martes, 21 de septiembre de 2010

HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 22 DE SEPTIEMBRE


Mascoata obediente en Cuba
Las razas de perro en Perrilandia


• Santos católicos que celebran su día el 22 de septiembre:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

Santos Florencio y Silvano confesores y Santas Digna y Emérita, vírgenes y mártires

- En el Almanaque Campesino de 1946:

Santos Tomás de Villanueva; Mauricio y Santas Digna y Emérita, vírgenes y mártires



• Natalicios cubanos:

Govín Torres, Antonio: -Nació en Matanzas el 22 de septiembre de 1849, donde falleció el 14 de noviembre de 1915. Abogado, escritor, orador y político. Estudió la profesión costeándola el mismo por medio del profesorado que ejercía en varios colegios. Uno de los fundadores del Partido Autonomista y secretario del mismo. Director de la “Revista General de Derecho y Administración”, redactor de “El Triunfo” y colaboró en las publicaciones más importantes. Fue uno de los definidores del ideario del partido en que militaba sin dejar de señalar y combatir los grandes fraudes e injusticias del régimen colonial español. Escribió varias obras jurídicas, folletos políticos, memorias sobre temas de derecho, un “Tratado de Derecho Administrativo” (tres volúmenes) y un tomo de “Comentarios a la Ley de Enjuiciamiento Civil”. Emigró a Estados Unidos y regresó al instaurarse el gobierno autonómico, del cual fue secretario de Gobernación y Justicia. En la República, aparte su cátedra de Derecho Administrativo en la Universidad de La Habana, fue magistrado del Tribunal Supremo.



El 22 de septiembre en la Historia de Cuba

• 1895 -

- Contribuciones de Guerra.

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 537-538 nos describe los acontecimientos del 22 de septiembre de 1895 en la Historia de Cuba:

“La guerra de Cuba requería de parte de los libertadores la obtención de recursos pecuniarios. España disponía de ellos en cantidades a las cuales no podían los de la Isla aproximarse. Pero la enorme diferencia no desconcertaba a los patriotas de la Isla. Estos sabían a que atenerse en su lucha por la emancipación. Lo importante era acopiar lo posible, poco o mucho, con destino a la adquisición de armas y municiones en los Estados Unidos, único país donde era factible la organización de expediciones de guerreros cubanos.

“El sacrificio de los cubanos emigrados, mayormente el de los residentes en La Florida, en el Sur de los Estados Unidos, llegaba a límites casi increíbles. De sus modestas entradas como torcedores de tabacos o como empleados en humildes actividades sustraían permanentemente las cuotas que constituían los principales ingresos en la tesorería del Partido Revolucionario Cubano. Algunos pudientes abrían sus bolsas en momentos graves para impedir la ruina de los planes concebidos por Martí. Pero la iniciación de la guerra en la Isla demandaba y posibilitaba otro género de recaudaciones.

“Las contribuciones de guerra eran necesarias y posibles. En 22 de septiembre de 1895 Antonio Maceo, situado en Mina de Camarán, en Holguín, envió a Tomás Estrada Palma, para la tesorería del Partido Revolucionario Cubano, un giro bancario por una suma superior a diez mil pesos. No fue ésta la primera cantidad remesada a Nueva York por concepto de impuestos bélicos percibidos en la Isla. En cambio, era una de las mayores entre las de igual origen o concepto.

“Maceo informó a Estrada Palma de gestiones enderezadas a la inmediata obtención de más dineros para la Revolución. En General daba alientos al Delegado anunciándole que recibiría de los campos de Cuba nuevas cantidades con destino a la adquisición de armas y municiones y al pago de su transporte y del transporte de libertadores a playas insulares. Naturalmente, Maceo esperaba que Estrada Palma apresurase el envío de pertrechos a Oriente y hasta le indicó la posibilidad de utilizar uno de los barcos fruteros que tocaban en Banes.

“La cobranza de contribuciones de guerra constituyó una importante fuente de ingresos para la Revolución. Sin el servicio de expediciones la contienda habría sido demasiado difícil, si no imposible, para los libertadores. Sin las cantidades recaudadas en la Isla como contribuciones de guerra, principalmente satisfechas a cambio de autorizaciones para moler caña de azúcar, el servicio de expediciones hubiese tropezado con insuficiencias muy serias. Las contribuciones de guerra influyeron de veras en la obra de salvar la Revolución por el esfuerzo bélico.”




Domingo de Goicuría
en Próceres
por Néstor Carbonel

“Nació el 23 de junio de 1805.”
“Murió el 7 de mayo de 1870.”


“Ningún otro cubano sufrió por la patria lo que él. Morir peleando por ella, por su redención, fue el anhelo de toda su vida. Y por ella murió! Mas no como lo soñara, en el combate y como un héroe; sino en el cadalso... Nació en la Habana, hijo de padres vizcaínos. A los siete años lo mandaron a España. Allí comenzó sus estudios, primero, en el colegio Santiago, de Bilbao, y luego en la Coruña, teniendo como profesor a Antonio Casas. En la Coruña, durante el sitio y bombardeo de aquella ciudad, se metió en una trinchera, de la cual fue sacado por un sargento, y llevado a su casa, donde ya reinaba la inquietud. ¡El valor le acompañó desde la niñez hasta el sepulcro! Mozo, vuelve a su patria, y mozo va a los Estados Unidos, donde estudia y trabaja. Al cabo de algún tiempo de permanencía en la gran República del Norte, regresa a Cuba. Pero el ambiente de su pueblo lo asfixia. No podía, después de haber gozado de la libertad someterse a la esclavitud. De ahí que, a poco, emprenda de nuevo viaje rumbo a Inglaterra. Más de tres años permanece en el reino unido de la Gran Bretaña, tres años que indudablemente influyeron de manera definitiva en la formación de su carácter y temperamento. De los ingleses adquirió la sana jovialidad casera, su amor a las aventuras peligrosas, el respeto a las leyes, y el ferviente amor a la libertad plena del hombre...

“Llamado por su padre, vuelve a la Habana, donde entra como socio de una casa de comercio. Al cabo de unos meses deja a Cuba y sale rumbo a Europa, de donde retorna al cabo de tres años. Entonces fue que contrajo matrimonio. Nombrado secretario de la Junta de Fomento, púsose a trabajar, deseoso de conseguir reformas útiles para el país. Comienza pidiendo rebaja de precio en la harina y demás artículos de primera necesidad, motivo éste por el que se gana la inquina de los comerciantes de Santander, que se creían perjudicados en sus crecientes intereses. Su padre, en ese tiempo, le dijo una vez: "Mira, los españoles te odian, y un día te ahorcarán". ¡Triste profecía! El general O'Donnell, Capitán General, accedió a sus deseos concediendo, previa aprobación del Gobierno, la exención de los derechos para la harina; pero esta propuesta fue rechazada en Madrid. En esa época, Goicouría, encargado del saneamiento de la bahía de la Habana, tuvo ocasión de realizar un acto verdaderamente heroico. Un violento huracán había arrastrado un navío francés contra los escollos de la Punta, despedazándolo. El mar bravío y el viento estaban imponentes, a tal extremo, que los prácticos del puerto no se atrevían a salir a prestarle auxilio a los náufragos. Goicouría, con desprecio de su vida, acompañado de algunos otros bravos, se echó al mar en una lancha, logrando salvarlos de una muerte segura.

“Contrario a la esclavitud del hombre negro, trabaja por la abolición de la trata. A ese fin, en 1844 propone al Gobierno abrir los puertos de Cuba a la emigración blanca, pensando juiciosamente que mientras los brazos de los blancos faltaran, no era posible pensar en la emancipación de los negros. De acuerdo con el Capitán General O'Donnell, embarcóse para España, con el encargo de establecer corrientes emigratorias. Pero a su llegada a la Península se encontró una atmósfera contraria a sus proyectos. A pesar de esto, no ceja en su empeño, y a caballo recorre las provincias de Asturias y Galicia y otras ciudades del reino español, logrando mandar unos dos mil labradores y artesanos, muchos de los cuales le debieron su fortuna. Contrariado, decepcionado, se queda por algún tiempo por allá, hasta que, muerto su padre en Cádiz, se vio en la necesidad de regresar a la Habana para hacerse cargo de sus cuantiosos intereses. En la Habana de nuevo, establece una fábrica de clavos, en sociedad con un inglés y con Manuel Parejas, Procurador de la Reina María Cristina. Más tarde compra dos cafetales, dedicándose a la agricultura y a la crianza de ganado caballar.

“De la tranquilidad del retiro en que vivía, olvidado de las iniquidades de los hombres, vino a sacarlo el conocimiento de haberse fundado en New York el periódico La Verdad, propagador de los ideales de independencia. Conocedor de que se necesitaba para poder formar y traer la expedición de Narciso López una fuerte suma de dinero, reúne inmediatamente, entre él y sus familiares, diez y nueve mil pesos, y se los manda. Con esa cantidad pudo López, meses después, desembarcar en Cárdenas al frente de numeroso contingente. Habiéndosele hecho sospechoso al Gobierno español, apenas desembarca Narciso López, es preso Goicouría, encerrado en el Castillo del Morro, y más tarde enviado en calidad de deportado a Sevilla.

“En vano su mujer le suplica que abandone las ideas bélicas y se consagre a su hogar y a sus hijos. En vano, porque resuelto a luchar, se fuga a bordo de un pequeño bote de la ciudad que era su cárcel, y llega a Inglaterra, y de allí pasa a los Estados Unidos, donde fija su residencia. Con su llegada coincide la creación de una Junta Cubana, de la cual entra a formar parte. En Cuba, el Gobierno, apenas se entera de que pertenece a la referida Junta, le confisca sus bienes y lo juzga y condena a muerte. De este modo, el Gobierno de España quiso dejar sin fortuna a un hombre que era rico. Pero la miseria y el trabajo intimidan a otros, no a hombres que, como Goicouría, habían nacido para algo más que para vivir muellemente mirando pasar las horas entre tabacos y copas.

“La Junta Cubana lo hizo su tesorero. Gracias a él se reunieron en aquella época unos doscientos mil pesos con el fin de lograr la independencia de la patria. Fue entonces que se establecieron entre él y el general americano Quitmnan negociaciones para que este militar se hiciera cargo del mando de una expedición revolucionaria y libertara a la patria cubana de las cadenas que la oprimían. Grandes esperanzas se llegaron a acariciar entonces, pero todo se vino al suelo al conocerse que el general norteamericano decía necesitar cinco mil hombres para la expedición, y en tan gran número era imposible conseguirlos. Deseoso Goicouría de saber personalmente lo que del proyecto revolucionario pensaba aquél, salió para el pueblo de su residencia, lo vio y regresó de su viaje desilusionado, pensando que Quitman no iría jamás a Cuba, y que de resolverse a ir, sería un nuevo mal, pues era partidario, según su propia confesión, de perpetuar la esclavitud.

“Convencido luego de que el general aquél no era más que un aventurero sin conciencia, expuso a la Junta su parecer de que no se debía esperar más y llevar a Cuba la expedición armada bajo el mando de otro jefe. Contrarios a su criterio fueron Gaspar Betancourt Cisneros y Porfirio Valiente, miembros de la Junta, los cuales opinaban que debían esperar a poder realizar los planes de Quitman. Echados al fin por tierra, disuelta la Junta, pasa. Goicouría a México, ansioso del apoyo necesario para el logro de sus ideales. Al principio creyó lograr sus deseos, pero sacudido México por revueltas intestinas, no podían sus hijos poderosos ocuparse de las cosas ajenas. Enterado Walker, rapaz aventurero, de los propósitos de Goicouría, le propuso un cambio de servicios: es decir, que lo ayudara a sostenerse en el Gobierno de Nicaragua, y él lo ayudaría a lograr la independencia de Cuba. Goicouría acepta contento este pacto, y se pone al frente del Ejército defensor de Walker. Combate valientemente en más de una ocasión. Pero las guerras infames son cosas vedadas para los que no sean malvados. Vencedor Walker, nombra a Goicouría su embajador en Inglaterra y Francia. En viaje para estos países llega a New York, donde se entera de que Walker había decretado la esclavitud en Nicaragua, y le escribe al momento dimitiendo el alto cargo que le había conferido. Así, de un arranque del corazón, volvía, después de haber pasado miles de peligros, a encontrarse sin tener a quien volver los ojos en su afán de libertar su tierra.

“Amargado, desencantado, y teniendo en cuenta el estado de los cubanos en el exterior, se establece en New Orleans, donde logra abrirse campo. Pero al que nace para mártir, una luz fatal lo guía. De regreso a Veracruz, pasa por New Orleans Benito Juárez, y se le ofrece Goicouría para ayudarlo en sus aspiraciones. En favor de Juárez, sabe que van a salir de aquel puerto americano dos vapores cargados de armas con destino al general Miramón -su adversario- y se embarca en un buque de su pertenencia, acompañado de unos cuantos marinos americanos, y sale para Veracruz, y en alta mar los ataca fiero, logrando apoderarse de los mismos. En New York se hallaba cuando el comienzo de la guerra de secesión: vuela a New Orleans, con el fin de poner a salvo sus intereses. Allí le ofrecen el grado de general de los ejércitos del Sur, lo que rehúsa, de acuerdo con sus ideas abolicionistas y su concepto de la gratitud. Durante esta guerra abandona a los Estados Unidos y se va a Europa, en compañía de los suyos, de donde regresa más tarde. En 1867 hace un viaje al Brasil, a visitar a su hija. En aquel país, tan semejante al suyo por la naturaleza, pasa días verdaderamente encantadores, olvidado de angustias y tormentos. Pero hasta allí va, en noviembre del año 1868, la noticia de que en Cuba había estallado una revolución capitaneada por Carlos Manuel de Céspedes, en pro de la independencia. Conocer esta noticia y sentir la necesidad de correr a luchar él también por el santo ideal, fue todo uno. En vano fueron las súplicas de la familia: resuelto, se embarca para los Estados Unidos, acompañado de su hijo Valentín, quien, exaltado por la fiebre del padre, desea también combatir por Cuba. En New York, apenas desembarcado y presentado a la Junta Revolucionaria, se le confía una expedición. El hijo quiso acompañar al padre, pero por disposición de él mismo y de alguno de los miembros de la Junta, se le manda a las órdenes del general Jordan. Al lado de este General, servidor de Cuba, peleó hasta caer en una fiera arremetida contra una batería española en Cuevitas. En tanto, el viejo Goicouría, después de vencer infinidad de obstáculos, parte, al frente de un contingente de cuatrocientos hombres, rumbo a las playas amadas. Cerca ya de Cuba, tiene que arribar a un cayo, necesitado de carbón para el buque. En este cayo pasa diez y ocho días, hasta que, denunciado, fue, con los demás, apresado por los ingleses.

“Triste, abatido, pero no rendido, vuelve a New York, donde le dan la noticia de la muerte de su hijo en los campos de batalla. Esta noticia, hubiérase dicho que le abrió el apetito de la muerte. En 1870, resuelto a entrar en Cuba de todos modos, a luchar por su tierra, se embarca en una goleta, sin capitán ni práctico, en compañía de unos cuantos subalternos, y consigue -Dios lo guiaba- llegar a presencia de Céspedes, quien le ofrece el mando de las tropas cubanas, lo que no acepta. Entonces Céspedes le pide que logre nuevos armamentos, y él se ofrece para ir a México y pedirle a Juárez, a quien había ayudado en su causa, que lo ayudara a él ahora en la suya. En compañía de los hermanos Agüero, de un inglés y dos más, se echa al mar, pero a, poco el océano se encrespa, la embarcación amenaza zozobrar, por lo que arriba a cayo Guajaba. Allí, separado de sus demás compañeros, se interna en el bosque, y permanece una semana solo, alimentándose de cangrejos crudos y pasando una sed espantosa, hasta que, en presencia de una casita, se acerca a ella, y lo hacen prisionero unos oficiales de marina. Conducido a bordo del cañonero Gacela, este cañonero lo lleva a Puerto Príncipe, donde esposado, es conducido hasta la presencia del Capitán General Caballero de Rodas. Interrogado, contesta con altivez y valentía admirables. A poco, lo envían a la Habana, donde es juzgado en Consejo de guerra. Preguntado por los jueces del tribunal qué había venido a hacer a Cuba, contesta "¿Acaso lo ignoráis? A expulsaros de ella." ¡Digna es esta frase de un héroe de la antigüedad!

“Condenado, como era de esperarse, a muerte, solicita ser fusilado, cosa que le niegan. Debía ser agarrotado. Al escuchar la negativa, dijo: "¿Y ustedes pretenden que España es una nación civilizada?" Encerrado en la cárcel, espera, sereno como un justo, la hora de la suprema liberación. Nadie, viéndolo y oyéndolo, podía imaginarse que aquel hombre estaba condenado a muerte. Asombro causó, aun a sus propios enemigos, el valor de que dio pruebas evidentes. El día 7 de mayo de 1870, notificado de que había llegado el momento de morir, sale de la cárcel, y monta en un coche en compañía de un sacerdote y dos oficiales. En el camino, al pasar por la plaza de Carlos III, exclama, dirigiéndose a los oficiales: -"Dentro de poco verán aquí la estatua de Carlos Manuel de Céspedes." Cuando llegaron al lugar de la ejecución y se detuvo el coche, bajó Goicouría y subió rápido los escalones del patíbulo, desde donde se dirigió a la multitud para hablarle. Pero el redoblar fatídico de los tambores ahogó su voz. No obstante, sábese que las últimas palabras que pronunciara fueron éstas: "Muere un hombre, pero nace un pueblo." Después, sentóse en el banquillo, le hizo el verdugo algunas indicaciones, se arregló la barba, y dijo en voz alta: "Ahora ya puedes apretar." Apretó el verdugo, y su alma, su gran alma dulce y brava, voló al cielo...”




POR: GUIJE CUBA

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