domingo, 4 de julio de 2010

La Tala de los Robles

Publicado para hoy 5 de julio

Reinaldo “El Chino” Aquit Manrique



Fueron pinos nuevos como hubiera dicho José Martí, pero el sacrificio continuado, la entrega a una causa que defendieron hasta el último aliento los transformó en robles, en símbolos de una resistencia que ha superado toda expectativa e infinidad de vicisitudes.

Los robles están cayendo. Hace años que la oscuridad se viene cerniendo sobre un bosque de hombres y mujeres que en los mejores momentos de sus vidas escogieron el camino más difícil, que como es sabido es el del deber.

La guadaña esta haciendo una cruda cosecha de muerte e inexorablemente, según transcurran los días, ya no son años, serán más los que integraran el pasado, aunque los que sobrevivan quieran seguirlos viendo en presente.

Medio siglo de confrontación, tenacidad y perseverancia han impuesto un precio. Nunca imaginaron los que estrenaron la adolescencia en la lucha contra el totalitarismo y que sobrevivieron a sus crueldades, que el proceso iba a ser tan despiadado y cruento. La realidad contrarió sus sueños y esperanzas. No importaron sacrificios ni esfuerzos. El resultado les superó la vida.

La vida la recorrieron conscientes del camino que les correspondían. La adversidad fue vencida por las convicciones. Cierto que tomaron el descanso de la familia, de los hijos y los nietos, pero nunca dejaron la ruta. Permanecieron comprometidos. No se dejaron seducir por una vida en las que sus obligaciones con la tierra en la que habían nacido no estuvieran presentes.

Las frustraciones y los desencantos no impidieron que continuaran hasta el último suspiro mirando el sol de frente y exigiendo para los demás lo que anhelaban para ellos. Escogieron su destino y la manera de vivir y hasta la de morir en paz consigo mismo, una condición que demanda una entereza moral extrema.

Fue Cronos, mas que la dictadura y sus feroces esbirros quien venció a hombres como Reinaldo “El Chino” Aquit Manrique, José “Pepe” Fernández Vera o Rigoberto “El Látigo” Acosta y los muchísimos que le precedieron y los innumerables que seguirán sus pasos.
Reinaldo Aquit estaba hecho de la madera de los héroes y mártires. Coraje para enfrentar cualquier prueba y hasta para pelear con el minotauro. Luchó contra la dictadura y vio morir en el paredón a varios de sus compañeros. Uno de los caídos fue su hermano Diosdado, asesinado en el presidio de Isla de Pinos.

Su rebeldía era inagotable. No importaban los fracasos. En la prisión de Santa Clara intentó fugarse. Años más tarde lo haría con éxitos en la prisión de Isla de Pinos. Estuvo oculto por meses, intento varias veces salir del país hasta que fue traicionado por el embajador de Méjico en Cuba. Regresó a prisión pero no vencido. Enfrentó las represalias. Planto al trabajo forzado.

En el exilio no le ganó el descanso y menos el retiro. Estudió, trabajó. Paralelo a la vida de hogar continuó la lucha por la democracia en Cuba. Constituyó agrupaciones contrarias al castrismo y fueron solidarios con todos los que asumieron la confrontación como medio para derrocar la dictadura.

Rigoberto Acosta fue un campesino sin estudios, que supo defender sus derechos con más coraje que el mejor de los letrados. Enfrentó simulaciones de fusilamientos, cumplió largos años de cárcel y practicó con sus compañeros de cautiverios una fraternidad ilimitada.

La crueldad del enemigo no endureció su alma. Atendía a los amigos enfermos, era capaz de alimentarlos, de velar sus sueños, y cuidarlos como el más comprometido de los enfermeros.
Al salir de la cárcel en Cuba viajó a Estados Unidos. Se incorporó a la lucha en el exilio. No pensó en las consecuencias, simplemente hizo lo que su deber le imponía porque siempre estuvo dispuesto a pagar el precio.

Su lucha contra el castrocomunismo no se circunscribía a Cuba, por lo que no dudó en viajar a Nicaragua para con las armas en las manos combatir el sandinocomunismo. Viajó a escondidas, sin ayuda de ningún gobierno y siempre pagó el precio por defender sus ideales.

La primera quebradura del corazón de Rigoberto Acosta tuvo lugar en Nicaragua. En las montañas un compañero resultó herido, se lo cargó a la espalda y subió montañas para bajarlas y volverlas a subir hasta llegar a Costa Rica. Allí le falló por primera vez un corazón que le quedó chico a la grandeza de su alma.

“Pepe” Fernández Vera, fue pionero en la lucha contra el castrismo en las montañas del Escambray. Un conversador infatigable, porfiado hasta agotar a sus rivales. Seguro de si mismo. Firme en sus convicciones. Dotado de una memoria prodigiosa y de una simpatía contagiosa.Su orgullo era haber nacido en Trinidad. Sus “guajiros” no tenían defectos y los alzados del Escambray eran los hombres más valientes que habían nacido en Cuba.

Compartió con varios de los jefes legendarios de las guerrillas del Escambray. Fue compañero de los comandantes Osvaldo Ramírez y Julio Emilio Carretero. Cumplió años de cárcel. Nunca dudo de la causa ni evadió responsabilidades. Sufrió el desplazamiento forzoso. Estuvo en los Pueblos Cautivos. Jamás se dio por vencido y la muerte para derribarlo tuvo que tomarlo por sorpresa.

Muchos robles han caído. Eusebio Peñalver, Mario Chanes de Armas, el infatigable Rolando Borges. Muchos han partido. La muerte les ganó la partida pero no el decoro. ¿Quien será el próximo en partir sin haber sido nunca vencido?


Pedro Corzo

Julio 2010

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