lunes, 15 de noviembre de 2010

Cartas de Birmania


"Esa china ha ser una gusana como ustedes que se pasan la vida hablando de democracia", dijo el carcelero.


(Radio Martí, Manuel Vázquez Portal, 15/11/10) - La puerta de la celda tapiada de la cárcel de Boniato, en Santiago de Cuba, se abrió con unos chirridos lúgubres y junto a la luz del pasillo entró el guardián con un bulto de libros entre sus manos.

Unos hilillos de sudor le corrían por la frontera entre la gorra y los pómulos. Era una tarde calurosa y el hombre parecía disgustado por tener que trasladar semejante carga. Resopló exagerado cuando se libró de ella.

La Dama de Blanco, Yolanda Huerga Cedeño, había acabado de marcharse de la visita a su prisionero político. No sólo había llevado repelente contra los mosquitos, odorizante contra el hedor de la letrina pegada a la cabecera de la litera, caramelos contra las angustias del encierro y galletas duraderas hasta la próxima jaba, sino que había cargado desde La Habana un cartapacio de libros que ahora el carcelero, cejijunto y huraño, hacía llegar hasta mi calabozo de castigo.

Ahí tiene para un año, por lo menos, dijo. Qué va, ni para un mes, dije y me levanté con desgana para que el soldado depositara los libros sobre mi jergón de prisionero.

Yo sabía que cada página había sido revisada como con lupa y que algunos de los textos habían sido rechazados por sospechosos. Vi en su rostro como un gesto de alivio cuando dejó caer los volúmenes sobre la sábana.

La pequeña torre de cuadernos al dejar de ser sostenida por el guardia perdió el equilibrio y se esparció por la cama, mostrando unas carátulas que en su mayor parte habían sido cambiadas por otras para que el libro pasara inadvertido.

De los títulos que pude leer de un vistazo rápido e inexpresivo, uno me llamó poderosamente la atención. Cartas de Birmania. Rezaba. Una mujer sonriente, bajo el cono de un sombrero de paja, sonreía confiada en su fuerza interior. Sus ojos rasgados despedían un fulgor de esperanza. Lo tomé curioso. El guardián pareció interesado.

¿Es un libro sobre Viet Nam?, preguntó. No, sobre Birmania. ¿Ella quien es, una guerrillera?, indagó. Por poco suelto una carcajada. No, una demócrata, respondí. Se llama Aung San Suu Kyi, y su partido ganó las elecciones de 1990 en Birmania, pero los militares no quisieron reconocer el deseo popular y desde entonces le arrebataron el poder a Suu Kyi.

Yolanda, que acababa de crear una red de suministro de libros para los 75 presos políticos de la Primavera Negra, llamada Reoculto, era la encargada de seleccionar y recolectar aquellos que nos reconfortaran y nos prepararan.

Ella había trabajado como bibliotecaria muchos años, y como filóloga al fin, sabía muy bien lo que necesitábamos. Los libros procedían del exilio o eran donados por la población y llegaban a nosotros camuflados de manera ingeniosa. Cómo llegó la noche, del comandante Huber Matos, por ejemplo, podía arribar bajo la portada de El Don Apacible de Mijail Sholojov.

Me gustaría saber más sobre esa mujer, espetó el guardián. Es hija del general Aung San, un héroe de la guerra de independencia birmana contra Gran Bretaña, le respondí. Se ganó el Premio Nobel de la Paz y lleva muchos años en prisión domiciliaria porque es un símbolo de la lucha por la democracia en ese país al que la Junta Militar que lo gobierna ha rebautizado con el nombre de Myanmar. Si quieres te presto el libro mientras leo los otros, le propuse al final.

No, me respondió. No me gusta leer. Prefiero jugar al dominó. Además, esa china, parece ser una gusana, igual que ustedes que se pasan la vida hablando de democracia. No sé como Arrate, el de la Seguridad, les deja entrar esos libros. Y dio la espalda. Y puso el candado por fuera de la puerta de la celda de castigo. Y yo le hice un guiño cómplice a la foto de Aung San Suu Kyi, y le dije en voz alta: hermana, un día tendrán que soltarte, como a nosotros, y a lo mejor, hasta lo celebramos juntos.

El miércoles 24 de junio de 2004, un microbús de la policía política cubana me devolvió a mi casa de Alamar, en La Habana. Abracé a Yolanda y le agradecí aquel libro. Aung San Suu Kyi fue liberada el sábado 13 de noviembre por la junta militar de Birmania. En La Habana, ese mismo sábado, el régimen cubano liberó a Arnaldo Ramos Lauzurique, quien es el número 63 de los excarcelados de aquel grupo de 75 disidentes que en marzo de 2003 fueron condenados a largas penas por soñar con la democracia.

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