miércoles, 21 de julio de 2010

HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 22 DE JULIO


En el Carnaval de Santiago de Cuba


• Santos católicos que celebran su día el 22 de julio:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

Santa María Magdalena, penitente y San Menelao, obispo y confesor

- En el Almanaque Campesino de 1946:

Santa María Magdalena, penitente y San Menelao, obispo y confesor



• Natalicios cubanos:

Peñarredonda, Magdalena: -Nació en Quiebra Hacha el 22 de julio de 1846. Fue delegada de la Revolución de Yara en la provincia de Pinar del Río. Se le con­fiaron peligrosas misiones patrióticas, por lo que tuvo que cruzar varias veces la tro­cha de Mariel, mereciendo por sus méritos el grado de comandante. Pasada la guerra se dedicó al periodismo.



Río Carrillo, Pastor del: -Nació en Remedios el 22 de julio de 1893. Abogado, poeta, conferenciante y político. Comenzó su carrera literaria con la fundación de “Ideas” y colaborando, además, en las revistas y periódicos más importantes del país.



El 22 de julio en la Historia de Cuba

• 1779 -

- Bando de Guerra contra la Gran Bretaña.

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 413-414 nos describe los acontecimientos del 22 de Julio de 1779 en la Historia de Cuba:

“La paz de Versalles, devolviendo La Habana a los españoles, aparentemente abrió un paréntesis de sosiego y armonía entre la nación descubridora del Nuevo Mundo y la Gran Bretaña. Ambas potencias se dedicaron a cuidar sus colonias. Pudo creerse que habían desechado de una vez para siempre el pernicioso sistema de hacer chocar casi de continuo sus armas. Acaso no faltó quien estuviese persuadido de que una nueva era, por entero consagrada al trabajo, estaba desarrollándose y que no volverían a repetirse las luchas que tanto encono habían cobrado desde los días en que se juraron odio y guerra feroces Felipe II e Isabel de Inglaterra.

“Poco más de tres lustros duró aquella situación de paz y mutuo respeto. Dieciséis años después de la devolución de La Habana por los británicos, nuevos y casi inesperados acontecimientos provocaron la renovación de las hostilidades. De una manera indirecta, pero irremediablemente, llegaron las viejas rivales a encontrarse otra vez frente a frente. El antagonismo que muchos suponían desterrado resurgió fiero y amenazador.

“Benjamín Franklin representó hábilmente a los Estados Unidos de América en la corte de Versalles. Sus gestiones culminaron en la conclusión de un tratado de paz y comercio entre Francia y la nueva república. Este suceso tuvo caracteres de agresión por parte de Francia a la Gran Bretaña.

“"Aunque los dos gabinetes -señaló un historiador- recurrieron para arreglar sus desacuerdos a la intervención del rey de España, prevaleció sobre los esfuerzos del buen monarca el antagonismo político de las dos naciones. Los mayores y más trascendentales intereses de su pueblo prescribían a Carlos III la más rigurosa neutralidad en una lucha mucho más temible aún por el choque de las ideas que por el de las armas. Y tan gran verdad no se ocultaba a consejeros tan previsores e ilustrados como los condes de Floridablanca y de Aranda, que dirigían a la sazón sus relaciones exteriores. Pero fue harta desventura que, mientras Floridablanca se desentendía con sagacidad y firmeza de las obligaciones que imponía a España el antiguo y funesto pacto de familia, la misma Inglaterra, tan interesada a la sazón en no aumentar el número de sus enemigos, se preparase ostensiblemente en Asia y en América a hostilizar a las posesiones españolas sin escuchar las justas reclamaciones de su embajador en Londres."

“Si, efectivamente, la Gran Bretaña estaba interesada en no buscarse nuevos adversarios, equivocó el camino. Los sucesos apuntados fueron seguidos de otros no menos provocativos para España, llegando hasta infringir con demasiada frecuencia, como en obediencia a un sistema estudiado, las leyes más elementales de la neutralidad. La ruptura no se hizo aguardar. En 22 de julio de 1779 se pregonó en La Habana el bando de la guerra contra los británicos, novedad ya aguardada por la Colonia, bien enterada de cuanto ocurría entre las viejas rivales europeas.”





En Patriotas Cubanas
Por la Dra. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta


María Hidalgo y Santana nació en la provincia de Matanzas.

En plena juventud se entregó a la causa de la independencia, siendo conocida en la Revolución con el nombre de la “abanderada de Jicarita”.

Esta cubana bravía se fue a la manigua el día 24 de Diciembre de 1895, a la hora aproximada en que se celebraba en todos los hogares la llegada del Redentor del Mundo.

Consagró su nombre la batalla de Jicarita, celebrada el día primero de Pascuas de aquel venturoso año.

Obtuvo de inmediato el grado de Teniente y sostuvo en aquella gran jornada la bandera de la estrella solitaria, recibiendo por ello siete balazos, que no lograron abatirla.

Peleó a las órdenes del Comandante Ignacio Pérez Fundora, pasando en 1896 a las fuerzas de Matilde Ortega, de la Brigada del General Eduardo García. El grado se lo concedió el General Antonio Maceo, a propuesta de Lacret, por su valentía en la batalla de Jicarita. Es fama que en aquel reñido encuentro, el General Lacret, consumió casi todo el parque que trajo de la expedición de Ricardo Trujillo. Esto dice por sí lo sangriento de la acción.

María Hidalgo combatió con los hombres, sus compañeros aguerridos y contra las fuerzas de los generales españoles Molina y Pavía; se batió en el Pan de Matanzas, en el Ojito, al Sur de Alacranes, en el Purgatorio, en el ingenio Vellocino, hoy desaparecido, situado en Sabanilla del Encomendados, en “La Yuca”, ubicada en Jagüey Grande, donde recibió heridas graves, peleando contra la guerrilla de Cossío, y en las acciones de Bolondrón y Vieja Bermeja.

Su actividad fue siempre grande y los jefes bajo cuyas órdenes peleó por la libertad de su Patria, fueron los más bravos de su provincia.

Como ejemplos de lo expuesto anteriormente mencionaremos a los Generales Clemente Gómez, Eduardo García, Matilde Ortega, Aurelio Sanabria, Lacret, Vicente Jorge y Eustaquio Morejón.

María Hidalgo y Santana fue uno de los grandes valores anónimos de la Revolución Cubana y merece sacarse del olvido, porque sus méritos, su valor, sus sufrimientos y su abnegación en el campo de Cuba Libre, así lo precisan.

¡Honor eterno a la dulce abanderada de Jicarita!
¡Honor a la cubana cuyo cuerpo virgen quedó inerte y ensangrentado en los campos de la revolución, teniendo como testigos mudos de su inmolación, las empinadas palmas y el claro azul del cielo cubano!




En Próceres
Por: Néstor Carbonel


Pedro Figueredo
“Nació el 2 de julio de 1819.”
“Murió el 17 de agosto de 1870.”


“Otros cubanos habrán logrado más renombre, pero ninguno entró, ni vive en el alma de su pueblo, como Pedro Figueredo, el autor del himno nacional, de esa música que solemnizó los primeros días de libertad en Cuba; que acompañó luego a los vencidos proscriptos en su melancólica peregrinación por tierras extrañas y les templó el alma en la espera forzosa del intento nuevo; que volvió a escucharse en el barco expedicionario y en el manigual rebelde durante la última guerra emancipadora, y, al fin, triunfante; que escuchamos ahora a cada momento, despertando en la memoria el recuerdo de aquellos días gloriosos en que los bayameses quemaron sus casas y se marcharon -mujeres, niños y hombres- a vivir al monte, a la montaña, bajo la luz del sol y bajo la clara serenidad de las estrellas... Durante la lucha iniciada en 1868, no hubo arenga comparable a las notas del Himno de Bavamo: durante la propaganda revolucionaria en las emigraciones, no hubo discurso como el Himno de Bayamo; y en los días mismos que vivimos, días brumosos en que suele la República bambolearse sacudida por vientos de tempestad o mordida en sus entrañas por venenosos y hambrientos perros, ¿qué limpia el aire, y aligera las almas, y enciende en la mente luces de ideal, como las notas del Himno de Bayamo ? ¡Ah, Pedro Figueredo !La música y la letra que compusiste, para llamar a tus hermanos al honor, a arremeter contra los apoltronados dueños de tu tierra, es lo único que conforta en ocasiones el corazón atribulado, viendo desde oscuridad indecisa a los que, en contradicción con lo que dijiste, viven de la patria, y la ultrajan y la matan! La patria no es lo que creen ahora muchos; la hacienda próspera y la zafra enorme; no; la patria es la patria...

“En Bayamo, cuna de tantos grandes, nació Pedro Figueredo. Allí mismo hizo los primeros estudios, pasando luego a la Habana, donde ingresó en el colegio Carraguao. En este importante plantel de educación estuvo hasta recibirse de bachiller, pasando más tarde a la Universidad como alumno de la escuela de Derecho. De abogado se recibió en Barcelona. Ya con su título, viajó por Francia y otros países de Europa, regresando al cabo a su pueblo natal, hogar de sus mayores. En Bayamo contrajo matrimonio, yendo, con su esposa, a residir a una bella finca, situada en las cercanías. No se fue al monte, huyendo del trato social: se fue al monte, dispuesto a no ejercer su profesión, para evitar el contacto con el Gobierno, y el verse envuelto en los revolicos y cabildeos de los tribunales de justicia, siempre complicados, y en la colonia, verdaderos escenarios de piruetas y comiquerías, en ocasiones trágicas. Su alma era de artista. Amaba la literatura y la música. Era escritor, y hacía versos. Enamorado de la libertad, apasionado por ella, soñaba con alcanzarla para su patria. Al ingenio Mangas, propiedad de su padre, va, y prohíbe a los mayorales el uso del fuete contra los pobres negros, consiguiendo para éstos mejores dormitorios, alimentos y trato.

“En 1851, el sacrificio de Narciso López y de Joaquín Agüero remacharon en su corazón el sentimiento de la patria y la necesidad de conquistarle asiento digno entre los pueblos libres del mundo. Tres años después de aquellos sucesos de Pinar del Río y Camagüey, tratado como sospechoso, determinó irse a vivir a la Habana, donde fundó un periódico diario -"El Correo de la Tarde"-. A los tres años regresó a Bayamo.

“Por esta época, nombrado Alcalde Mayor de Bayamo un hombre sin condiciones, inepto en demasía, Pedro Figueredo lo denunció ante el Gobierno superior. Este acto de civismo le valió el embargo de sus bienes y más de un año de prisión. Los amos no toleran la censura de sus esclavos. El esclavo debe sólo obedecer; servir de encubridor o cómplice de su propia infamia. De la prisión salió más resuelto para la lucha por la libertad. En 1866 comienza en Oriente la conspiración a tomar cuerpo. El aire se caldeaba, el patriotismo cundía, los pechos eran fortalezas. Su casa se hizo centro de las reuniones preliminares. En ella se tomó el acuerdo de constituir el Comité revolucionario. Constituido este Comité, se acordó extender por toda la isla la idea regeneradora. Con ese objeto se reparten por distintas ciudades varios comisionados. A Figueredo le toca venir a la Habana, de donde sale triste, disgustado, debido a que la Junta revolucionaria de la capital no quiso aceptar el plan de los de Oriente. Ya desde mediados del año 1868, el incendio revolucionario parecía estallar de un momento a otro. El 10 de octubre, avisado Pedro Figueredo del pronunciamiento de Carlos Manuel de Céspedes, reúne en su casa a Aguilera y a otros, comunicándose las noticias. Aunque estimando prematuro el movimiento, resuelven todos apoyarlo entusiastas. Hallándose Figueredo en Jiguaní, recibe un parte de Céspedes notificándole que se encontraba en Barranca, lugar en que quería entrevistarlo para convenir la forma en que se llevaría a cabo el ataque a Bayamo. Puestos de acuerdo todos los jefes, el día 17 de octubre, Figueredo llama por la noche a su esposa, y pensando en que pueda en el combate perder la vida, le hace recomendaciones referentes a sus hijos. El 17, rodean los cubanos la ciudad de Bayamo. Los españoles, en número de seiscientos, atrincherados en el cuartel y la cárcel, esperan ojo avizor y arma al brazo. Ya el sol en alto, se generaliza el combate dentro de la población. Los vivas y los mueras se suceden. Allí estuvo Pedro Figueredo, jinete sobre su caballo Pajarito, al frente de su fuerza. Cuerpo a cuerpo se baten cubanos y españoles, hasta que el 20 por la mañana un oficial español, en nombre del Gobernador Udaeta, pide armisticio bajo promesa de formular más tarde las bases de la capitulación. Ante esta demanda cesa el fuego. A la mañana siguiente, día 21 de octubre de 1868, firmóse aquélla. Entre el júbilo creciente, entre vítores y aclamaciones delirantes, fue que apareció Pedro Figueredo, y al escuchar la música de su himno inmortal, compuesto con anterioridad, cruza la pierna sobre la cabeza del caballo, y escribe la letra valiente que dice:


Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa;
no temáis una muerte gloriosa,
que morir por la patria es vivir.

En cadenas vivir, es vivir
en oprobio y afrenta sumido;
del clarín escuchad el sonido:
¡a las armas, valientes, corred...!


“La cuartilla de papel en que escribió estas cuartetas pasó de mano en mano, y a poco, el pueblo todo recorría la ciudad cantando el himno nacido al calor del primer triunfo de los libertadores.

“En Bayamo libre permanecieron los cubanos, hasta que el 11 de enero de 1869, avisados de que el general español Valmaseda, venía a atacarlos al frente de numeroso contingente, decidieron marcharse, no sin antes prender fuego a las casas. Cuando Valmaseda llegó a Bayamo, era éste una pira. Junto con los libertadores, también lo habían abandonado las familias cubanas.

“Cuando el 10 de abril se constituyó la República, Figueredo fue nombrado Subsecretario de la Guerra, cargo que desempeñó hasta el 12 de agosto de 1870 en que cayó prisionero en la finca Santa Rosa, de la jurisdicción de las Tunas. Capturado, fue conducido a bordo del cañonero Alerta a Manzanillo, y de allí a Santiago de Cuba, en el Astuto. Apenas llegó a esta ciudad, fue juzgado y condenado a muerte. El día 16 de agosto, notificado ya de la sentencia, le escribió a su mujer una carta viril y tierna, prueba magnífica de su entereza. El 17, muy de mañana, es conducido sobre un asno hasta el lugar de la ejecución. Allí se arrodilla y espera, de frente y sereno, la inhumana lluvia de plomo.


“¿Murió Figueredo allí?, No. ¡Que morir por la patria, es vivir!”

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