lunes, 14 de junio de 2010

HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 15 DE JUNIO


Parque de Santa Clara


• Santos católicos que celebran su día el 15 de junio:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

Santos Vito y Modesto, mártires y Santas Crescencia y Leónida, mártires

- En el Almanaque Campesino de 1946:

Santos Vito y Modesto, mártires y Santas Crescencia y Leónida, mártires


• Natalicios cubanos:

Gutiérrez, Miguel Jerónimo: -Nació en Santa Clara el 15 de junio de 1822 y falleció (asesinado por los militares españoles) el 20 de abril de 1871 en Monte Obscuro, Sancti Spíritus. Se educó en la escuela de los Franciscanos de su ciudad natal. A los 17 años publicó algunas poesías en “El Eco” y “La Alborada”, colaboró en la comedia “Idealismo y realidad”, con Capiró y González, tradujo a Lamartine y así en otras producciones literarias mientras andaba preparando el terreno para la revolución. En efecto, al estallar el movimiento de Yara se incorporó con todo su ardor siendo presidente de la Junta de las Villas que determinó el alzamiento en febrero de 1869. Por su significación y patriotismo fue el primer vicepresidente de la Cámara de Representantes (República en Armas). Había ido a descansar y curarse en el lugar en donde fue sorprendido por delación y criminalmente asesinado.


El 15 de junio en la Historia de Cuba

• 1848 -

- Portazgo en Jesús del Monte.

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 339-340 nos describe los acontecimientos del 15 de junio de 1848 en la Historia de Cuba:

“La lentitud y las dificultades con que se colonizó Cuba por los castellanos constituyeron un enorme obstáculo para la existencia de caminos que pudieran llamarse tales. Las condiciones del país, cubierto de una vegetación exuberante y regado por multitud de corrientes fluviales, eran una rémora perniciosa para la creación de las más rudimentarias vías de comunicación. Esta deplorable situación no se mantuvo por poco tiempo. Muchos años, los que formaron casi tres centurias, vivió la Isla bajo la dominación española sin que se tomasen providencias hábiles y eficaces para subsanar deficiencias de tanta importancia.

“El recurso a que acudieron los representantes de la Metrópoli para dotar a la Colonia de caminos armonizó con la pobreza del tesoro público. El gobernante apeló a medios supletorios, demandando el esfuerzo de los particulares, a veces estimulado por la hombría de bien y el deseo de acertar, de quienes mandaban. En las postrimerías del siglo XVIII ya contaba la Isla con algunas vías ordinarias de comunicación. Tras la existencia de las primeras, y precisamente para mejorarlas y propender a la creación de otras, surgió la idea de establecer arbitrios a expensas de lo poco que se había logrado. Se admitía la necesidad de no desperdiciar ocasión alguna. La iniciativa oficial permanecía vigilante.

“El camino de La Habana a Santiago de las Vegas fue el primero en que se fijó la atención del Gobierno. El capitán general Luis de las Casas, atento a la marcha de los intereses públicos, no permaneció indiferente en presencia del problema vial. Estaba decidido a fomentar la riqueza del país en todos los órdenes. Al quedar el camino de La Habana a Santiago de las Vegas en condiciones de fácil tránsito, instituyó el derecho de peaje y estableció el portazgo de Jesús del Monte. Lo fijó a la salida de aquella barriada, considerada entonces como un pueblo sólo unido a la capital de la Isla por vínculos de vecindad. El resultado de la iniciativa se aquilató en seguida. Todos comprendieron que el recurso introducido era productivo y aprovechable, y se generalizó en los partidos próximos a La Habana según se abrían caminos fácilmente utilizables para el transporte.

“El portazgo de Jesús del Monte continuó siendo notable. A ello concurrían el antecedente de ser el primero de los establecidos en Cuba y la verdad de ser de los más importantes. Aunque el primitivo impuesto fue suprimido tan luego como quedó construido el puente sobre el arroyo de El Jíbaro a que se dedicaron sus productos, con el transcurso del tiempo, de concierto casi siempre con necesidades premiosas, resurgió el portazgo en Jesús del Monte, ya cambiando de lugar, ya experimentando, alguna otra innovación. La de 15 de junio de 1848 consistió en su traslación al paraje conocido por Loma de Joaquín. Al fijarse allí, se introdujeron novedades acerca de la cobranza del arbitrio, con el beneficio de la excepción para los vecinos residentes, estantes, habitantes y temporales comprendidos entre el puente de Agua Dulce y la última casa de La Víbora, a fin de corresponder a especiales servicios por ellos prestados a los intereses públicos.”


• 1626 -

- La Flota de Nueva España (México) cae en manos de los corsarios holandeses.

-Emilio Roig de Leuchsenring en “Cuba en la Mano” por Arnelio González, La Habana, 1940, páginas 575-576:

“El 15 de junio de 1626 se presentó frente a La Habana la flota del corsario holandés Baodayno Enrico o Vaude Vin Enrique, en acecho de la flota española de México, pero habiendo muerto su jefe el día 2 de julio, de fiebres contraídas al hacer escala en Cabañas, el oficial que lo substituyó, al darse cuenta de lo bien fortificada que estaba La Habana, abandonó el sitio de la misma, dirigiéndose a Matanzas.”


Miguel Jerónimo Gutierrez
en Próceres
por Néstor Carbonel

Miguel Jerónimo Gutierrez
“Nació el 15 de junio de 1822.”
“Murió el 20 de abril de 1871.”

“En Cuba, como en Grecia, los poetas han sabido también ser caudillos. En la guerra de los diez años fueron muchos los que cambiaron la lira por la espada: la abyecta ciudad por la montaña rebelde! Uno de los que más renombre alcanzó en la cruzada estupenda iniciada por Céspedes, fue Miguel Jerónimo Gutiérrez, trovador de amores en la paz infame de la colonia, y tribuno y legislador y soldado en la guerra sin cuartel por la independencia. El ruido de los hierros al chocar intimida sólo a los poetas femeniles, pero no a los que, siendo poetas, no han dejado de ser hombres. Al trabajo, al estudio, a predicar entre los suyos el bien y la justicia., estaba dedicado Gutiérrez, cuando la patria llamó a sus hijos a pelear. Y entonces, hijo ferviente de la patria, salió a pelear, y a caer sin ventura en un trágico idilio de la traición y la venganza...

“Cuba tiene todavía en olvido a muchos de sus más grandes hijos: en cambio tiene a otros, enanos de cuerpo y alma, elevados a alturas considerables... Verdad que hay quien sube como sube la piedra que tiene encima una montaña sube con la montaña! Otros son montañas, y no suben porque son lo alto...

“Nació en Santa Clara. Fueron sus antecesores gente buena y honrada. En el Colegio de los Padres de San Francisco de Asís, establecido en aquella ciudad, recibe instrucción primaria. De este colegio fue uno de los alumnos predilectos, tanto por su amor al estudio como por sus bellas prendas morales. Apasionado por la literatura, casi niño, comienza a colaborar en el periódico titulado El Eco de Villaclara; y a los veintidós años, ensortijado el cabello, soñadores los ojos, el alma como un pájaro, es considerado un poeta. Su casa fue en ese tiempo lugar de reunión de cuantos rendían culto a la divina poesía, ya en prosa, ya en verso. Hay poetas en prosa, y hay quienes escribiendo versos no son poetas. Partidario ferviente de la enseñanza, y conocedor de la necesidad de extenderla entre sus paisanos, vivía predicando las ventajas de la escuela y el deber en que estaba cada uno de cultivar su inteligencia.

“En la obligación de ganar el pan, dedicóse al ejercicio de la profesión de procurador público, profesión en la cual, por sus simpatías personales, y por su competencia reconocida, tuvo siempre mucho trabajo. Casado en 1849, supo fundar un verdadero hogar. En 1866, con motivo de haber llegado a Villaclara Eduardo Asquerino, director de un importante periódico que se publicaba en Madrid, y que abogaba por las reformas ultramarinas, hubo fiestas y banquetes. En uno de los efectuados con ese motivo habló Miguel Jerónimo Gutiérrez. Su discurso fue un himno a la palabra hablada, y un himno también a las reformas y a todas las ideas trascendentales que pregonaran progreso y bienestar.

“Gracias a Gutiérrez y a Eduardo Machado, triunfó en 1866 la candidatura de Manuel Fernández Bramosio, como comisionado por Villaclara a la Junta de Información. Esta Junta de Información en nada contribuyó a mejorar la situación política de los cubanos que en ella pusieron grandes esperanzas. Desilusionados él y otros muchos hijos prominentes de Villaclara, fundan un Comité Revolucionario, del cual es nombrado Presidente.

“Es un hecho que aquellos hombres, sin noticias de si en Oriente y el Camagüey se conspiraba en favor de la independencia, conspiraban y preparaban la guerra para la conquista de la libertad. Sin conocimiento, Gutiérrez y sus compañeros, del movimiento revolucionario que habrían de capitanear Céspedes y Aguilera, el Comité de Villaclara quedó pendiente de las órdenes de José Morales Lemus, presidente de la Junta de la Habana, quien le ofreció armas y municiones, las que irían en una expedición que desembarcaría en aquella provincia.

“Apenas se conoció en Las Villas el levantamiento de Céspedes en la Demajagua, el alma del pueblo iba y venía como una marejada. Mucho hubo que contener para que los villareños no se fueran al campo sin esperar la hora propicia que sus jefes venían aguardando. Llega enero del año 1869: la revolución sigue su curso en Oriente y Camagüey. Al principio se pensó en poder sublevar, en favor de la revolución, la guarnición española de Santa Clara. Pero esto fracasa, razón por la cual Gutiérrez sale para la Habana, donde conferencia con los hombres de la Junta Revolucionaria, quienes le aconsejan que espere órdenes. Con ese criterio vuelve a Santa Clara. Pero ya en su pueblo natal, comprueba, por los distintos choques personales que habían tenido lugar entre cubanos y españoles, que era imposible esperar más, y resuelto se echa al campo, seguido de familiares y amigos, proclamando la independencia de Cuba.

“El pronunciamiento de las Villas tuvo efecto el día 7 de febrero de 1869, en la finca Cafetal, propiedad de José González. En esta finca, enclavada entre Santa Clara y Manicaragua, se congregaron algunos miles de insurgentes. Allí se reunieron las fuerzas de Remedios, mandadas por el polaco Roloff; las de Trinidad, mandadas por los hermanos Cavada; las de Cienfuegos, mandadas por los hermanos Díaz de Villegas; las de Sancti Spíritus, mandadas por Honorato del Castillo, y las de Esperanza, Ranchuelo y otros pueblos de la provincia. La bandera que los villareños enarbolaron fue la misma que López tremoló en Cárdenas y más tarde en Las Pozas, y fue hecha por manos femeninas, las de la señorita Inés Morillo Sánchez, ungidas por el más puro patriotismo.

“En el mismo lugar se designó general en jefe de las fuerzas sublevadas en las Villas a Florentino Jiménez Favelo, quien renuncia el cargo, recayendo entonces en Joaquín Morales Enríquez. Miguel Jerónimo Gutiérrez redacta una proclama dando a conocer los móviles de la revolución. Aunque un numeroso contingente siguió a los directores de la guerra en esa provincia, las tropas carecían de disciplina y de armas con que emprender las operaciones. Solamente había armados unos doscientos hombres y para eso con escopetas los más. Esta situación, esta falta de armas y municiones, hizo que las gentes se sintieran desmoralizadas y comenzaran las presentaciones, nuncio de la muerte de la rebelión en aquel pedazo del territorio cubano. Reunidos para tratar de la difícil situación distintos jefes de fuerzas, Miguel Jerónimo Gutiérrez fue partidario de que se pusieran todos en camino de Oriente, no con el fin de quedarse allí, sino con el de pedir recursos a Carlos Manuel de Céspedes. La idea, aunque tuvo de opositores a Roloff y a Eduardo Machado y a otros, se puso en práctica, y marcharon a los pocos días camino del Camagüey, en viaje a Oriente.

“En el trayecto tuvieron noticias de la desavenencia existente entre los revolucionarios de Oriente y Camagüey. Unos y otros trataron de ganarse a los de las Villas. Llegados a Guáimaro los de las Villas, tuvieron una reunión preliminar con los distintos representantes de la Asamblea de Camagüey y de Oriente, entrevistas que dieron por resultado concertar una Constituyente, la cual sería la encargada de redactar la Constitución, base del establecimiento del Gobierno. Indudablemente la presencia de los villareños en el territorio camagüeyano, primero, y luego en el oriental, fue sin duda la primera piedra puesta para la unión de todos los cubanos en una sola aspiración y un sólo afán: la independencia y la república. Y todo esto fue obra, más que de otro, de Miguel Jerónimo Gutiérrez, quien con su inteligencia y su gran corazón sabía guiar y enfrenar pasiones.

“En la Asamblea de Guáimaro, Gutiérrez tomó parte importante. Nombrado vicepresidente, de la misma, por ausencia frecuente de Salvador Cisneros Betancourt, tocóle presidir continuamente. El era quien ocupaba la presidencia de la Cámara cuando, reunida el 17 de diciembre de 1869, acordó deponer a Manuel de Quesada del cargo de general en jefe del Ejército. Partidario de la anexión de Cuba a los Estados Unidos, tomó parte en el acuerdo de la Cámara solicitando del Gobierno de la gran nación la incorporación a ella; y más tarde, con motivo de la conmemoración del 4 de julio, aniversario de la declaración de independencia de los Estados Unidos, pronunció un discurso en el cual augura que Cuba pasaría a ser americana, a ser una estrella más en su constelación de estrellas. Indudablemente el alma de Cuba, el pensamiento de sus más grandes hijos, andaba extraviado en aquellos tiempos. Sólo así se explica que habiendo ido al monte a morir por la independencia, solicitaran la anexión!

“Durante uno de los recesos de la Cámara, en 1871, Miguel Jerónimo Gutiérrez, ansioso de hallarse cerca de los suyos, en su patio, pasa la trocha de Júcaro a Morón y se incorpora a las fuerzas del general Villamil. En la región villareña se encontraba, acompañado de un grupo de hombres, cuando, delatado por un tal Juan Castellón, es sorprendido en el monte nombrado El Purgatorio, por guerrilleros desalmados, los cuales lo encuentran tendido en su hamaca, y le disparan a quemarropa, hiriéndolo gravemente, y luego -¡martirio horrible!- desangrado, lo atraviesan en un caballo, y así lo llevan una larga jornada, mientras el pobre dejaba entre las breñas del sendero, jirones de su propia carne, los últimos alientos de su vida, de aquella vida meritísima y gloriosa.

“Su cadáver, espantados los cobardes asesinos, no quisieron llevarlo al cementerio de Sancti Spíritus, y lo enterraron no se sabe dónde, o lo dejaron tal vez insepulto para que de él se hartaran los perros jíbaros y las auras...”

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