lunes, 25 de octubre de 2010

Estar en Madrid sin Loida


Alfredo Felipe Fuentes junto a parte de su familia en Madrid. Foto, cortesía de Antonio Ballesteros.

(Radio Martí, 25/10/10) - Después de siete años, seis meses y diecisiete días sin ver esparcido sobre la sábana del lecho común el renegrido cabello de Loida, no poder brindarle una carantoña a sus nietos, ni sentir el tintineo de la vajilla limpiándose de la sospechosa frugalidad que imponía cada anochecer socialista, Alfredo Felipe Fuentes recibió, sobre la cerril litera de una celda umbría, la noticia de que viajaría a Madrid sin ella.

Loida Valdés es una de aquellas mujeres que en marzo de 2003 vio ennegrecerse la primavera de Cuba y se puso a alumbrarla con un gladiolo. Desde el principio se vistió de blanco y caminó sin cansancio y sin tregua hasta el mediodía en que una turba furibunda instaló en su memoria siete horas de tortura.

Durante más de treinta años no se habían separado ni para echarse de menos. Se había acostumbrado a sus pasos sigilosos por la casa para no molestarlo mientras él estudiaba, a escucharla suspirar desde la ventana por donde oteaba la vuelta de sus hijos del colegio, a verla componer una cena de lujo con más amor que condimentos. Era un matrimonio de esos, como en desuso en la rapidez de estos tiempos, que se contraen para permanecer como un templo.

Alfredo Felipe cayó preso estando tan enamorado como treinta años antes. Un operativo militar que cercó su casa y revolvió los muebles sembró un tajazo de distancias entre sus abrazos. Loida lo vio partir esposado y sintió que sus manos también iban aprisionadas por aquella ruda mordida de acero. Pero no tuvo miedo. Le nació una fuerza desconocida para arrancárselo a los barrotes. Se hizo Dama de Blanco y caminó sin cansancio.

Artemisa, un pueblecito disputado entre Pinar del Río y La Habana, los había visto amarse como adolescentes frenéticos, estudiar con denuedo, trabajar con ahínco, educar a dos hijos, elevar una familia.

La Primavera Negra de 2003 los sorprendió en la más larga luna de miel del mundo. Aún se amaban como adolescentes. Loida quedó como atrapada en una telaraña de penumbras. Se sentía como con los ojos vendados, no sabía dónde quedaba el lecho -en su mitad vacío- ni qué hacer con el plato de la tarde.

Alfredo Felipe Fuentes había estudiado economía y desde su mesa magra hasta su ciudad hambreada sabía que la economía andaba mal, pero también sabía que la economía andaba mal porque la política del país era quien peor andaba. Lleno de amor -quijotesco tal vez- quiso pintar una realidad de rostro más amable y se dedicó a redibujarla. Le costó la cárcel su empeño. A 26 años de prisión fue condenado por desear que el plato de las tardes se llenara en todos los hogares y la gente volviera a sonreír y decir lo que pensaba.

Cuando aquella tarde de marzo lo separaron a la fuerza de Loida - la única manera en que se separaría de ella- Alfredo Felipe era delegado del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos en la provincia de La Habana, miembro del Comité Ciudadano Gestor del Proyecto Varela en Artemisa, y había fundado la Cátedra de Estudios de Derechos Humanos Félix Varela, pero lo acusaron de mercenario, intentando humillarlo, y no lo dejaron siquiera defenderse.

Desde entonces hacía siete años, seis meses y diecisiete días que no disfrutaba de la mitad de su cama ni de su silla en la cabecera de la mesa hogareña, no podía acariciar a su hija cuando la angustiaba la morriña de un amor perdido, ni aconsejar a su hijo cuando escribía poemas desolados, y entonces lo montaron en un avión hacia el otoño madrileño.

Llegó a Madrid el 6 de octubre. Respiró el aroma de la libertad, la saboreó despacio para reconocerla, tanto la había ansiado. Pero sintió que no llegaba entera a sus pulmones, Loida y sus dos hijos se habían quedado en La Habana. La abuela de los muchachos debía someterse a una cirugía. Y Loida Valdés no confía en que nadie pueda cuidar como ella a su hija enferma ni entender como ella a su hijo poeta.

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