habana.

¡No-es-tás-so-lo! Y mucho menos debes amilanarte por tu futura caída, ya que en tu vida útil has desgraciado y salvado a tantos que ya perdí la cuenta.

Y lo de la desgracia no lo digo por Teresa, que si bien desde su caída padece de “inodorofobia”, aún conserva el aperitivo de su mirada, el plato fuerte de su cuerpo y el postre de una conversación tan inteligente que anda buscando un ruso con plata que la lleve a vender girasoles de a peso en la calle Arbat.

Eso sí, decrépito inmueble, polvoriento edificio, te pedimos que aquí, en nuestra sucursal del Edén en la tierra, cuando llegue la hora de tu caída lo hagas con dignidad.

No como esos edificios que a la más leve brisa, ante un leve pisotón de un inquilino gordo, o el correteo entusiasta de los niños comienzan a padecer de polvaredas agudas, hundimientos frecuentes y tembleques de vigas y paredes que los hacen danzar cual si estuvieran en una cuerda floja. Si no de aplomo, estruendoso como un manantial que cae desde lo alto de una montaña, o como alarido de indios atados al sillón de un estomatólogo.

Sé que algún día nos veremos en la evacuante necesidad de abandonarte, y espero que no sea por una tumba en el cementerio luego de ser sacados de entre tus escombros.

Pero eso demora, inquietante armazón de semi-ladrillos y tablas de apuntalamiento. Y no porque el Poder Popular no esté ojo avizor con tu inminente derrumbe para construir un parqueo donde duerman su fecunda laboriosidad los autos de los comunistas, sino porque los materiales están siendo empleados en labores solidarias con los desposeídos en el extranjero.

Gracias a la revolución, nosotros contamos con un techo donde guarecernos, aunque no pase un día sin que nos caiga una piedra en la cabeza, un trozo de madera en la cama, no podamos recostarnos a la pared, ni bajar corriendo las escaleras, y durmamos con un ojo abierto y otro cerrado por si acaso tu destino es caer sin avisarnos.


Pero de algo hay que morir, discutible morada con reconocimiento jurídico y existencia real en el fondo habitacional de la dirección de la vivienda en Centro Habana.

Además, de invertir materiales en tu restauración, ¿cómo sembrar a Cayo Coco, Cayo Largo del Sur –para los del norte- y cuanto cayo tenga el archipiélago cubano, de lujosas y súper confortables edificaciones a los que sólo accederán turistas extranjeros, cuyo dinero se revierte en comprar argamasa, barro y piedras que posibiliten construir inmuebles de bajo costo, pero dignos, derrumbables, aunque nunca antes de un segundo aguacero, para que los habite nuestro pueblo?

Y es mejor de un ladrillazo tuyo, de tu azotea voladora o del derrumbe de tu escalera que de una gripe en la calle, la mordida de un perro o un bicicletazo.

Aunque sé que estás triste por lo que consideras tu abandono, la realidad es otra, ya que tu recuerdo imperecedero quedará en la rodilla de Benigno cuando se hundió graciosamente un escalón de la escalera y cayó sobre Cecilia, quien desde ese día goza de la más feliz amnesia que pueda existir en esta vida.

Mi polvoriento y desbalconado edificio, no te lamentes más con esos crujidos que nos mantienen despiertos hasta el amanecer, pues si mueres por falta de cabillas, cementos, mosaicos y pinturas, no hay quien te quite lo bailao.

No tendrás el garbo y la presencia de un Retiro Radial, un imponente Focsa, ni tendrás tu piscina de aguas purificadas como el Meliá Cohíba o el Saint John, pero tienes la forma de un palomar invertido, de una caja de fósforos familiar, y sobre todo, de un guarda gente rústico levantado en Kalmukia para los desprotegidos.

Canta tu llanto de cemento empolvado, de cabillas deshechas y de pisos hundidos en las pesadillas de un futuro mejor, que yo recordaré tu imagen desde la cima de tus escombros o bajo ellos, si antes no me borras del mapa de un ladrillazo.

Sin más nada que agregar, se despide de usted y se evacua por cuenta propia, Nefasto “El tenebroso Boza”.

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