Por Regina Coyula
Caminando por la calle Colón, una calle recta que pasa por el fondo del Cementerio del mismo nombre, mi hijo elogió la gracia de los edificios que se encuentran al inicio de la calle, y con la lógica implacable de su mente ajedrecística me preguntó por qué eran tan feos los que están en la propia Colón, pero más arriba, en la entrada al reparto La Dionisia. Pertenecen a épocas diferentes, le dije sin saber por qué unos eran bonitos y los otros no, porque la época no tiene que ver con el diseño, y el ser de bajo costo, influye pero no determina. Lo remití a los arquitectos de la familia que saben más que yo del tema. Pero él olvidó su pregunta original cuando le dije que los edificios que le gustaban habían sido construidos con dinero de la lotería. ¿Y eso, era legal? INAV eran sus siglas (Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas) Tuve que explicarle cómo funcionaba la lotería y el beneficio social que reportaba. Eso trajo nuevas preguntas:
-¿Y por qué si era buena, la quitaron?, ¿Y por qué la gente sigue jugando?
Cómo explicarle que se prohibió la lotería para evitar que unos pocos ganadores se enriquecieran y el gobierno dejó de manejar mucho dinero para construir casas, cómo explicarle que el juego es muy popular a pesar de estar proscrito, cómo explicarle que hoy corre el dinero del juego sin que se destine ni un centavo a las obras sociales y los que ganan se enriquecen como en todas las épocas y enriquecen sobre todo al anotador, al banquero y al que recoge las listas.
Nadie que yo conozca se ha hecho rico jugando. Pero el juego les provee de algo que falta en Cuba y que muchas veces ayuda a vivir a falta de dinero: la ilusión.
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