viernes, 6 de agosto de 2010

DESPEDIDOR DE DUELOS (cuento)

Publicado para hoy 7 de agosto


Por Frank Correa

Este que yace aquí, de barba cana, cerrados ojos y rostro inalterable, ha llegado a la meta. Nació ochenta años atrás, una tarde de agosto. Dedicó completa su existencia al recurso del bien. Oficio universal honrado pocas veces más alto...

El despedidor de duelos al hablar miraba extasiado la multitud colmando el campo santo. Quería su duelo así, a estadio lleno. Una potente voz, frases sublimes, un salmo idílico al adiós postrero.

Tenía asistidos dos mil doscientos veintisiete duelos. Anotaba un registro al regresar al cuarto. El nombre del occiso. El número de público. Una muy breve acotación reducida a un concepto y un par de apelativos: Sastre huesudo, avaro. Pescador gordo, víctima de mujer. Empleado de correos, negro, borrachín. Poeta sin recursos y miles de ilusiones...

Dos mil doscientos veintisiete almas apresadas esperaban ansiosas purgar el débito. A veces, revisando el registro, evocaba el discurso de ocasión. Sobre todo aquel primero, una mañana, cincuenta años atrás, cuando decidió enrumbar su vida mientras acompañaba el féretro de su amigo al cementerio.

Observó que en el pueblo había un alcalde, un cura, policías, periodistas, médicos, ingenieros... y ¿qué era él...? ¡Nada! ¡Mínimo en lo absoluto...! Comprendió de repente que la vida da posibles ventajas solamente una vez. ¡Y era la suya aquella! El arte natural para lo oscuro.

En los cincuenta años que siguieron dirigió su oratoria a buscar el sustento con el dolor ajeno. ¡Denme lo que sus corazones en amor acaparen...! era su precio. Y envueltos en sufrir, contritos y endeudados, depositaban vastas sumas en las manos del hombre que allanaba el camino hacia lo eterno.

Entorno triste y blanco era testigo, mármoles carcomidos, ceñidos de inscripciones, nombres, fechas, fungían como jueces incólumes al bien ganado pan. Nadie osaba sustituirlo en su talento. Y más que acompañar la marcha fúnebre y honrar al fallecido, iban a deleitarse con el cántico de aquel despedidor de duelos. Muchos en el pueblo pedían como deseo póstumo que en el día final fueran las suyas... ¡de nadie más! el epíteto funesto. Y la lista creció. El cura, el alcalde, médicos, ingenieros, hasta los policías... todos, en una fila, al tajo de su léxico.

... a dar de sí todo lo que era en cuerpo verdadero argumento de bondad. Máxima entrega: único sostén de la entereza. ¡Y el mejor testimonio, ésta multitud que nos acompaña a su morada última¡ ¡Hijos que lloran la irremediable pérdida¡ ¡Esposa compungida del camino espinoso para sobreponerse! ¡Nietos que no comprenden cómo el mundo puede girar de esta manera! Amigos, compañeros...

Encerrado en su cuarto todas las noches revivían los recuerdos. Ebrio de penas, subido a una poltrona, repetía dos mil doscientas veintisiete veces lo dicho afuera. . ¡Qué buen ladrón de almas era! Luego de que bajaran el cuerpo al orificio, sinuoso y recatado volvía con su presa casi arrastrada, invisible, indefensa, sin otro modo de existir que aquellas frases.

¿Quizás todo ocurría en su imaginación? ¿O, de ver tanta muerte ya estuviese allá, en el hueco profundo y por las noches, subido en un panteón continuase de oficio despedidor de duelos?

La misma multitud completa estaba muerta, o destinada a serlo. Señor Destino por muy caritativo que resulte, o cruel en su defecto, los conduce hasta allí, como fin insoluble... pensó la última noche... ¡media centuria, cargando al hombro tanto roce inefable con la Parca, era imposible esquivar su pasaje abonado por Dios, y sin regreso!

...Político capaz, militar sin fronteras, estadista grandioso, economista fiel, que trascendió el planeta con su figura insomne, ahí va tu ejemplo, como esas nubes blancas del tamaño del cielo, ¡ahí va tu ejemplo...!

La multitud enardecida por el verbo quiso aplaudir, pero el aplauso allí es pistoletazo en medio de un concierto y ¡cerraron los puños, estremecidos...! ¡Ah... que buen despedidor de duelo...! ¡Quería su duelo así! ¡Solo las cosas buenas! ¿Para qué abdicar lo regio, malograr el glosario con frases punitivas...? y decir este muerto es una clonación espuria. Cercenador de la traviesa que trasquiló un trayecto. Pirómano iracundo. Empleado del matadero oficial. Adúltero, derrochador, premiado por la gula y los excesos. Puño infestado en carne virgen. Microbio pletórico de doping en viaje festinado por endebles arterias. ¿Para qué ensañarse con el músculo yerto y aplastar un cadáver? ¿Cuál fin... algún resarcimiento...? Si murió, como los anteriores dos mil doscientos veintisiete muertos tendrá sus frases célebres, su ritual gótico, barroco, ascendente y viril... ese día se es todo: Además de nacer, morir es la segunda vez que percibimos que la vida es solo lacónica visita, que a este mundo atribulado hacemos.

¡Quería su duelo así! ¡Solo las cosas buenas! Dejó una grabación con su última voluntad junto a la cama: Quería él mismo despedirse su duelo. En la continuidad de su registro asentó su nombre. Y bebió del vaso preparado rumbo al eterno sueño.

Y cuando la tarde abrillante la angustia en corazones tenues, y entre las zarzas de algún monte olvidado una paloma rasgue con espinas la piel, mi voz estallará como un aplauso entre las tumbas, con el reposo perentorio del abismo y el punto culminante del ayer.

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